1×026 – Locura

Publicado: 27/03/2011 en Al otro lado de la vida

26

Residencia de la familia Peña

23 de septiembre de 2008

La sábana se vino abajo y mostró la cara de Paola. Pero esa ya no era Paola, porque Paola había muerto. Tenía los ojos rojos, inyectados en sangre, y la mirada del diablo; la expresión de su cara carecía de toda humanidad; ahora era uno de ellos. Ladeó la cabeza, haciendo sonar un crujido de huesos que hizo que Adolfo se diera media vuelta. Estaba demasiado cerca. Debería haberlo previsto, pero había sido demasiado temeroso, demasiado estúpido. Debería haberla atado a la cama, haber evitado lo que ahora parecía inevitable, pero pese a que lo había pensado muchas veces, nunca había osado plantearle eso a su esposa, invitándola de ese modo a morir como un perro encadenado.

Zoe pudo ver como su madre se abalanzaba contra su padre, y como éste la esquivaba en el último momento, evitando de ese modo el mordisco que hubiera resultado fatal. Dio un paso atrás, asustada, mientras veía como Adolfo corría hacia la puerta. Ahora en su rostro tan solo se veía la desesperación y el instinto de supervivencia. Para él, esa mujer que le estaba persiguiendo para darle caza no era la mujer con la que había convivido tanto tiempo. Zoe dio otro paso más, y vio como la puerta se cerraba de un portazo, empujada por el cuerpo de su padre al impactar contra ella en su frenética huida.

Desde su posición tras la puerta, después del portazo tan solo oyó un par de golpes, y luego, el silencio. La incertidumbre y la agonía de pensar lo que podía estar ocurriendo ahí dentro acabaron de destrozar su ya maltrecho equilibrio emocional. Esa pequeña niña ya no era dueña de sus acciones, pues había perdido la poca cordura que le quedaba. Anduvo unos pasos hasta la escalera que daba al primer piso, y se sentó en el segundo peldaño, sin dejar de mirar la puerta cerrada del dormitorio de sus padres, con la mirada perdida y la mente completamente en blanco.

No pudo ver como sus progenitores forcejeaban en el suelo, porque la puerta se lo impedía. Tampoco vio como Adolfo conseguía a duras penas levantarse empujando sin miramientos a su mujer, ni como le daba una patada en el estómago y la estrellaba contra la cómoda, partiéndole un par de costillas con el golpe. No vio como su padre corría asustado hacia el baño que tenía la habitación, ni como su madre se levantaba como si nada le hubiese ocurrido y seguía persiguiéndole con la única intención de matarlo y alimentarse de su cuerpo caliente y saludable. Si lo hubiera visto,  tal vez se hubiese involucrado, y hubiera acabado siendo una víctima más de ese juego macabro.

Por fortuna se perdió la parte en la que Adolfo, al entrar atropelladamente en el baño, resbalaba con el agua que había quedado en el suelo, de la última vez que había aseado a su esposa. También se ahorró la parte en la que se su padre perdió el equilibro y salió proyectado contra la bañera. No vio como se agarraba a la cortina en su intento de mantenerse en pie, ni como se desnucaba contra el borde de la bañera, al desprenderse la cortina sin ofrecer ninguna resistencia, dejándola completamente huérfana en cuestión de cinco minutos. Pero Paola si lo vio, y se le hizo la boca agua.

Descansaba bocabajo en la bañera, parcialmente tapado por la cortina, que aún conservaba un par de enganches en pie. Un charco de sangre comenzó a formarse bajo su cabeza, tiñendo de rojo la blanca superficie cerámica. Paola se acercó lentamente, pues ahora no había prisa alguna por empezar; la presa estaba inmóvil y no se resistiría. Se acercó al que en tiempos fuera su marido y comenzó a mordisquearle el brazo que sobresalía de la bañera por encima del borde de la misma, sin apenas hacer ruido, saboreando la carne cruda y deleitándose con la sangre templada que de ahí manaba.

