1×007 – Refugio

Publicado: 20/03/2011 en Al otro lado de la vida

7

Tejado del edifico Astoria 23

28 de septiembre de 2008

La puerta gruñó al oscilar sobre sus goznes. Bárbara la abrió lentamente, esperando encontrar cualquier cosa tras ella. Lo único que ahí había era una escoba, un recogedor y un cestito con pinzas junto a una pared, todo iluminado por un gran lucernario que filtraba la tardía luz del ocaso al generoso hueco de la escalera. Ese era un lugar cerrado, y si entraba ahí, no quería tener ninguna sorpresa desagradable, de modo que habló. Preguntó en voz alta si había alguien ahí. No obtuvo respuesta, ni buena ni mala. Eso no era una garantía para saber que ahí estaría segura, pero ya era algo.

Dejó la puerta abierta y se dirigió hacia la barandilla para empezar a bajar las escaleras, oyendo un inquietante eco a cada paso que daba, alejándose cada vez más de la luz. El rellano al que llegó, el del sexto piso, tenía cuatro puertas; dos a cada lado de un pasillo que acababa en la misma puerta tapiada con maderos que viera por fuera mientras subía. Abandonó la escalera y anduvo hacia las puertas, sin mucha esperanza de encontrar ninguna abierta, empezando a pensar que sería lo que haría si en ese bloque no había ni un solo piso al que poder entrar.

Sexto primera, cerrada a cal y canto; incluso se veían las puntas de algún que otro clavo asomar por el marco. Sexto segunda idéntico resultado. Sexto tercera parecía igualmente impenetrable, pero cuando Bárbara giró el pomo la puerta cedió sin dificultad. No había previsto que eso pudiera ocurrir, y por ello le dio más respeto que satisfacción. Empujó suavemente la puerta, al tiempo que decía un largo ¿Hola?. Al parecer no había nadie ahí dentro. Echó un último vistazo al pasillo y entró en la casa, en cuya puerta pendía una placa que decía «Señor y Señora Soto». Cruzó el umbral algo asustada, y cerró la puerta tras de si.

Todo parecía en regla ahí dentro, y eso le dio una extraña sensación de que estaba haciendo algo mal. Entrar en una casa ajena sin ser invitado y disponerse a pasar ahí la noche y saquear su cocina, sin ni siquiera conocer a los dueños, no hubiera estado bien en el mundo real, en el que había leyes y normas morales. Ahora todo era distinto. En una especie de comunismo extremo, todo era de todos y debía ser compartido sin importar el origen y la condición del individuo. Era una ley por nadie establecida, pero obedecida por todos; una especie de conocimiento colectivo sobre la manera de actuar.

Tras dejar caer la ropa que llevaba sobre el sofá, miró alrededor, y vio un pequeño salón acabado en un gran ventanal con vistas al cementerio.  Tal vez no era el lugar más acogedor del mundo, pero a Bárbara no se le ocurría uno mejor donde resguardarse. Se acercó a un gran mueble y asió una foto en la que se veía una pareja de unos treinta años. El señor Soto abrazaba a la señora Soto por detrás, colocando su cabeza sobre el hombro de ésta, que sonreía con los ojos achinados. Estaban en una playa paradisíaca, mucho antes de que todo esto empezara. Envidió su situación, la felicidad que demostraban con sus caras risueñas, y se preguntó donde habrían ido a parar; no tardaría mucho en averiguarlo.

Todo estaba demasiado tranquilo, demasiado ordenado. Ahí había algo que no le acababa de encajar. Vio la mesilla de una televisión, sin televisión, un equipo de música y una gran mesa con seis sillas perfectamente colocadas. Lo primero que hizo fue dirigirse hacia la cocina, pues el hambre ya empezaba a hacerse bastante acusado. Incluso ahí dentro parecía todo en regla. Sobre la encimera de mármol negro descansaba un cuchillero repleto de cuchillos de todos los tamaños. Bárbara agarró el más grande que vio, algo más tranquila al verse armada. Si bien un cuchillo no acabaría con uno de ellos, podría entorpecerle un rato,  tal vez lo suficiente para salir por piernas de ahí.

La luz se filtraba por una ventana apaisada, bañando con una luz mortecina todo cuanto la rodeaba. Se acercó a la nevera y puso su mano sobre el asa que la abriría, tirando de ella. El intenso olor que de ahí manó la hizo cerrarla al instante. Dos semanas sin electricidad eran más que suficientes para echar a perder lo que quiera que guardasen ahí dentro. Debería seguir buscando. Ingenuamente abrió el grifo, pues también estaba sedienta, pero éste se limitó a hacer un ruido, como un gorgoteo, y volvió a quedar en silencio. Tras la puerta de acceso había otra puerta, cerrada. Bárbara pensó que  tal vez sería la despensa. Se acercó a ella y la abrió.

En efecto, se trataba de la despensa, pero ahí no se encontraba lo que ella hubiera podido prever, sino algo mucho más desagradable. A juzgar por la barba que asomaba por entre la sangre seca de lo que quedaba de su cara, debía de tratarse del señor Soto. Estaba sentado en el suelo, medio de lado, con una de sus manos todavía sosteniendo la escopeta de caza que le había quitado la vida, y que le había volado media cabeza. Los efectos del disparo aún se notaban por todos lados, pues la estantería que había tras él estaba bañada en sangre, y con el disparo había dejado caer parte de los alimentos envasados que ahí guardaban.

La visión era horrible, y de buen grado hubiera cerrado esa puerta de nuevo para no volver a abrirla, pero ahí había todavía demasiada comida intacta, y ella tenía mucha hambre. Cuchillo en mano se acercó al señor Soto, y le sustrajo la escopeta de las manos. Tal y como tenía la cabeza, desfigurada y agujereada, Bárbara bien sabía que no volvería a levantarse. Comprobó que la escopeta estaba vacía. Por lo visto había gastado su última bala en quitarse la vida; Bárbara debería conformarse con el cuchillo. Agarró una botella de agua, un par de latas de conserva y una bolsa de patatas fritas, y salió finalmente de ahí.

Dejó toda la comida sobre la mesa de la cocina, y tomó asiento en una silla de madera. Encarada por si las moscas a la puerta de entrada, y con el cuchillo bien a mano, comenzó a comer y beber, saciando sus necesidades, sintiendo por primera vez en mucho tiempo, algo de placer, algo de paz.

comentarios
  1. justys dice:

    creo que si yo me viera en esa situación, haría lo que ha hecho el Señor Soto ,antes de convertirme en una de ellos me quito la vida…

  2. Lector Anonimo dice:

    Comunismo extremo LOL!

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