2×367 – Copiloto

Publicado: 25/10/2011 en Al otro lado de la vida

TOMO DOS

AUGURIOS DE MUERTE

 

En aquellos días nublados, Robert Neville no sabía con certeza cuándo se pondría el sol, y a veces ellos ya ocupaban las calles antes de que él regresara. Si hubiera sido más analítico, podría haber calculado la hora de su llegada; pero seguía utilizando el hábito de juzgar el ocaso mirando al cielo, y en los días nublados ese método no funcionaba. Por ello, solía quedarse cerca de la casa esos días.

 

RICHARD MATHESON, SOY LEYENDA

Yo vi la cara de un animal, no un animal inteligente, sino uno lleno de astucia, maldad y… si, alegría. Hacía lo que le correspondía hacer. El sitio y las circunstancias no importaban demasiado.

 

STEPHEN KING, LA MILLA VERDE

Entonces salió otro caballo, rojo; y al que estaba montado en él se le concedió quitar la paz de la tierra y que los hombres se mataran unos a otros.

APOCALIPSIS, 6:2

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA: Uno

 

La primera piedra en el camino

 

 

367

Residencia de verano de los vecinos de Bárbara, Sheol

16 de julio de 1986

Bárbara estaba al borde del llanto. Trató de empujar por enésima vez la tapa, pero ésta no cedió ni un milímetro. Estaba tumbada de espaldas en esa caja que parecía hecha a medida de su pequeño cuerpecito de niña de cinco años. Se le clavaban en los hombros desnudos y en las piernas miles de pequeños bultos que todavía hacían más incómoda la estancia ahí dentro. El enfado original se estaba tornando en miedo, y la mandíbula empezó a temblarle, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Trató de empujar de nuevo la tapa, pero el esfuerzo fue en vano.

BÁRBARA – ¡Idiota! ¡Déjame salir!

Se había metido en ese cofre de mimbre mientras jugaba al escondite con Pedro, el hijo de su vecina, un chico tres años mayor que ella, con severos problemas de sobrepeso. Pedro había hecho trampa. Le tocaba a él taparse los ojos y contar hasta diez en voz alta, pero había echado un vistazo antes de tiempo, y había visto cómo la niña se escondía en el cofre, junto al cobertizo donde su padre guardaba los útiles de jardinería. Le había faltado tiempo para dirigirse hacia ahí una vez hubo acabado de contar, y se había sentado encima, mientras se aguantaba la risa. El peso del niño y la poca fuerza de Bárbara, amén de que el adulto más cercano estaba tras un muro de ladrillo a cincuenta metros de ahí, evidenciaban que no saldría hasta que a Pedro le diera la gana.

Bárbara había esperado pacientemente un par de minutos antes de intentar abrir la tapa, para ver dónde se encontraba su compañero, y sopesar si era ese un buen momento para ir al punto de partida y ganar así el juego, pero no había podido hacerlo. Desde entonces había estado, primero pidiendo y luego exigiendo a voz en grito, que apartase su gordo culo de la tapa. Su llanto y su desesperación se unieron a las estruendosas carcajadas de su carcelero, que estaba disfrutando de lo lindo del sufrimiento de la pequeña. Bárbara volvió a golpear la tapa con las manos abiertas, mientras las lágrimas le recorrían las sienes y se le metían en los orificios de las orejas.

Poco más tarde se cansó, con la respiración agitada y el pulso por las nubes, y cerró los ojos, tratando de tranquilizarse. Hasta entonces Pedro no le caía muy bien, pero ahora le odiaba, y se le hacía la boca agua al pensar cómo le contaría a su madre lo que había hecho, para disfrutar acto seguido de la bronca que con toda seguridad le caería. Sabía que antes o después acabaría por levantarse y le dejaría salir, pero no podía evitar seguir sollozando. Un instante después de que sus gritos y sus golpes nerviosos cesaran, notó un cambio en la iluminación. Vio más luz filtrarse por las rendijas que dejaba el entrelazado de mimbre, y enseguida supo que por fin había sido liberada. Sin pensárselo dos veces, empujó de nuevo la tapa, que en esta ocasión cedió sin ofrecer la menor resistencia. La empujó hasta abrirla del todo y se quedó ahí sentada, mirando a su alrededor. Estaba en lo alto de una pequeña colina, a la sombra de unos altos pinos, junto a un cobertizo hecho de madera. No había rastro de Pedro, pero hubo algo que le llamó la atención, lo mismo que había hecho que Pedro optase por dejar de martirizarla.

