2×389 – Resumen

Publicado: 11/11/2011 en Al otro lado de la vida

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La muerte de su madre dio un vuelco considerable en la vida de Bárbara. No era más que una niña cuando ocurrió, pero la ausencia de la figura materna hizo que todo fuese más difícil y menos agradable de ahí en adelante. Ya había empezado a notarlo cuando la ingresaron en el hospital, pero por esos entonces todavía la veía la mayoría de los días, y aunque en casa nunca había nadie que le hiciese compañía, al menos tenía esa ilusión por ir a verla, que la mantenía animada. Pero a partir de entonces, se quedó sola. Su hermano hacía ya mucho que vivía fuera de casa, con la que aún era su mujer, y su padre pasaba la mayor parte del tiempo trabajando, y el rato que pasaba por casa no le prestaba demasiada atención. Esa había sido siempre la función de Ana, su esposa; él jamás la había tratado como un padre debe tratar a una hija, y más siendo tan pequeña como era. Para él, el trabajo era mucho más importante que la familia, y con la muerte de Ana, aún se había centrado más en él, dejando a todo lo demás de lado.

Desde entonces había pasado más tiempo con las niñeras y las limpiadoras de la casa que con su padre. Pese a que esas mujeres eran cariñosas y la trataban muy bien, ella no era su hija; ellas ya tenían sus propias hijas. Bárbara necesitaba otro tipo de cariño, un cariño que todavía tardaría muchísimo tiempo en conseguir. A su padre le veía la mayoría de las veces, que tampoco todas, a la hora de comer, y ni siquiera entonces le dedicaba mucha atención. A su hermano le veía todos los fines de semana, y pese a que era mucho el cariño y el vuelco que él tenía por ella, por su pequeña princesita, su trabajo también le absorbía mucho, él y el padre de ambos trabajaban juntos, y tampoco podía ofrecerle eso que ella tanto necesitaba.

Así pasaron los años, en una especie de independencia forzada, dando por hecho que la vida en realidad era así, y limitándose a asumirlo. No obstante, a medida que se iba haciendo más grande, ese sentimiento frustrado de falta de atención fue tornándose en ira reprimida, y se volvió una chica sino rebelde, excesivamente inconformista. Las discusiones con su padre se volvían cada vez más frecuentes, cada nueva ocasión con un tono más alto. El hombre no le prestaba mucha atención, pero sí estaba más que dispuesto a marcar unos límites y unas normas, normas que para una adolescente resultaban poco menos que intolerables. Las discusiones eran el pan de cada día, y ella odiaba que su hermano nunca se involucrase, y que cuando lo hacía fuera para ponerse del lado de su padre, para no buscarse problemas. Estuvieron limitándose a convivir, entre pelea y pelea, hasta que Bárbara fue lo suficientemente adulta como para abandonar el nido.

Siempre fue una chica muy aplicada en los estudios, pese a que nadie le controlaba en ese aspecto, y desde pequeña estuvo convencida de que su destino sería el de ser profesora. Su padre quería que escogiese el mismo camino que había tomado él, el mismo que había tomado también su hermano, pero a ella no le gustaba esa rama, y ese fue otro de los grandes motivos de enemistad entre ambos, pues su padre siempre le repetía que jamás podría ser una mujer de provecho si escogía ese camino. Acabó los estudios obligatorios y comenzó a estudiar magisterio, tanto por convicción como por llevar la contraria a su padre, en la facultad que había en Sheol, a tan solo un par de kilómetros de la casa en la que había vivido siempre. No era una alumna ejemplar, pero tampoco era de las peores, y antes de que se diera cuenta, ya había acabado. Ahora el resto de su vida se perfilaba delante de sus ojos, y ella estaba considerablemente asustada.

Una de las mayores discusiones que jamás vivirían coincidió con la cena a la que asistieron los tres miembros de la familia tras la ceremonia de graduación de Bárbara. La mujer estaba muy contenta y orgullosa de lo que había conseguido, pero su padre no hacía más que quitarle peso, seguir insistiendo en que se había equivocado. Fue cuando dijo que incluso se sentía avergonzado de ella, cuando Bárbara no pudo más. Se levantó rauda, tirando incluso la silla en la que había estado sentada, y se puso a gritar en mitad del restaurante, consiguiendo que todos los demás comensales se les quedasen mirando. Su hermano trató de apaciguar los ánimos, pero resultó inútil. La conclusión final fue la de que Bárbara abandonaría la casa de su padre, donde había estado viviendo hasta entonces, y empezaría a vivir por su cuenta, sin contar con él para nada. Su padre pareció más que satisfecho con dicha conclusión, y Bárbara salió del restaurante llorando, no sin antes dejar sobre la mesa el dinero de la cuenta.

Se fue a vivir a Etzel con su mejor amiga a un piso alquilado, esa misma semana. Empezó a trabajar de camarera en un pequeño bar que tenía debajo mismo de casa. Estaba acostumbrada a que su padre siempre se lo pagase todo, pues por más mal padre que fuese, tenía mucho dinero, y eso era algo a lo que ella jamás le había dado importancia. Ahora que tenía que valérselas por sí misma, se dio cuenta que no era tan sencillo como ella pensaba, llegar a fin de mes. Al principio le resultó bastante difícil, y tuvo que pedir ayuda a su hermano, a escondidas de su padre, para que le echase un cable. Él estuvo más que contento y orgulloso de poder hacerlo. La quería mucho.

