EPÍLOGO
De camino al barrio de Bayit de la ciudad de Nefesh
30 de marzo de 2017
BÁRBARA – Estoy cansada, tata.
Zoe se acomodó la pesada mochila a la espalda y miró a su hermana pequeña.
ZOE – Ya no queda casi nada, cariño, estamos a punto de llegar. Aguanta un poquito más, va.
Bárbara asintió, y continuó caminando junto a Zoe por aquella sinuosa carretera que parecía interminable. Sostenía entre sus jóvenes manos aquél viejo conejito de peluche de largas orejas que la había acompañado desde el mismísimo día de su nacimiento. Su cabellera era morena, pero tenía el pelo igual de largo y lacio que su madre, cuando Zoe la había conocido.
El trayecto de vuelta a Nefesh no había sido en absoluto sencillo. La decisión de aventurarse en esa ambiciosa empresa había sido una de las más complicadas que Zoe había tomado jamás. La vida en la masía, en la periferia rural de Sheol, era tranquila. Y segura. Ahí tenían todo lo que necesitaban para sobrevivir, pero para Zoe nunca había sido suficiente. Y no precisamente por ella, sino por la pequeña Bárbara.
En la península todo parecía muerto. A esas alturas apenas se veían infectados, y los que se cruzaban en sus caminos estaban en tan mal estado físico que Zoe sentía más lástima que miedo por ellos. Hacía años que no veían a nadie sano, y ello la estaba volviendo loca. Ella quería ofrecer un destino mejor a su hermana. Quería ofrecerle algo más que su única compañía y alguien que le pudiese enseñar más cosas de las que ella sabía. Zoe era muy insegura a ese respecto, pues su formación había acabado prematuramente con escasos diez años, por más que ahora ya era prácticamente mayor de edad.
No se habían cruzado con absolutamente nadie desde que dejasen anclada Nueva esperanza en la ensenada de donde habían sacado el barco en primera instancia. Era el lugar más próximo que Zoe conocía a Bayit desde el que poder arribar a tierra firme haciendo uso del bote. Lo hicieron desde la playa, hacía un par de horas, y el zigzagueo por la carretera de los acantilados había sido bastante tenso, pese a que no encontraron ningún tipo de hostilidad.
Tan pronto la muralla de Bayit se vislumbró en la lontananza, Zoe comenzó a sentir una miríada de sentimientos contradictorios en su interior. En su momento había afirmado que jamás volvería ahí. De ahí había sido expulsada, y por culpa de sus pretéritos habitantes se había quedado sola en el mundo, al cargo de un bebé al que tuvo que cuidar desde su mismísima concepción. Por fortuna, la ira y el resentimiento no tenían cabida en aquella joven mujer llena de vitalidad y ambición.
Finalmente llegaron a su destino. Zoe llevaba el anillo de Bárbara al cuello, enhebrado en un collar de tela, como si de un colgante se tratara. Lo cogió y lo envolvió con su mano izquierda. La derecha sostenía la manita de su hermana. La pequeña Bárbara miraba en derredor, asombrada. Sobre el baluarte reconstruido había un chico negro, de unos veinte años. Zoe no tardó ni un instante en reconocerle. Él había estado escuchando música hasta ese momento, pero tan pronto la vio, se quitó los auriculares.
ZOE – ¡Samuel!
SAMUEL – ¡Dios santísimo! ¿Zoe, eres tú?
Samuel parecía no dar crédito a lo que le decían sus ojos. Zoe le vio desaparecer por el baluarte. Instantes después apareció tras la valla del colegio, y las guió hacia la entrada trasera, permitiéndoles el acceso al recinto. El patio del colegio estaba vacío y en silencio. Un par de balones abandonados destacaban sobre el suelo de cemento al que la vegetación no había ganado el terreno. Zoe desconocía que ello era debido a que era sábado, y que durante la semana, cuando la escuela estaba en funcionamiento, hervía de vida.
SAMUEL – Me alegra muchísimo saber que… que estás bien.
Samuel trató de mostrarse indiferente, pero Zoe era consciente que estaba algo intimidado por el color de sus ojos. Ella sabía a qué se exponía acudiendo ahí con los ojos descubiertos, pero no quería ocultarlos tras unas gafas de sol o unas lentillas de colores, no si pretendía ser aceptada como una más. Si pretendía quedarse a vivir ahí con Bárbara, deberían aceptarla tal como era.
SAMUEL – ¿Venís…? ¿Venís solas?
Zoe asintió.
ZOE – Sí. Solo estamos ella y yo. Ella es la hija de Bárbara. También se llama Bárbara.
