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El avión partió del minúsculo aeródromo ubicado a las afueras de Gebul, una población costera a quince kilómetros de la frontera entre España y Francia, la tarde del 1 de octubre de 2008. Una coalición de soldados, policías y meros agentes de seguridad, todos armados hasta los dientes, se hicieron fuertes alrededor de la verja que separaba el aeródromo del resto del mundo, de la zona donde los infectados eran los dueños y señores.
El plan era sencillo, a la vez que arriesgado; estuvieron anunciando por la megafonía a todo el que pudiera escucharles que un avión partiría de ahí en busca de un lugar libre de infección. El ruido, amén de las bengalas que tiraban con una periodicidad de dos horas, atrajeron a muchísima gente. La mayoría de ellos eran los infectados que rondaban por los alrededores, que enseguida empezaron a formar una densa sábana de cadáveres alrededor de la verja. También fueron muchos los civiles que tuvieron la discutible fortuna de oír el aviso, y acercarse a reclamar esa ayuda que se les ofrecía.
Todos y cada uno de ellos pasaron un estricto control médico antes de obtener el visto bueno para formar parte de la tripulación del avión. En dicho control médico el único requisito para que no les echasen del aeródromo era el de no mostrar ningún tipo de signo de la infección. Muchos fueron los expulsados, algunos incluso provocaron auténticas peleas en las que murió más de un inocente. No obstante, la idea era bien clara: pretendían llegar a un lugar sano, un grupo de gente sana, donde no tener jamás que volver a oír hablar de todas las pesadillas que les perseguían desde hacía ya más de un mes.
A los tres días del inicio del reclutamiento de supervivientes, eran ya más de mil las personas que se habían congregado en el aeródromo, y acabó ocurriendo lo inevitable. Nadie supo por dónde había entrado, y fueron muchas las especulaciones sobre quién se había quedado dormido o quién había ido a mear sin cubrir su puesto, pero el caso es que se coló un infectado. Era un chico de apenas diez años, pero tuvo ocasión de morder a más de cuarenta personas antes que le abatieran. De esas cuarenta personas, once murieron para resucitar en cuestión de minutos y seguir sembrando el pánico entre los presentes. El efecto dominó se encargó del resto.
La situación se había vuelto totalmente insostenible y se tuvieron que tomar medidas drásticas. Después de un intenso tiroteo en el que aparentemente habían acabado con todos los infectados convertidos, tomaron la decisión de no esperar ni un minuto más, y partir cuanto antes con el avión. Abrieron una de las escotillas, y a lado y lado de la escalera de mano que permitiría a los pasajeros acceder al interior del avión, se posaron cinco de esos hombres armados de los que habían montado ese bello castillo en el aire que ahora se iba desmoronando a marchas forzadas.
Obligaron a hacer una fila india a todos los supervivientes de la masacre, y a ir desnudándose a medida que llegaban al inicio de la misma; a duras penas eran la mitad de cuantos habían amanecido esa misma mañana en el aeródromo. Los que se habían erigido como cabecillas procedieron a una estricta criba mediante mera observación visual. Cualquiera que tuviera un simple rasguño o arañazo, era automáticamente descartado e invitado a abandonar el lugar. Fueron bastantes los que intentaron rebelarse, alegando que el arañazo que lucían no era obra de ningún infectado, pero después de sus compañeros vieran cómo les mataban a sangre fría a la que alzaban la voz un poco más de la cuenta, se calmó bastante el ambiente. Muchos abandonaron la fila por su propio pie, antes siquiera de pasar por la humillación de saberse rechazados como pasajeros.
Tan solo cincuenta fueron las personas que consiguieron ese metafórico billete hacia la esperanza. Muchos de ellos tuvieron que despedirse entre lágrimas y lamentos de sus familiares, que sí habían sido víctimas de la infección. No tardando mucho más entraron al avión, y ocuparon los asientos de ventanilla, la enorme mayoría. Desde ahí se veía la ingente cantidad de cadáveres que habían dejado a su paso tanto dentro como fuera del aeródromo. La mayor parte de ellos cerraron las ventanillas, para no tener que volver a ver jamás ese macabro espectáculo, rezando incluso en voz alta, pidiendo que ese fuera definitivamente el momento de su liberación.
Tan solo había una única persona infectada a bordo, y todos cuantos subieron eran plenamente conscientes de ello. No obstante no tuvieron el más mínimo reparo en permitirle subir al avión; se trataba del piloto. Él era el único de los presentes que sabía guiar el avión, el mismo que lo había traído hasta el aeródromo y que había trabajado codo con codo con los soldados desde el primer día. Había perdido mucha sangre, después de ser atacado por hasta tres infectados al mismo tiempo. Escoltado en todo momento por cuatro hombres armados y tan solo después de haber accedido a ser sacrificado por el bien de los demás en cuanto tomasen tierra, ocupó su lugar en la cabina y puso el avión en movimiento.
Fueron muchos los que, desde tierra, se agarraron al tren de aterrizaje del avión, aún a sabiendas que eso aún sería peor que quedarse donde estaban. El avión comenzó a avanzar a toda velocidad, pues ya estaba en uno de los extremos de la pista, y consiguió alzar el vuelo pocos metros antes que ésta se acabase. Ninguno de los que había a bordo vio caer a las docenas de personas que habían agarradas a las ruedas, cuando éstas se volvieron a meter en el cuerpo del avión. Ninguno de ellos vio cómo se precipitaban al mar, la mayoría de ellos partiéndose el espinazo con el fuerte golpe.
El viaje fue bien hasta cerca del cuarto de hora de vuelo, cuando el piloto empezó a sentirse realmente mal. Su destino estaba a más de cuatro horas de ahí, pero cuantos estaban junto a él sabían que no duraría tanto. El piloto, reuniendo fuerzas para no desmayarse, explicó a sus compañeros lo mejor que pudo qué debían hacer para guiar los mandos de la nave, y acabó por perder el conocimiento al mismo tiempo que la isla Nefesh se empezaba a dibujar en el horizonte, cuando todo lo demás a 360º no era más que agua.
David, una pequeña falta de ortografía:Fueron bastantes los que intentaron revelarse (eran personas, no fotos).
¿Cuela si digo que es que están muy cerca las dos letras en el teclado? xDD Gracias de nuevo Caterina 😉
David.