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Establo abandonado junto a la mansión de Nemesio, isla Nefesh
24 de octubre de 2008
Dejaron el cuerpo sobre el sucio suelo del establo. Estaba lleno de tierra y hojas secas, que habían ido entrando a lo largo de los años por las ventanas rotas. La iluminación era escasa, y ese ambiente de semipenumbra no hacía más que apresurarles a salir de ahí cuanto antes. Ambos estaban sudorosos y agotados por el esfuerzo y por el camino bajo el sol. Descansaron unos segundos junto a la puerta, mirando a Nemesio, incapaces de creer que pudiera levantarse de un momento a otro. Fue Abril la que tuvo la idea de dejarle ahí, Christian ni siquiera sabía que detrás de todos esos matorrales hubiera un establo. La intención original era tan solo la de sacarlo de la mansión. Ahora todo parecía más difícil. Ambos sentían que dejaban algo a medias.
CHRISTIAN – ¿No deberíamos… enterrarlo, o algo?
ABRIL – Perderíamos demasiado tiempo… Ya es tarde, y para ir y volver… vamos a tardar lo nuestro. Y eso si no nos perdemos.
Christian se rascó la barba, pensativo. Le molestaba tener tanta, y pensó que esa misma noche se afeitaría.
CHRISTIAN – Sí… tienes razón. Pero… no me quedo tranquilo, dejándolo aquí tirado, sin más.
Ambos dejaron pasar otro rato más, en silencio. Ahí el ruido de la cascada resultaba mucho más molesto.
ABRIL – Deberíamos quemarlo.
CHRISTIAN – ¿Qué dices?
Christian arrugo la frente, se colocó mejor la escopeta al hombro y miró de nuevo al viejo. Se imaginó a ellos mismos echándole gasolina al cadáver y luego tirando una cerilla sobre el cuerpo. No le hizo la menor gracia.
ABRIL – Sí, piénsalo. Eso, o cortarle la cabeza.
CHRISTIAN – ¿Pero qué estás diciendo, estás loca?
ABRIL – No quiero ser yo la que tenga luego que lamentar nada. Si es verdad que vienes de donde vienes, bien sabes de qué hablo.
CHRISTIAN – No, sí, pero no podemos… Dios, no.
Abril miró el cadáver, y sintió rabia. Jamás tendría cuerpo para deshacerse del cadáver del modo que estaba insinuando. No había tenido mucho tiempo para conocerle, y pese a todo el tiempo que habían pasado juntos, apenas habían hablado, pero se sentía mal por su muerte, y no le parecía bien deshacerse de él de un modo tan drástico.
ABRIL – ¿Qué quieres que hagamos, dejarlo aquí, y ya está?
CHRISTIAN – O enterrarlo, pero no… eso que estás diciendo es demasiado macabro.
ABRIL – Yo no me voy a poner ahora a cavar, ya te lo digo. También… podríamos llevarlo al río y tirarlo…
Christian resopló, cansado. No le apetecía acarrear otra vez con el cuerpo, y mucho menos preocuparse en enterrarlo. Su ligazón con él era sencillamente inexistente, y creía que ya habían hecho suficiente sacándolo de la mansión. Ahora las prioridades eran otras, ya no podían hacer nada por él.
CHRISTIAN – Mira, dejémoslo aquí y ya pensaremos algo a la vuelta.
Abril arrugó la frente. Ambos estaban pensando lo mismo. Y si estaban en lo cierto, ya no tendrían nada de lo que preocuparse, a la vuelta.
ABRIL – Sí, mejor.
Salieron del establo, nada convencidos de lo que estaban haciendo, conscientes que cometían un error, pero escudándose el uno en el otro para restarle importancia. De vuelta a la mansión, Abril se desvió del camino y se dirigió hacia el lago que había en la base de la cascada. Christian la siguió unos metros, hasta que vio qué era lo que atraía la atención de la doctora.
Era una preciosa yegua, de un blanco impoluto. Estaba saciando su sed, bebiendo agua del lago, sobre la misma piedra en la que Abril había visto a Bruma bebiendo poco antes de enfermar y morir. Hubiera jurado que habían pasado meses desde entonces. Sintió también parte de responsabilidad.
A la vuelta del hospital, la tarde del día anterior, había pasado por unas caballerizas en las que enseñaban a montar a caballo. Había entrado al escuchar los relinchos de varios equinos, ilusionada al pensar que podría utilizar uno como medio de transporte, ahora que no disponía de un vehículo. No podía volver a pie, porque si no se le hubiera hecho de noche, de modo que esa parecía la mejor opción. Había entrado, y había encontrado en el enorme establo del lugar dos docenas de caballos. Tan solo tres de ellos seguían con vida, el resto yacían tumbados en el suelo, rodeados de moscas. Había liberado a los otros dos, machos, que hacía poco que habían dejado de ser potros, y había subido a lomos de la yegua, algo indecisa. La yegua se había portado mucho mejor de lo que hubiera podido esperar, y la había llevado de vuelta a la mansión en tiempo récord, parándose varias veces, eso sí, a comer algo. La había dejado libre también al llegar a la mansión, y pensaba que ya podría estar en cualquier sitio de la isla. Por ello le había sorprendido tanto verla ahí, al día siguiente.
Se sintió mal al prever que pudiera acabar muriendo por lo que estaba haciendo. En cualquier caso, era una lotería. Ni esa agua era la misma agua que habían bebido Bruma y Nemesio, ni a ella tenía porque afectarle del mismo modo, ya que pertenecía a una raza diferente. Desconocía si el agua seguía siendo peligrosa, si había dejado de serlo en algún momento, si lo volvería a ser. Resultaba obvio que antes o después, en el curso del río, había habido un contacto con la infección, por el motivo que fuera. Lo más obvio resultaba pensar en un cadáver sangrante, y ese cuerpo podía haberse alejado del curso del río, podía haber continuado por él hasta el mar, o sencillamente podría haberse desangrado hasta resultar inofensivo. Eso no lo sabía, y no estaba dispuesta a quedarse ahí para descubrirlo.
No le dio mayor importancia, eso ya no tenía que ver con ella. Se disponía a dar media vuelta, cuando la yegua se giró, y ambas se miraron durante unos segundos. Luego el animal siguió bebiendo tranquilamente. Abril volvió junto a Christian, y ambos prosiguieron su camino en dirección a la entrada de servicio de la mansión, por su parte posterior. Entraron y cerraron tras de sí.