Pasaron más de diez minutos antes de que el virus con el que Paola le había infectado al empezar a comerse su brazo comenzase a dar las primeras señales de vida en su organismo. Al principio no fueron más que unas leves convulsiones, y Paola siguió alimentándose del brazo de su marido como si nada, pero poco a poco se fueron tornando más violentas, dotando a todo su cuerpo de un extraño tembleque que consiguió apartar a Paola de la que hasta entonces había sido su merienda. Ahora ya no le interesaba; poco a poco su carne se iría impregnando más y más de un sabor y un olor repulsivo, que harían de él un manjar detestable.

Zoe seguía sentada en el segundo peldaño de la escalera, sin pensar en nada, cuando su padre se levantó. Lo hizo con rapidez y ansiedad, resbalándose un par de veces dentro de la bañera mojada con su sangre antes de conseguir salir de ahí. Una vez lo hizo, con los zapatos manchados de sangre, posó sus pies sobre el suelo dejando una huella roja a su paso. Miró a su esposa, sin reconocerla, y la husmeó, comprobando que ella también era uno de ellos, por lo cual no le interesaba. Siguió olisqueando el ambiente, notando todavía la fragancia inconfundible de un ser humano.

Los dos abandonaron el baño, observándolo todo a su paso, sin apenas hacer ruido. Anduvieron unos minutos por la estancia, limitándose a mirarlo todo, buscando pero sin encontrar la manera de salir de ahí. En un momento dado Paola empujó sin querer la lámpara de pie que había junto a la puerta, y ésta cayó al suelo con un sonoro golpe. Zoe gritó al escuchar el golpe, volviendo de repente al mundo real, y ello delató su presencia. Paola y Adolfo miraron hacia la puerta al mismo tiempo, y se abalanzaron contra ella, como si no existiera y pudieran atravesarla.

Los primeros golpes alertaron a Zoe, que se puso en pie sin saber a donde ir. Miró la puerta de entrada y el pasillo que daba a la puerta del patio trasero, pero enseguida descartó ambas posibilidades, porque lo más seguro es que acabase encontrándose con algún otro indeseable ahí fuera. Se disponía a subir las escaleras cuando uno de los golpes reventó la puerta, mostrando el brazo de su padre entre la madera astillada. Zoe comenzó a gritar y a llorar, sin saber qué hacer, trastabilló y cayó de culo a la escalera, mientras veía como su padre y su madre acababan de reventar la puerta y salían a su encuentro.

comentarios
  1. TopRock dice:

    Increible, que tension, casi se puede sentir el miedo y la desesperacion de zoe, no me lo esperaba, pense que de alguna forma u otra acabaria con paola. Genial

  2. ShadowGhost333 dice:

    la unica salvacion de zoe es…suicidio X.X o talahasi ^^

  3. Akira22 dice:

    hay algo que no comprendo, no representa que si el humano ya esta muerto si le muerden después de la muerte no puede contagiarse? nose si me he explicado bienXD

    • Que esté vivo o muerto es lo de menos, si le infectan se convertirá igual, resucitando. Y si me apuras, es más eficiente que le infecten después de muerte, porque el virus no encuentra ningún impedimento para actuar a sus anchas. Si la persona está viva, el virus lucha para acabar con ella, y luego hacerse con el poder del cuerpo. Si ya está muerta, no hay filtro y puede actuar más rápidamente.

      • Akira22 dice:

        oki, tenia entendido que estando muerto no podía actuar pq ya no había organismos a los que comerse o algo así, nose paranoias, total, error mio. Entonces, la señora que tiro Barbara de la azotea si no recuerdo mal para escapar, también se levantaría siendo uno de ellos?

      • Es parte de las decisiones que tomé al respecto de la ficción, para ofrecer más magia y posibilidades a la novela. La transición siempre ocurre después que el huésped muere, y planteé que si ya estaba muerto igualmente tendría sentido. La respuesta a tu pregunta bien podría ser afirmativa, siempre y cuando no estuviera tan hecha polvo tras el golpe como para no volver a la vida, o que no la dejaran en tan mal estado para privarla de ello, tantos infectados hambrientos como había abajo.

  4. Akira22 dice:

    bien todo aclarado muchas gracias^^

  5. magic dice:

    Me ha encantado la parte en la que describes la muerte del padre, lo has narrado con tanto detalle y tan bien que me ha servido para montarme una imagen mental bastante tétrica, zoe me de pena

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