Vio el coche de su padre aparcado en la entrada; le vio salir a él, y vio cómo la madre de Pedro, su vecina, iba a su encuentro. La niña enseguida entendió que algo no andaba del todo bien. Alcanzó a ver a su hermano dentro del coche, sonándose los mocos con un pañuelo de papel. Le extrañó que lo hiciera, porque era pleno verano, y ella no recordaba haber visto utilizar un pañuelo a su hermano prácticamente nunca. Tenía la cabeza gacha, y en cuanto acabó de sonarse, se puso un cigarro en la boca y lo encendió, con tanta prisa y torpeza que casi se le cae de las manos.

Entonces miró hacia donde estaban su padre y la vecina, desde su posición, sentada en la cesta de mimbre. Pedro ya se había metido en la casa, pero ella ya no recordaba siquiera lo mal que lo había pasado ahí encerrada. Su padre estaba hablando con la vecina. Ésta asentía con la cabeza, atosigándole a preguntas. Bárbara se encontraba demasiado lejos para poder oírles. Su padre estaba excesivamente serio, y eso fue lo que le puso en alerta en primera instancia. Lo que acabó por romperle los nervios fue cuando vio cómo la vecina se llevaba una mano a la boca, abierta, y se giraba para mirarla, con una expresión de asombro y pesar, mientras empezaba a llorar.

Bárbara se incorporó del todo y salió del cofre, notando cómo le temblaban las piernas. Miraba a su hermano dentro del coche, que había tirado el cigarro prácticamente intacto al césped recién cortado; ahora se había llevado ambas manos a los ojos, apoyando los codos en las rodillas. Se acercó lentamente, con el ceño fruncido, tan lentamente que a cada paso creía alejarse en vez de acercarse, deseando para sus adentros que así fuera. Sabía de dónde venían su hermano y su padre, y aunque todavía era muy pequeña, una macabra certidumbre empezaba a dibujarse en su cabeza.

Llegó hasta donde estaban su padre y la vecina. Ésta la miraba como a una extraña, como si jamás antes la hubiera visto. Seguía llorando, y parecía encontrarse al borde de un ataque de nervios. Su padre llevaba puestas unas gafas de sol que no permitían a la niña verle los ojos, pero la expresión de su cara era suficiente para acabar de convencerla de que algo andaba mal, muy mal. Padre e hija cruzaron las miradas durante unos momentos. Bárbara se había contagiado del ánimo de su vecina y un gran lagrimón recorrió su mejilla derecha, todavía húmeda por cuanto había llorado encerrada en el cofre de mimbre.

BÁRBARA – ¿Cómo está la mama?

comentarios
  1. D-Rock dice:

    Que alegria!!!
    Finalmente el flashback de mi querida Barbara!!!
    El inicio del segundo tomo!!!

    Gracias David y por ese flashback omitire mi pregunta recurrente de los ultimos comentarios: Y Morgan?????

    Jajajajajaja. Excelente historia. Y al inicio tomas frases de dos excelentes historias y dos excelentes peliculas :Soy leyenda y La Milla Verde

    • Uno de ellos, no lo olvides. Por ahora no habrá más cronologías del éxodo, y se sustituyen por el voluntariamente omitido flashback de Bárbara, más largo que el de sus demás compañeros, y más chicha xDD Los iré intercalando entre la historia troncal, en los momentos clave correspondientes.

  2. D-Rock dice:

    Oh si, habia olvidado ese dato!!!

  3. Tulipan dice:

    Hacia mucho que no me pasaba por aquí, pero ahora que tengo algunos ratines voy a retomar, que creo que tengo bastante para ponerme al día, pero voy a empezar por aqui que necesito refrescar un poco =)

    • Aquí eres siempre más que bienvenida, lady Tulipán. La magia de aparcarlo durante un tiempo, es que ahora tendrás un buen puñado de material inédito al que echar mano. Me alegra saberte de nuevo interesada por las desventuras de Bárbara y compañía, confío tengas una agradable experiencia con tu vuelta.
      Ahora estoy colgando dos capítulos por semana, martes y sábados, y tengo material para hacerlo sin pausa hasta el final del segundo tomo.
      ¡Saludos cordiales!

      David.

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