1×009 – Desconfianza

Publicado: 20/03/2011 en Al otro lado de la vida

9

Piso del señor y la señora Soto

28 de septiembre de 2008

Bárbara cayó al suelo golpeándose la espalda contra algo duro. Esa mujer se diferenciaba del resto de los demás porque parecía sana. Tan solo le delataban sus ojos rojos y la palidez de su piel; era evidente que aún no se había alimentado, aunque estaba segura de que eso se solucionaría enseguida. Bárbara se alegró de haberse colocado los tejanos y la camiseta de manga larga; ahora tan solo sus manos y su cabeza estaban en contacto con el exterior, y resultaría mucho más difícil acabar infectada por ese ser. Colocó uno de sus pies sobre el hombro del ansioso animal, frenándola por unos momentos, mientras ella se afanaba por morderle a través de una bamba y asía con fuerza uno de sus muslos.

Todo se solucionaría en cuestión de segundos, de modo que era crucial tomar las decisiones rápidamente. Desde ahí podía ver el cuchillo, descansando tranquilamente sobre la mesilla de noche. Tan cerca, y a la vez tan lejos. Resultaría imposible hacerse con él sin permitir a ese ser hincarle el diente, pues ya le estaba costando mucho trabajo retenerla. La lucha encarnizada parecía decantarse por su enemiga, y Bárbara cada vez disponía de menos fuerzas para seguir defendiéndose. Miró a su alrededor, pero tan solo vio objetos inútiles desperdigados por el suelo; un teléfono móvil, un paquete de pañuelos, una cajita de condones… Entonces notó que algo le estaba pinchando en la espalda, que lo hacía desde que cayó de espaldas.

Se levantó un poco y agarró por el mango ese objeto. Era un destornillador, un destornillador de estrella. No era el cuchillo, pero serviría. Se armó de valor, apoyó su otro pie sobre la cabeza de la señora Soto, y empujó con fuerza para llevarla más adentro bajo la cama, el tiempo justo para levantarse, saltar torpemente sobre la cama y correr hacia la puerta del baño. Respirando acaloradamente, sosteniendo en su mano derecha el destornillador, esperó que llegase con toda la sangre fría que pudo. Vio a esa mujer arrastrándose con una habilidad inhumana bajo la cama, para salir de ahí debajo y levantarse apoyándose en una rodilla.

Se la quedó mirando un momento, con una extraña mueca en la cara, que hubiera podido interpretarse como una sonrisa si ese ser todavía dispusiera de humanidad. Bárbara dio un paso atrás, con la adrenalina supurando por sus poros, atemorizada de pies a cabeza, notando cada vez más cerca su final. Al ver como la señora Soto salía corriendo en su busca, empuñó el destornillador y lo sostuvo firmemente frente a sí, cerrando los ojos. A partir de ahí, todo pasó muy rápido. Bárbara notó un fuerte empujón que la hizo perder el equilibrio. Sintió como el destornillador dejaba de estar en su poder.

Cayó de costado al suelo, y vio como su contrincante entraba de bruces en la bañera, llevándose la cortina por delante, arrancándola de sus enganches del fuerte tirón. El borde de la bañera se había teñido de un rojo intenso, y ahora esa mujer luchaba por zafarse de la cortina. Bárbara corrió hacia la puerta, y la cerró con fuerza, viendo en el último momento la figura de esa mujer, con el destornillador clavado en un hombro teñido de rojo, levantándose para volver a la carga. La puerta se cerró con un portazo.

Bárbara se apresuró en arrinconar la cómoda frente a la puerta, y la cama contra la cómoda, confiando que así jamás pudiera salir de ahí, oyéndola gritar con sonidos sin sentido, pero todavía humanos en cierto modo, claramente femeninos, mientras golpeaba con furia la puerta en sus embestidas. Se volvió a sentar en la cama, llevándose una mano helada y temblorosa a la frente. Había sobrevivido una vez más, pero eso no significaba nada. Ese era un mundo de locos. No podía seguir así, era demasiada presión, demasiado miedo. Los golpes se repetían sin perder intensidad ni frecuencia, puesto que sabía que Bárbara todavía estaba ahí, la podía oler.

Se levantó, dispuesta a salir de ahí, y se miró de arriba a abajo. Todo parecía en regla. Por fortuna no le había mordido ni le había arañado, lo cual hubiera resultado fatal. Tampoco le había manchado con su sangre corrupta, de modo que seguía sana, aunque sabía que era cuestión de tiempo que eso cambiase. Ella era una, y ellos eran cientos, miles, millones. No había escapatoria alguna. Echó un último vistazo alrededor, antes de salir de una vez por todas de esa habitación, y reparó en un lápiz de labios que había tirado en el suelo. Lo abrió y vio su color rojo intenso, el mismo rojo de la sangre. Se acercó por última vez a la puerta y escribió: «Hay uno de ellos aquí dentro». Cerró el pintalabios y lo tiró sobre la cama.

