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Mansión de Nemesio, isla Nefesh
24 de octubre de 2008
CHRISTIAN – ¿Entonces qué hacemos, la dejamos a ella en el cuarto, arriba, o… lo encerramos a él?
ABRIL – No sé… es que no… no me fío. No me fío de dejarlos solos, ¿qué quieres que te diga?
Ellos estaban en el vestíbulo, charlando frente a las grandes puertas de entrada, impracticables gracias a los tableros que tenía clavados. Maya estaba sentada sobre una arcaica y oxidada silla de ruedas que Christian había encontrado en el desván, poco antes. Al parecer había pertenecido a una de las dos hermanas de Nemesio, que había muerto antes de cumplir la mayoría de edad. Practicaba moviéndola hacia adelante y hacia atrás, notando la excesiva resistencia que ofrecía, bajo la arcada de acceso del vestíbulo al salón donde se encontraba Nemesio. Él seguía en la misma mecedora, ahora algo más tranquilo. No hacía más que mirar de un lado a otro, con la boca entreabierta, siempre con una sonrisa de oreja a oreja, maravillado por cuanto veía. Daba la impresión que hubiese perdido el juicio.
CHRISTIAN – Pero… si es que está bien, ¿no lo ves?
ABRIL – La gente no se cura tan… tan de repente. Aquí hay algo que no me cuadra.
CHRISTIAN – Hombre, los hay que no… que no les afecta, eso de la epidemia. Yo lo… yo tengo entendido que hay una parte de la gente que es inmune. Que aunque te muerda uno de esos, no te hace nada.
ABRIL – Sí, no. Si lo sé, pero…
CHRISTIAN – Al igual es que ha pillado algo por el agua, que no estaría limpia y… ya se le ha pasado. Y al igual eso no tiene nada que ver con lo de… del virus, ese.
ABRIL – No. Su cuadro de síntomas no responde a ninguna otra cosa, y mucho menos a una simple intoxicación. De hecho no responde ni siquiera a… eso. Es todo demasiado raro. Y además ahora, recuperando la vista después de yo que sé cuantos años sin poder ver. Aquí hay gato encerrado. Que no, que no me fío.
CHRISTIAN – Pues hagámoslo así, yo no quiero que a Maya le pase nada. Ya me has hecho coger miedo.
Christian miró hacia la arcada, pero Maya ya no estaba. Hacía un momento que había entrado en el salón, empujando la silla.
ABRIL – Sí, me quedaré más tranquila si tu amiga y él no están cerca mientras nosotros estemos fuera.
CHRISTIAN – Pues ya está. Ahora yo la subo en un momento y nos vamos, que ya hemos perdido mucho tiempo.
El chico se disponía a ir a buscar a Maya, cuando vio salir a ésta del salón. Se paró frente a ellos, con una expresión sombría en la cara.
MAYA – Ya no va a haser falta que os preocupéis por mí.
Abril y Christian se miraron por un momento, luego centraron de nuevo sus miradas en Maya. Ésta les hizo una seña con las manos, indicándoles que se acercaran, y ellos acataron prestos. Se adentraron en el salón, y vieron a Nemesio echado en la mecedora. Estaba en una posición que parecía considerablemente incómoda; se había ido escurriendo y ahora apoyaba más espalda que culo, en el asiento. Abril, nada más verle, salió corriendo hacia él. Christian, que no entendía nada, se quedó junto a Maya.
Ambos observaron los movimientos rápidos y nerviosos de la doctora. Vieron cómo trataba de encontrarle el pulso a toda costa, pero todo esfuerzo resultó inútil. Nemesio había muerto, con una gran sonrisa en la boca, que delataba que había muerto feliz, increíblemente feliz al haber podido ver de nuevo, y además dónde él quería. Abril sintió el impulso de tratar de resucitarle haciéndole la respiración artificial y un masaje cardíaco, ahora que todavía podría estar a tiempo, pero enseguida descartó esa posibilidad. Ella sí estaba convencida que había muerto por culpa de ese virus, y juntar sus labios con los de él, no solo no le devolvería la vida, sino que haría que ella misma acabase infectada. Además, había algo que le obligaba a pensar que ya nada podría hacerse por él, aunque lo intentase. Lo que sí hizo fue cerrarle los ojos con los dedos índice y corazón, mientras el labio inferior le temblaba como con un tic nervioso.
Se juntó de nuevo con los chicos. Christian la miraba atónito, incapaz de creer que hubiera muerto, tan vital y risueño como estaba hasta hacía tan poco. Maya, al contrario, lo que estaba era sobrecogida por la situación. Sentía como si eso no fuera más que un preludio de lo que a ella le esperaba, y no pudo evitar sentir un escalofrío en la nuca.
CHRISTIAN – ¿Está muerto?
Abril asintió con la cabeza, lentamente, incapaz de evitar que una lágrima emergiese de su ojo derecho para luego recorrer su mejilla canela y acabar estampándose contra el sucio suelo.
CHRISTIAN – ¿Pero cómo…? Pero si estaba bien…
ABRIL – Te lo dije. Eso no era normal.
MAYA – Mira, ahora ya os podéis ir tranquilos.
ABRIL – ¡¿Qué dices?! Todo lo contrario. Ahora es cuando más peligroso es. Si realmente ha muerto por lo que creo que ha muerto, ahora es cuando menos nos conviene tenerlo cerca.
Christian asentía con la cabeza. Maya recordó a su madre, cómo había despertado después que todos la dieran por muerta. Recordó también cómo se había comportado, y el vello de los brazos se le erizó. Miró a Nemesio, muerto, y se le antojó imposible que despertase, y mucho menos como eso. Era demasiado viejo y demasiado enclenque para imaginarlo como una amenaza.
CHRISTIAN – Tienes razón. No puede quedarse aquí.
Maya parpadeó varias veces; su respiración era agitada. Abril le hizo un gesto a Christian, y entre los dos, uno por las piernas y otro por las axilas, sacaron a Nemesio del salón, bajo la atenta mirada de la muchacha paralítica. Pesaba bastante más de lo que aparentaba. La dejaron sola en la sala, y el eco de sus pisadas, alejando el peligroso cadáver de ahí, se fue haciendo cada vez más débil hasta desaparecer, superado por el incansable susurro de la caída de agua. Maya se quedó sola en la sala, asustada y triste, consciente que ella sería la siguiente.
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