Samuel, que era mucho más alto que ellas, se agachó ligeramente para ponerse a la altura de la niña morena, mostrando una amplia sonrisa de níveos dientes enfatizada por el oscuro color de su piel.
SAMUEL – Hola. Yo soy amigo de tu…
ZOE – Hermana. Somos hermanas.
Samuel asintió. No necesitaba más explicaciones, y tampoco las pediría, al menos no ahora. La niña le dio dos besos, uno por mejilla.
SAMUEL – Venid, venid. Acompañadme.
Samuel las guió hacia el Jardín, al que ahora llamaban Huerto. Ahí sí había gente. Mucha más gente de la que Zoe hubiera podido imaginar. Algunos les miraban, más curiosos que intimidados por su presencia. Otros tantos se limitaban a trabajar con ahínco en los muchos cultivos que había a lado y lado del camino que llevaba al corazón del barrio, flanqueado por aquellos bellísimos y majestuosos cerezos en flor, que era hacia donde Samuel las estaba dirigiendo. Zoe distinguió también pequeños recintos vallados en los que un montón de gallinas campaban a sus anchas.
El joven negro las dirigió hacia el lugar donde antaño se encontrase el taller mecánico, que ahora se había convertido en una mera pasarela cubierta que daba acceso directamente a la calle que desembocaba, a través de un enorme portón abierto de par en par, a la calle larga en cuya construcción Zoe había participado en un tiempo que de tan lejano, parecía incluso irreal.
Ambas hermanas se quedaron boquiabiertas al ver lo que aquella larga calle albergaba. El lugar hervía de vida. Había locales abiertos donde no paraba de entrar y salir gente, personas de todas las edades y procedencias charlando por doquier, regando las plantas en los balcones, paseando tranquilamente por las aceras y la calzada: no había rastro alguno de los muchos coches abandonados que ella recordaba de la última vez que pasara por ahí. La Bayit en la que habían soñado, parecía haberse vuelto realidad. Zoe se sintió satisfecha al comprender cuál había sido el destino de quienes habían tenido que huir del islote Éseb.
Zoe vio un perro muy familiar, y mucho más grande de lo que ella recordaba, desaparecer tras una esquina persiguiendo a un niño que parecía estar pasándoselo en grande jugando con él. Se sentía enormemente reconfortada al ver que la vida en Bayit había seguido su curso. Su mayor temor al aventurarse en ese viaje era encontrar el lugar vacío y muerto, carente de rastro de sus antiguos moradores.
SAMUEL – Bienvenidas a Bayit.
Zoe distinguió a Christian en la distancia. Tenía el pelo muy largo, tan largo como lo llevara Fernando antes de fallecer. Estaba de espaldas a ella, charlando con alguien a quien Zoe no conocía. Se sorprendió y se alegró al notar que no le guardaba rencor, y estaba más que dispuesta a correr en su dirección y darle un fuerte abrazo, cuando una niña pequeña, de la edad de Bárbara, se acercó a ella, tímida pero al mismo tiempo decidida.
EUROPA – ¿Quieres venir a jugar?
Bárbara miró a Zoe, sin saber qué responderle. La niña estaba fuera de sí al ver tanta gente a su alrededor. Se había criado a solas con Zoe, y ese nuevo contexto le estaba resultando muy chocante, pero al mismo tiempo excitante e increíblemente atractivo.
SAMUEL – Es la hija de Nuria.
ZOE – ¿Nuria sigue viva?
Samuel meneó a lado y lado la cabeza.
SAMUEL – No. Nuria… murió en el parto, pero su hija nació sana. Ninguno dábamos crédito. La cuidamos entre todos, aunque vive con Carla y con Josete.
Zoe parecía sorprendida. Se maldijo por no haber tomado antes la decisión de volver a la isla. Bárbara tiró de la manga de la camiseta que Zoe llevaba puesta.
BÁRBARA – ¿Puedo?
ZOE – Claro. Claro que sí, cariño.
Bárbara y Europa se alejaron, charlando amistosamente entre ellas, como si se conocieran de toda la vida. Zoe mostraba una sonrisa sincera en el rostro, sorprendida y satisfecha por la facilidad con la que Bárbara había hecho una nueva amiga. Bárbara tendría el destino que se merecía. No cabía duda que ese sería el nuevo hogar para ambas que ella tanto había soñado. Zoe respiró aliviada, sabiendo que había tomado la decisión correcta.
4 de enero de 2015
19 de diciembre de 2019
FIN DE LA TRILOGÍA
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