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Factoría Sugar, ciudad de Nefesh
20 de octubre de 2008
ABRIL – ¿¡Hola!?
De nuevo no obtuvo réplica alguna, por fortuna. Era la tercera vez que lo repetía, en esta ocasión por fin a voz en grito. Tosió un par de veces, y se quedó escuchando, con una de las manos agarradas a la puerta abierta, dispuesta a meterse a toda prisa a la primera señal de peligro.
Hacía cerca de una hora que no veía a ninguno de los antiguos merodeadores de la fábrica, y por fin había hecho acopio del valor suficiente para cruzar la puerta y confirmar su teoría de que realmente estaban solos ahí dentro, Nemesio, la perra y ella. Una ligera sonrisa emergió de sus labios, al tiempo que su estómago rugía por enésima vez por culpa del hambre. En realidad, la sed era ahora casi todo en cuanto podía pensar. Pese que recordaba haberlo estudiado, jamás hubiera sido capaz de entender lo mal que sentaba la falta de hidratación. Estaba débil y agotada, al igual que sus otros dos compañeros, pero por fin había surgido la oportunidad con la que tanto había soñado los últimos días, y no estaba dispuesta a echarla a perder. Seguía asustada y tenía verdadero pánico por abandonar la oficina, pero sabía que si no lo hacía enseguida, no tendría otra ocasión. Entró de nuevo y cerró tras de sí.
ABRIL – Estamos solos.
NEMESIO – ¿Sí?
Abril sonrió. Todavía no se lo creía. Nada más despertarse, los infectados parecían haberse puesto de acuerdo para abandonar la nave. Seguramente ellos también estarían sedientos y hambrientos, y al ver que ahí dentro no llenarían el estómago, su propio instinto les habría hecho abandonar ese escenario. Eso fue lo que pensó Abril. En cualquier caso, ahora ya tenían vía libre para irse, y la doctora estaba más que convencida de cual sería su propio objetivo.
NEMESIO – ¿Qué vas a hacer?
ABRIL – Voy a salir. Intentaré encontrar un vehículo o alguien que nos pueda llevar, y os llevaré a la mansión.
NEMESIO – Sálvate tú. Hazme caso.
ABRIL – No voy a discutir más al respecto. Yo voy a partir ahora.
Abril respiró hondo, y abrió de nuevo la puerta. Bruma hizo el amago de levantarse para irse con ella, pero miró a Nemesio y optó por no abandonarle. Ella también lo estaba pasando muy mal por la inanición y la deshidratación, pero era un animal demasiado fiel para abandonar a su amo.
NEMESIO – Haz lo que tengas que hacer, pero piensa primero en ti, y después en ti. Te diría que te llevases a Bruma, pero… no me fío, que ahora está muy nerviosa y a ti apenas te conoce.
Abril miró a la perra. Tenía bastante mala cara, al igual que ella misma y Nemesio.
ABRIL – Tranquilo, ya me las arreglaré yo sola. Me voy a ir ya. Usted quédese aquí, volveré lo antes posible.
Nemesio asintió con la cabeza. Eso mismo le había dicho aquél joven antes de irse para no volver. Temía que Abril tuviera un destino similar, del mismo modo que dudaba mucho que sus dos anteriores compañeras siguieran con vida a esas alturas.
NEMESIO – Adiós… que tengas suerte.
ABRIL – Gracias.
Abril salió de la oficina, y cerró la puerta tras de sí. Un escalofrío le recorrió la espalda. Sabía que ya no había marcha atrás, que ahora todo dependía de ella. Recordó cuanto había vivido en el hospital, y deseó no tener que hacerlo, pero no tenía otra opción. Repitió por enésima vez el saludo al aire, más alto que nunca pero obteniendo idéntica respuesta, y comenzó a caminar hacia la entrada, con paso inseguro y lento.
Miraba todo al su alrededor a medida que caminaba. Se dio media vuelta y echó un vistazo a la oficina. Los cristales eran parcialmente espejados, y las persianas se encargaban del resto; ahora entendía mejor por qué los infectados no habían intentado entrar en ningún momento. Tragó saliva y continuó caminando. Sorteó una de las grandes máquinas, y contempló la puerta principal, abierta de par en par, por la que entraba un chorro de luz que se extendía varios metros hacia el interior. Sintió unas irrefrenables ganas de huir, de volver a esconderse en su madriguera para no salir jamás, pero siguió adelante, haciendo caso omiso a su instinto de supervivencia primario.
Cruzó el portón cuando el reloj marcaba las nueve de la mañana. Se sintió tentada a volver a la fábrica y meterse en los lavabos a beber, pero pese a que era mucha, muchísima, la sed que tenía, no cedió y siguió adelante; ahora las prioridades eran otras. Notó el aire fresco en la cara, y por un instante se sintió bien. Todo cambió cuando echó un vistazo alrededor, y vio un par de cadáveres en la acera, uno sobre el otro. La sangre era demasiado reciente; aún chorreaba de las heridas, deslizándose por la acera hasta llegar a las alcantarillas filtrándose por los tragaderos de la rigola que tenían al lado. Abril pensó que ese era el motivo real por el que los infectados habían decidido salir de la nave.
Era un hombre de cuarenta años y un chico de unos diez u once. Desconocía su historia, pero casi podía verla. Andaban por la calle, huyendo de su último escondrijo, y fueron abordados por los tres infectados de la fábrica de perfiles de aluminio, sin poder hacer nada por evitar la emboscada. Abril sintió lástima por ellos, pero al mismo tiempo sintió miedo. Sabía que más temprano que tarde se levantarían, y ella no quería estar ahí para presenciarlo. En cierto modo, ellos habían dado su vida por darle a ella una oportunidad, pues si no hubieran pasado por ahí esa mañana, ella seguiría encerrada en aquella apestosa oficina, incapaz de atesorar el valor suficiente para escapar.
Por fortuna, no había rastro alguno de los infectados. Varias marcas de pisadas alrededor de la masacre que habían hecho con aquellos dos pobres infelices delataban que habían ido en dirección norte, al menos dos de ellos, de modo que Abril optó por el camino contrario. Caminaba lentamente, bajo un sol de justicia, más sedienta que asustada. Se perdió en la distancia, observándolo todo con atención, con el corazón en un puño.
Pues si no hubieran pasado por ahí «es» mañana debería ser «esa» mañana
¡Cierto! Muy buena apreciación, Rosa. Gracias.
David.