414
Mansión de Nemesio, isla Nefesh
23 de octubre de 2008
Nemesio despertó de repente, con un sobresalto. Hubiera jurado que había oído algo, un ruido, pero a esas alturas ya no sabía diferenciar la realidad de las secuelas de esa agónica enfermedad. Ahora, sin embargo, se encontraba algo mejor; la larga siesta le había dejado como nuevo. No se había sentido tan bien en ningún otro momento desde que la enfermedad empeorase tanto, y eso no hizo más que acrecentar sus sospechas de que el fin estaba más que cerca. Apenas le dolía la cabeza, y el dolor de estómago se había vuelto más llevadero. Se tapó mejor con la manta de felpa y volvió a acomodarse, dispuesto a seguir descansando hasta que Abril volviera, si es que lo hacía. No obstante, seguía sintiéndose agotado, pese a que las últimas 24 horas había pasado más tiempo acostado que despierto.
Desde que se fue, se había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo. Poco después que partiera, había ido hasta la mesa y había tratado de comer algo, pero la garganta le dolía demasiado, y enseguida lo dejó estar. Del mismo modo que tenía algo de hambre, lo que sí tenía era sed. Sabía que Abril le había dejado también agua ahí, y bebió hasta saciarse. Era consciente que ésta era la culpable de todo; la culpable de la muerte de Bruma y la de la suya propia, en breve. Del mismo modo sabía que el mal ya estaba hecho, y que por más que bebiera eso ya no cambiaría nada.
Ahora que la muerte resultaba tan inminente e indiscutible, más después de las tan poco halagüeñas expectativas que le había mostrado su médico particular, le sorprendía sobre todo el hecho de no sentir miedo. Durante toda su vida la había visto como algo lejano de lo que no preocuparse, algo digno de obviar por un bien mayor. Incluso a la vejez, y después de haber tenido que sufrir la muerte de tantos seres queridos como había ido atesorando en el transcurso de su larga vida, la muerte propia jamás había sido un tema recurrente en sus pensamientos. Ahora sí lo era, y eso no parecía cambiar nada. Nemesio no era un hombre religioso, y también le sorprendió el hecho de no arrepentirse por ello, pues ahora parecía el momento más indicado, con diferencia. Siempre había pensado que llegado el momento, acabaría por renunciar a su convicción de que la fe no era más que una dulce ilusión, pero también en eso se había equivocado. Ahora todo cuanto sentía era una dejadez emocional y una especie de paz espiritual que poco encajaba con el cuadro sintomático de la enfermedad que padecía. No sentía miedo, y en gran medida era porque el destino que le esperaba resultaba demasiado incierto. Estaba seguro que en cualquier otro contexto sí hubiera temido la llegada de la parca, pero éste era distinto a cualquier otro. Había escuchado una y mil historias por la televisión y la radio sobre qué les ocurría a los que se contagiaban de ese virus letal, y en todas y cada una de ellas, la muerte como tal no era la protagonista. Jamás lo reconocería abiertamente, pues era algo de lo que se avergonzaba, pero había empezado a sentir una especie de morbosa curiosidad por saber lo que se sentiría siendo uno de ellos. Él ya era un viejo, y tenía asumido desde mucho antes del incidente que no viviría mucho más tiempo, pero durante las últimas horas un nuevo abanico de posibilidades se abría frente a él. Esos seres parecían invencibles, incluso inmortales. No había hablado con Abril al respecto, y no la culparía si decidía quitarle la vida una vez se convirtiese, si con ello salvaba la propia, no obstante, ahora Nemesio deseaba ser uno de ellos. Había estado pensando mucho en ello los últimos días, y había llegado a verlo como una segunda oportunidad, una especie de nueva vida que se le presentaba. Bien era cierto que había oído hasta la saciedad que los que volvían a la vida tras la muerte aparente en la que degeneraba dicha enfermedad ya no eran los mismos, que la falta de riego en el cerebro borraba los recuerdos, borraba todo cuanto habían vivido, sus identidades, y los transformaba en meros depredadores, pero ni siquiera eso le importaba. Era mucho mayor la curiosidad y la ilusión por poder de ese modo engañar a la muerte.
Se había vuelto a quedar medio dormido cuando escuchó unos pasos que le sobresaltaron. Resultaban inconfundibles entre el omnipresente silencio, tan solo mancillado por el rumor de la caída de agua a sus espaldas. Aguantó la respiración, aguzando el oído. No oyó nada más, y de repente le sobrevino un ataque de tos. Se llevó la mano a la boca, y notó cómo algo húmedo le chorreaba por la palma. No era la primera vez, por lo cual no le sorprendió. Tampoco sería la última. Tosió un par de veces más antes de recuperar el aliento y respirar con normalidad. Se limpió la sangre de la mano en la manta.
NEMESIO – ¿Abril?
Nadie respondió. No obstante, Nemesio estaba convencido que había alguien más en la sala, hubiera incluso jurado que escuchaba su respiración entrecortada. Empezó a ponerse nervioso. Temió que Abril se hubiese dejado la puerta abierta y hubiera podido entrar uno de aquellos engendros, o tal vez un animal salvaje de los que rondaban por los alrededores en esa zona del bosque. Tragó saliva, sin dejar de mirar al lugar del que creía procedían los pasos que había escuchado, pese a no poder discernir si ahí había o no alguien.
NEMESIO – ¿Abril, eres tú?
Entonces sí resultó indiscutible. Unos pasos apresurados retumbaron en la gran sala, cada vez más cercanos, cada vez más inminentes. Nemesio notó una presión en el pecho, fruto de la agonía que le suponía desconocer qué estaba ocurriendo a su alrededor. Los pasos finalmente llegaron a la sala en la que se encontraban él, Christian y Maya. De repente cesaron, todo quedó de nuevo en silencio durante un interminable segundo.
ABRIL – ¿Quiénes sois vosotros?