Ese mismo año la llamaron para hacer una suplencia en la escuela Sagrado Corazón de Etzel, ya que una de las profesoras acababa de tener un hijo. Se incorporó enseguida, asustada e ilusionada a partes iguales. Enseguida se amoldó al trabajo, y fue entonces cuando comprendió que no se había equivocado; eso era realmente lo que ella quería hacer con su vida. Estuvo trabajando durante toda la suplencia, y enseguida hizo muy buenas migas con todo el equipo.

Unos meses más tarde, finalmente tuvo que abandonar su puesto, cuando la profesora a la que sustituía se reincorporó. Volvió a quedarse en el paro, y no pudo recuperar su antiguo trabajo, y al parecer no había plazas en ningún otro colegio cercano. Así pasó los próximos meses, luchando por encontrar algún lugar en el que trabajar, pero sin conseguirlo. De nuevo tuvo que pedir ayuda a su hermano. Para esos entonces hacía ya más de un año que no se hablaba con su padre; los dos eran demasiado orgullosos para dar su brazo a torcer.

No habían pasado aún seis meses después de que abandonase el trabajo, cuando recibió una llamada que jamás se hubiera esperado. Al parecer uno de los profesores más veteranos de la escuela se jubilaba ese mismo año. Ella había convivido con él en la escuela durante el tiempo que estuvo trabajando, y le había ayudado más de una vez con su trabajo, incluso insistiéndole, para “aprender cómo se hacía”, según decía ella. Había creado una buena impresión en el anciano profesor, y éste pensó que nadie mejor que ella podría ocupar su plaza de cara al nuevo curso, cuando acabase verano. Le contó que lo había puesto en común con el resto de profesores, y que todos habían estado de acuerdo, incluso la madre reciente, que a duras penas había tenido ocasión de conocerla. Bárbara aceptó sin pensárselo dos veces, y comenzó a saltar de alegría y a gritar como una loca en cuanto colgó el teléfono.

Ese mismo verano fue cuando conoció a Enrique. Estaba trabajando en la rambla principal de Etzel, en un bar restaurante que acababan de cambiar de dueño. Enrique era cliente habitual cuando el restaurante tenía el dueño anterior, y pese al cambio no había dejado de acudir ahí todas las tardes, al salir de trabajar de la oficina, vestido con traje y corbata. Él se había interesado por Bárbara prácticamente desde el primer día que la vio, y estuvo flirteando y agasajándola durante más de dos meses, hasta que finalmente consiguió que le concediera una cita. No tardaron mucho más en empezar a salir.

En septiembre de ese año Bárbara ocupó su plaza fija en la escuela Sagrado Corazón de Etzel, y se fue a vivir a un tercer piso sin ascensor, de alquiler, con Enrique. No recordaba haber sido más feliz en toda su vida. Estuvieron tres años conviviendo, dándose cuenta cada mañana que realmente estaban hechos el uno para el otro. Tres años fueron los que necesitó Enrique para armarse de valor y dar el siguiente paso.

comentarios
  1. Sicke dice:

    Sabia k los creadores de la cepa eran el padre y el hermano de barbara,no lo dices claramente pero las sutiles pistas anteriores y la k das en este son suficientes para k mi cerebro lo asimile y lo junte todo en la misma madeja de lana 🙂

    • Soy muy dado a ir dejando pequeñas pistas y huevos de pascua para decir algo pero guardándome el factor sorpresa o los detalles para los más rezagados, y permitiendo a los demás hacer mi y una elucubraciones, algunas más acertadas y otras menos, y que pista a pista vayan dirigiéndose hacia el destino real, y ofrecer la sensación de «detective» cuando finalmente lean abiertamente lo que tan sutilmente se ha ido diciendo de pasada. Si te soy sincero, fue el viernes pasado, en el capítulo 605, cuando desvelo abiertamente, en un contexto que te trabajé muchísimo para que resultase el más propicio y en el momento más adecuado, eso que comentas. ¡Un saludo, Sicke! :3

      David.

  2. Sicke dice:

    Sé que son familia!!si en ese capitulo me desmontas todo sabre k lo aces solo para chincharme y despistarme de todo lo que llevo averiguado,jajajajjajajajajaja 😛

    • Jajajajajaja ¡Yo no he dicho ni que sí ni que no! Intento esforzarme desde hace un tiempo en no mojarme a ese respecto, por no quitarle la magia a la novela. En cualquier caso, son las pistas que yo mismo he ido dejando a propósito las que te han llevado a esa conclusión, lo que aún le da más valor a tu hallazgo. Lo que sí te puedo decir es que si yo fuera un profe y tu un alumno, serías de los empollones de la clase xDDDD

  3. Mirame! dice:

    ey,en las hisorietas esas que pusistes al final del primer tomo e te olvidó poner la histoia del tio ese que como se habia entretenido encerrando a los infectados en la cancha de basket xDDDDD

    • Justo ahora que lo dices, me has hecho pensar al respecto de un suceso más adelante, y responde vaguísimamente a lo que comentas. Escogí siete contextos, pensados de antes, y lo que hice fue incluirlos durante la historia, pensados de antes, para luego y con la calma, explicarlos a fondo. Habrían mil más, ciertamente, que igual podrían tener cabida, y no descarto eventualmente retomar alguna de esas escenas y darle la enésima «historia paralela de final cerrado». He de reconocer, que gracias a vuestras apreciaciones, he releído la novela de cabo a rabo, desde vuestros ojos, e incluso he llegado a perfilar una parte del tercer tomo que tenía algo borrosa gracias a comentarios que me habéis hecho llegar, consiguiendo dar respuesta a esa pregunta y además atando un cabo suelto que siempre me había dejado intranquilo.

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