2×393 – Primer

Publicado: 15/11/2011 en Al otro lado de la vida

393

El primer pelotón de policías, armados y asustados a partes iguales, llegó a la zona del siniestro cuando empezaba a oscurecer; para entonces el fuego y el humo ya se habían extinguido por completo. Aprovechándose de la luz de los focos de los tres jeeps en los que habían venido, y con las linternas adosadas a sus armas a modo de bayoneta, comenzaron a estudiar la zona con suma atención. Vieron el macabro espectáculo de los cadáveres de todos los tripulantes en el interior de la cabina de pasajeros; todos ellos tenían abrochado el cinturón de seguridad; todos sin excepción estaban muertos, cada cual con un aspecto más lamentable. No obstante el desagradable escenario, ello sirvió para hacer menguar sus miedos, relajarles y hacerles sentir seguros.

Observaron con esmero, tratando de no cambiar nada de sitio, pero lo único que les llamó la atención fue que más de la mitad de los asientos estuvieran vacíos. No obstante, tampoco había nada que les hiciera pensar que hubiera habido más tripulantes, pues no habían encontrado pisadas que salieran del fuselaje. Encontraron varios cadáveres más en la parte frontal del avión. La cabina de mandos había sufrido la peor parte en el impacto, y se encontraba sobre un mullido colchón de alto césped. Ahí se encontraban los cuerpos sin vida de cinco varones, y los restos parcialmente quebrados de varias armas de fuego. No obstante, ninguno de los dos asientos de piloto y copiloto, que lucían prácticamente intactos, estaban ocupados. Se disponían a enviar un informe por radio a la ciudad de Nefesh, cuando repararon en que uno de sus compañeros no estaba con ellos. Para esos entonces ya no había luz natural. Pese a que a esas alturas aún no había indicio alguno de que la infección hubiese venido en ese avión, la ausencia de su compañero empezó a formar en sus cabezas las más macabras hipótesis.

Revisaron de arriba abajo de nuevo todos los restos del avión, pero no encontraron rastro alguno del compañero desaparecido. Ello hizo cambiar totalmente sus prioridades. El avión podía esperar; ahora lo realmente importante era encontrarle, o cuanto menos saber cual había sido el motivo de su repentina desaparición. Se separaron en dos pelotones para barrer la zona, a bordo de dos de los jeeps. Ninguno de ellos amaneció vivo  la mañana siguiente.

 

            Después que el piloto quedase inconsciente, cuantos le acompañaban trataron de hacerse con el control de la nave. No tenían la más remota idea de cómo llegar hasta el lugar que habían dictaminado como destino; esa información se la había llevado el piloto consigo. A esas alturas ya había muerto. No obstante, Nefesh cada vez se dibujaba más grande en el horizonte. Se trataba de una isla enorme, y desde donde ellos estaban, aparentemente virgen, deshabitada; un muy buen destino, comparándolo con el  lugar del que procedían. Temían que si seguían adelante y decidían tomar tierra de nuevo en el continente, se encontrarían con lo mismo de lo que huían, de modo que unánimemente, y aún sin ponerlo en común, decidieron que lo mejor sería tratar de aterrizar en la isla.

Al principio pensaron que resultaría sencillo. El avión respondía considerablemente bien a sus maniobras, y creyeron que con lo poco que les había explicado el piloto antes de morir tendrían suficiente para tomar tierra, por más que les costase. Pero a medida que se acercaban más y más al suelo, vieron dos grandes problemas. Por una parte el hecho que no había sitio alguno donde tomar tierra sin llevarse por delante docenas de árboles, y por otra parte, que el avión iba muy rápido, demasiado.

Fue al intentar corregir el rumbo cuando el avión se les descontroló. Trataron de hacer que volviese a elevarse, para tomar tierra en otra zona, o alejarse de la isla si no hallaban un terreno apto, pero no fueron capaces, y la nave arrancó los primeros árboles, las ramas de los cuales mataron a cuatro de los cinco aprendices de piloto, al ensartarse en sus cuerpos, como si éstos estuviesen hechos de gelatina. Luego se ladeó aún más y tomó tierra con el tren de aterrizaje aún dentro; nadie les había enseñado a bajarlo. Una de las alas y ambas turbinas se desprendieron con los golpes de tantos árboles que se llevaron por delante. Los gritos histéricos de los tripulantes enseguida se tornaron en silencio, pues el impacto final fue tan grande que ninguno de ellos sobrevivió.

El avión acabó parándose, hecho añicos, habiendo dejado un importante surco en el suelo, muchos trozos de metal por el camino, y un pequeño incendio que no tardó mucho en extinguirse por sí solo. Ninguno de los tripulantes llegó a presenciar en vida ese momento, pero uno de ellos despertó a los pocos minutos. Estaba lleno de rasguños, y tenía medio cuerpo quemado por el fuego que se había formado en la cabina de mando, pero recuperó la conciencia después de más de 20 minutos de muerte cerebral, y se levantó por su propio pie. Era el piloto.

Se limitó a beber la sangre de sus compañeros muertos, y a probar parte de su carne, poco hecha, antes de abandonar la zona. Se alejó del lugar del accidente y deambuló por el bosque cerca de una hora, antes de caer rendido y ponerse a dormir debajo de un viejo roble. Le despertó un ruido, al inicio de la noche. Ahora se veía y se oía todo mucho mejor. Se acercó hacia el lugar de donde procedía el sonido, del que manaba también mucha luz, y dio buena cuenta de su primera víctima. Poco más tarde, en su deambular errático por el bosque, vio un vehículo parado, y varias personas alrededor, observando el cadáver del hombre que él mismo había matado no hacía ni una hora. Ellos fueron sus siguientes víctimas, y del resto se encargaron ellos mismos, después de haber perdido su condición de seres racionales.

Ninguno había creído oportuno informar al centro de mando en la ciudad sobre las novedades, pues de entrada no las había habido, y cuando las hubo ya era demasiado tarde, de modo que ese fue el final del primer equipo: un puñado de infectados desperdigados por el bosque, pero lo suficientemente lejos de la ciudad como para que aún tardaran mucho en llegar hasta ahí.

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