Al salir de la habitación, dejando la puerta cerrada tras de si, con el cuchillo en una mano la vela en la otra, pues ya era de noche, sintió ganas de huir del piso. No paraba de oír esos golpes en la puerta y las paredes, y estaba segura de que acabaría volviéndose loca. Pero debía guiarse por el espíritu práctico, no sabía lo que había ahí fuera, y  tal vez fuera peor salir que quedarse dentro. Miró el estrecho pasillo y sopesó las posibilidades. Podía dormir en el aseo, en el salón o en el estudio. Entró en el estudio, y dejó la vela sobre el escritorio. Cerró la puerta con pestillo a su paso, sintiéndose algo más segura, y se sentó en el sofá. No era ni de lejos la mitad de cómodo que lo hubiera sido la cama de matrimonio, pero desde ahí no se oían tanto los gritos y los golpes, cada vez menos acusados.

Miró concienzudamente dentro de un pequeño armario e incluso debajo del sofá, aunque éste no se levantaba más de diez centímetros del suelo. Sintió que se estaba volviendo paranoica, sospechando de todo y de todos, y que jamás podría volver a tratar con ninguno de sus semejantes, porque creía temer ya a toda la raza humana. Poco a poco, el silencio se fue apoderando del edificio, incluso la señora Soto acabó asumiendo la derrota y se puso a dormir dentro de la bañera. Tan solo se oía el rozar de la suelas de unos zapatos en la oscuridad de la noche. Bárbara se asomó por la ventana y vio a la chica que horas antes había pedido auxilio, aunque ya no era ella. Uno de sus brazos mostraba un aspecto lamentable, faltándole gran parte de la carne. Ella la miró, y Bárbara volvió a meterse dentro, cerrando la ventana.

Se tiró de espaldas al sofá, cansada de todo, preguntándose una vez más si debía sentirse afortunada o desdichada por seguir viva. Cerró los ojos y trató de dormirse, creyendo oír crujidos, pasos, voces provenientes tan solo de su subconsciente. Le costó mucho conciliar el sueño, pero acabó durmiéndose sentada en el sofá, con el cuchillo agarrado con ambas manos.

comentarios
  1. Don Fernando dice:

    Hola David, he llegado a este capitulo tán bueno y emosionante como todos pero debo decirte que me iré a acostar pero no me olvidare de esta serie que retomare otra vez mañana no más tardar.
    Unas preguntas:
    ¿La niña de la bicicleta roja es la niña zombie que fue asesinada por el zombie de 10 años?
    ¿Por que se suicido el Sr Soto si su mujer llacia en la habitación de matrimonio?
    Has pensado en vez de que tus lectores leean tus novelas las oigan con tu propia voz o con un progama que se llama Loquendo y hacer unas imagenes para que se metan más en la historia.
    Lo digo por que hay personas que no le gusta nada leer y por mi parte me gustaria mucho ver algunas imagenes, pero no digo que mi imaginacion sea mala si no que me gusta entretenerme con el aspecto que le da su autor jajaja.
    Por lo que veo te gusta RE ^^
    Buenas noches David un cordial saludo desde Canarias.
    Atte: Idafe.

    • La niña a la que haces referencia no es la misma. Como comprobarás más adelante, la de la bicicleta roja es Zoe, y es el segundo personaje troncal de la novela.
      El señor Soto se suicidó potencialmente por muchos motivos. Por haber sido infectado y no soportarlo. Por ver que había perdido a su mujer frente a la infección. Por descubrir que el mundo se había venido abajo y no había por qué luchar… Esta misma tesitura se presenta más veces a lo largo de la novela.
      Nunca me lo planteé como audiolibro, si te soy sincero. Aunque quizá sí fuera interesante para poder ofrecerlo a invidentes. Interesante reflexión.
      Yo no soy especialmente hábil a la hora de reflejar en imágenes la historia, porque no tengo la habilidad necesaria para ello. No obstante, me he rodeado de grandes compañeros que me han ayudado a darle ese otro enfoque a la novela. En este mismo blog, en la parte superior, podrás ver dos pestañas, una llamada Fanart y otra llamada Ilustraciones, donde Diego y Alejandra respectivamente han ofrecido su visión sobre la novela, y es más que acertada en ambos casos.
      Soy gran fan de los primeros RE, como mucho hasta el 3, y si miras con atención, verás algún guiño superficial.
      ¡Saludos!

      David.

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