2×396 – Enfermera

Publicado: 17/11/2011 en Al otro lado de la vida

396

Ascensor de servicio del hospital Qinah, ciudad de Nefesh

17 de octubre de 2008

Era un ascensor pequeño, a diferencia de la mayoría de los que abundaban por el hospital, en los que se podía meter hasta dos camillas. Abril estaba de espaldas contra la pared trasera del ascensor, que era un espejo de arriba abajo, observando con atención cómo se iban iluminando los números correspondientes a cada piso que al que iba ascendiendo. Ella había marcado el tercero, y el tiempo parecía haberse ralentizado desde entonces. Ya no se oían los gritos ni los golpes de Jesús y sus dos compinches, allá en la planta baja; tan solo se oía el zumbido metálico del ascensor, y su respiración agitada.

Se secó las lágrimas con la manga de la bata y respiró hondo, al tiempo que el ascensor se paraba y las puertas amenazaban con abrirse. En los pocos segundos que había durado su trayecto, había pensado en darle al botón de freno o teclear el botón de emergencia, pero algo dentro de sí le convenció para no hacerlo. Quedándose ahí tan solo pospondría lo inevitable, a lo que se le sumaría el considerable agobio asociado al estar encerrada en un lugar tan pequeño, y de todos modos dudaba mucho que hubiera alguien dispuesto a ayudarle al otro lado del interfono; lo dudaba incluso antes de que ocurriese nada en la isla. Su deber era ahora el de abandonar el hospital cuanto antes, y tratar de enterarse si el resto de la ciudad estaba igual, o si ella había tenido la mala suerte de despertar en la zona cero de la infección que ahora era estúpido seguir negando.

Las puertas se abrieron, demasiado rápido para el gusto de la doctora. Ella temía encontrarse con otro infectado al otro lado, dispuesto a echársele encima y abrirla en canal, pero se equivocó. Lo que encontró frente a la puerta del ascensor fue un cadáver. No era ninguno de los trabajadores del hospital; era una paciente. Todavía llevaba puesta aquella ridícula vestimenta. Estaba boca abajo en el suelo, y se le veía el culo, aunque esa era la última de las preocupaciones de Abril. Era una mujer joven, más joven que ella, y tenía las marcas de un mordisco en el cuello; alrededor del cual había una densa mancha de sangre en el suelo. Si no supiera que eso era absurdo, hubiera jurado que se trataba del ataque de un vampiro que había tenido que dejar su trabajo a medias.

Asomó la cabeza por entre las puertas del ascensor, y miró a lado y lado. Todo parecía despejado, pero el suelo estaba lleno de pisadas y resbalones rojos, que delataban que ese no era el único paciente que había tenido que salir descalzo de su cama, para tratar de salvar la vida. No obstante, no había señales de hostilidad, y puesto que eso era mucho más de lo que tenía en el lugar del que venía, se dispuso a salir del ascensor. Dio una larga zancada, evitando pisar el cadáver de aquella pobre infeliz, y estaba a punto de sortearlo definitivamente cuando la mujer, aparentemente muerta, empezó a toser y a convulsionarse en el suelo. Abril no pudo evitar gritar, y salió corriendo hacia el otro extremo del pasillo, que tenía ambas puertas abiertas. Desconocía que la recientemente infectada todavía tardaría un buen rato en poder levantarse por su propio pie.

Cruzó el umbral que le llevó al ala de los pacientes de la tercera planta, y al girar la esquina se encontró de frente con una de las enfermeras. Ambas se miraron, antes de reaccionar. La enfermera llevaba parte de su ropa desgarrada; alguien la había agarrado la pechera de su uniforme y había tirado, de modo que ahora su escote era mucho más prominente, y mostraba gran parte de sus dos grandes senos. Por un instante la doctora pensó que estaba sana, pues el pelo, parcialmente despeinado, le tapaba los ojos. Se convenció de lo contrario cuando escuchó su grito fantasmagórico.

De nuevo empezó una carrera frenética por la supervivencia. Abril se dio media vuelta y entró en la primera habitación que encontró, la 312, sin siquiera comprobar anteriormente si esa era una buena idea; tampoco tenía tiempo para ello. Cerró con un portazo a su paso y echó el cerrojo, aún a sabiendas que era muy improbable que la enfermera supiera siquiera girar el pomo. De nuevo se encontró con una puerta interponiéndose entre una muerte casi segura y una nueva oportunidad de supervivencia, entre jadeos y más lágrimas.

Se dio media vuelta, escuchando los golpes y los gritos ya no solo de la enfermera sino de al menos otra media docena más de infectados, y observó atentamente la habitación en la que se había metido. Era una habitación cualquiera, con dos camas y un cuarto de baño, idéntica a cualquier otra del hospital. Ahí todo parecía en regla, tanto que inspiraba hasta desconfianza. Dio un paso al frente, y observó atentamente el cuarto de baño. Todo estaba limpio y ordenado. Tragó saliva y entró en el dormitorio. Una de las camas estaba vacía y hecha; no había paciente alguno en el momento en el que la infección llegó al hospital. La otra cama estaba parcialmente oculta tras la cortina beige. Llegó hasta ella, y la encontró deshecha, pero igualmente vacía. Ahí sí había señales de que algún paciente la había ocupado recientemente. Se preguntó si se trataría del que ella había encontrado nada más salir del ascensor, pero pensó que eso era improbable. Improbable y estúpido, eso no importaba ahora. Ahora lo importante era salir de ahí.

Respiró hondo, con los ojos cerrados, sin poder dejar de escuchar de fondo los gritos y golpes de cada vez más infectados al otro lado de la puerta; daba la impresión que fueran a echarla abajo de un momento a otro. Sabía que no podría salir por donde había entrado, que aunque todo se calmase no sería capaz de atesorar el valor suficiente para volver a abrir esa puerta, de modo que se dirigió hacia la otra única vía de escape.

Las ventanas eran batientes, y se abrían hacia dentro; tuvo que apartar las cortinas antes de poder abrirlas. Se asomó y miró hacia abajo; eran demasiados los metros de caída libre. Justo debajo había un manto de hierba de no más de diez centímetros que no sería capaz de absorber el golpe. Delante, a unos escasos dos metros, se encontraban las ramas de un anciano árbol que aún no había perdido las hojas y daba bastante sombra a la habitación. Observó más en la distancia, sin encontrar señales de hostilidad en ninguna dirección, por fortuna. No obstante, también echó en falta cualquier otra señal de vida; daba la impresión que se encontrase en una ciudad fantasma, tan solo habitada por esos seres y ella misma, como única superviviente.

Miró hacia la puerta, sin poder dejar de escuchar los golpes y los gruñidos de quienes exigían entrar en el dormitorio, y volvió a mirar hacia el exterior, hacia aquél alto y robusto árbol. Nuevamente cerró ojos y respiró hondo, al tiempo que se encaramaba al antepecho de la ventana.

comentarios
  1. lulu dice:

    Se preguntó si se trataría del que ella que había encontrado nada más salir del ascensor,

    a esa frase le sobra un que. y le falta algo para tener sentido con la frase anterior: si se trataría dek mismo paciente que. .. o algo aro

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