2×398 – Fábrica

Publicado: 19/11/2011 en Al otro lado de la vida

398

Bajo una furgoneta, polígono industrial este, ciudad de Nefesh

17 de octubre de 2008

 

Abril salió de debajo de la furgoneta una hora más tarde, diez minutos después de ver pasar al último de los cuatro infectados que habían cruzado esa calle después del grandullón. Temía encontrarse con otro si abandonaba su escondite, que había resultado ser más eficiente de lo que pensó de entrada, y por ello tardó tanto, pero también sabía que si seguía dejando pasar el tiempo en vano, acabaría por hacerse de noche, y entonces todo se volvería aún mucho más difícil. Estaba asustada y tenía frío; el cielo se había encapotado y corría una fresca brisa que le hizo arrepentirse de haber abandonado la ya no tan blanca bata.

Caminó calle abajo, entre grandes naves industriales, sin saber muy bien hacia dónde se dirigía. Estaba en el límite de la ciudad; si seguía avanzando mucho más llegaría al bosque, y ahí no había ningún sitio seguro donde esconderse para pasar la noche. Tampoco podía ir al centro, pues resultaba obvio que tampoco era el destino más idóneo. No sabía qué hacer, no sabía hacia dónde dirigirse, de modo que se limitó a seguir caminando, esperando encontrar una señal que le indicase lo siguiente que debía hacer.

Su mayor ilusión en esos momentos era la de encontrar a cualquier otra persona sana en la que apoyarse para paliar la ansiedad y el pánico que le ofrecía el estar sola en ese recién estrenado mundo de pesadilla. Tan solo había encontrado a una por el camino, una que a esas alturas o bien estaría muerta, o bien se habría transformado en lo mismo que sus verdugos, al igual que lo habría hecho su abuela a esas alturas. Desconocía los pormenores de esa especie de virus mortal que transformaba a la gente en bestias, pero si de algo estaba segura, después de tanto como había oído por radio y televisión cuando el continente aún no estaba perdido del todo, era que si la infección llegaba a la isla, ésta se transformaría en una trampa mortal, al igual que cualquier otra zona por la que ya hubiese pasado o decidiese pasar.

Se vio tentada a ir hacia el puerto en busca de uno de los pocos barcos que aún pudieran quedar, con el que abandonar la isla, pero se dio cuenta que esa era una idea estúpida por dos motivos de peso. Primeramente porque esa misma idea ya la habrían debido de tener todos los demás habitantes de la isla, que le llevarían una considerable ventaja a esas horas de la tarde; ya no habría barco alguno con el que huir de la isla. Por la otra parte, aunque consiguiera un barco, no solo no sabría guiarlo, sino que no tendría ni la más remota idea de hacia dónde ir. Hasta donde ella sabía, la epidemia podría haberse extendido por todo el globo, y tener la suerte de dar con uno de los pocos lugares libres de ella que aún pudieran quedar, era algo demasiado ingenuo en lo que creer.

Caminando sin rumbo llegó hasta la entrada de una nave en la que trabajaban haciendo marcos de aluminio para puertas y ventanas. Tenía un enorme portón abierto de par en par, a diferencia de todas las demás puertas delante de las cuales había pasado. Si bien ello no era garantía de nada, fue suficiente para convencerla que se trataba de la señal que había estado buscando. Si el lugar resultaba ser seguro, podría refugiarse ahí en la noche, y tratar de pensar algo de cara al día de mañana. Echó el enésimo vistazo alrededor, por la calle vacía, y una vez estuvo segura que nadie le seguía, que no había nadie cerca, se asomó al interior de la nave.

Ahí dentro estaban todas las luces encendidas, y de todos modos entraba una considerable cantidad de luz por los grandes lucernarios que había en el alto techo. A uno de los lados había docenas sino cientos de perfiles de aluminio, prácticamente idénticos, apoyados unos contra otros, en la pared, y entre demás piezas verticales de soporte, que recordaban vagamente a los separadores de un carpesano.

ABRIL – ¿Hola?

Su voz fue muy tímida, y de un tono bastante más bajo del que hubiera debido usar si realmente hubiera querido que la escuchase alguien. Tenía miedo de que lo hicieran, pero quería quedarse ahí; había andado mucho, y lo último que pretendía era pasar la noche a la intemperie, a merced de ellos. Tragó saliva y dio un paso al frente, observando atentamente cada resquicio hasta donde le alcanzaba la vista. Había enormes máquinas y plataformas que ella no había visto jamás; incluso daba la impresión que alguna de ellas siguiera encendida, a tenor del zumbido incansable que manaba del interior de la nave.

Aún sin saber si lo que hacía era una buena idea o por el contrario la mayor estupidez, agarró la asidera de la puerta corredera con ambas manos, y la corrió hasta que encajó perfectamente. Si bien no tenía la llave ni modo alguno con el que cerrarla bien, al menos así se aseguraba que ningún infectado pudiese entrar. Si en algo habían insistido en los mil y un reportajes sobre la epidemia que había tenido el dudoso gusto de ver por la televisión el mes anterior, era que los infectados eran seres estúpidos, incapaces de razonar con lógica; al parecer tan solo les movía el instinto asesino, de modo que no serían capaces de abrir la puerta, por más sencillo y obvio que le pudiera parecer a ella.

Con el corazón en un puño, caminó lentamente, arrastrando los pies, hacia el interior de la nave. No era toda visible con un simple golpe de vista; era enorme, y estaba salpicada por doquier de cuerpos que le impedían ver lo que había detrás. Caminó rodeando una gran máquina, y un ruido le hizo girarse rápidamente, más asustada que nunca. Provenía del interior de una pequeña oficina con grandes ventanales que tenía las persianas venecianas todas echadas. La puerta estaba parcialmente abierta, y de ella asomaba un brazo y la cabeza de una muchacha joven, que le gritaba en voz baja que corriese hacia ahí, al tiempo que le hacía señas con la mano, con idéntico propósito. Abril se la quedó mirando un momento, antes de reaccionar. Entonces fue cuando se dio cuenta del motivo por el que aquella chica la invitaba a refugiarse en la oficina del jefe de encargados.

Por fortuna ella fue más rápida que los cuatro infectados que comenzaron a correr hacia ella, alertados al escuchar la señal de aviso de la chica. Tan solo uno de ellos consiguió llegar a su altura antes que ella alcanzase la puerta, que sin duda se hubiera cerrado en sus narices si hubiese sido un poco más lenta. El infectado tropezó y llegó a acariciarle el tobillo y desencajarle levemente el zapato antes que Abril consiguiera entrar definitivamente en la oficina, y ésta cerrase su puerta con un sonoro portazo.

comentarios
  1. Sicke dice:

    se pone muy interesante….. 🙂

    • ¡Gracias, lady Sicke! Temí que una nueva incorporación pudiese resultar tediosa, después de esforzarme en afianzar los personajes mostrados hasta el momento. Con esta, aprovecho además una excusa argumental para avanzar la trama. ¡Un saludo! :3

      David.

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