3×962 – Aldea

Publicado: 12/05/2015 en Al otro lado de la vida

962

Islote Éseb

12 de diciembre de 2008

Bárbara se llevó la mano a la boca y sacó otra raspa de su interior, ayudándose con la lengua. Juntó esa raspa con las más de dos docenas que tenía en el borde del plato. La mayoría de la gente ya había acabado de comer y había abandonado la mesa, pero Bárbara fue incapaz de rechazar la hospitalidad de Marta y se vio en la obligación de repetir por segunda vez, tras su férrea insistencia. Era lo mismo que había cenado la noche anterior, y no precisamente uno de sus platos preferidos, pero ella prefirió no decir nada para no mostrarse ingrata.

La llegada al islote había sido todo menos cuanto ellos hubieran podido prever. Las muestras de hospitalidad y afecto de los habitantes de aquél heterogéneo grupo de supervivientes llegaron incluso a sobrepasarles. Después de tanto tiempo conviviendo con un grupo tan reducido de gente, verse rodeados de aquél modo les hizo sentir algo incómodos. Todos y cada uno de los supervivientes que Marta les presentó les invitaron a quedarse y mostraron su desaprobación ante la idea de que fuesen a parar a la península o de vuelta a la infectada Nefesh. De lo que no les cupo la menor duda era que el recelo que habían albergado durante el trayecto en barca estaba totalmente infundado. Incluso se sintieron algo avergonzados al saberse portadores de las armas que llevaban ocultas, pues resultaba obvio que ahí no las iban a necesitar.

Había niños pequeños y adolescentes jugando sobre la arena, ancianos charlando tranquilamente bajo la sombra de los árboles y un hervidero de hombres y mujeres trabajando en un proyecto común que hacía que Bayit pareciese un juego de niños. Bárbara no sabía de dónde venía el sonido, pero incluso escuchó llantos de algún que otro bebé en la distancia.

El islote era realmente minúsculo. Bárbara podría haber jurado que, excluyendo la zona del litoral, debía ser más pequeño incluso que el barrio amurallado del que venían. No obstante, habían sabido sacarle muy buen partido. Resultaba evidente que vivían en los barcos, o al menos hacían noche en ellos, pero estaban construyendo una pequeña aldea autosuficiente que auguraba un futuro realmente prometedor.

Lo primero que visitaron fueron los establos, en los que había cientos de ejemplares sanos. Marta les explicó que la mayoría de esos animales habían venido en el mismo barco, el de un anciano acompañado de sus ocho hijos varones que, cual Noé, había partido en barco de la península con la intención de no volver. Aunque en este caso él no llevaba una pareja de cada tipo, sino un número mucho mayor de una selección mucho más reducida, amén de varias toneladas de pienso y agua potable. La mayoría formaban parte de su propia granja, pero había varios ejemplares que había robado de las abandonadas granjas vecinas durante su peregrinaje a la costa, las primeras semanas de la pandemia. Había ovejas, cerdos, cabras, vacas, varios tipos de aves e incluso un par de perros. Aquél anciano se encontró por casualidad con uno de los barcos que hacía un par de días había partido de Éseb en busca de alimentos, y desde entonces estaba viviendo con el resto de supervivientes, que enseguida se sumaron al cuidado de las bestias. Los animales más grandes vivían en unos enormes contenedores marítimos que había alineados en la costa occidental del islote. Bárbara no alcanzaba a entender cómo habían hecho para trasladarlos hasta ahí, pero no tuvo ocasión de preguntarlo, y enseguida se los llevaron a otra parte. Había docenas de gallinas, pavos y patos sueltos por doquier, que picoteaban cuanto encontraban a su alcance y paseaban indistintamente entre los habitantes del islote.

Darío fue el que más disfrutó con la siguiente visita: los huertos. La tierra era increíblemente fértil, y ellos llevaban más de dos meses cultivándola. Buena cuenta de ello lo daba el acompañamiento del besugo que acababan de comer. La zona de cultivo era siete veces más grande que la que tenían en el Jardín de Bayit, y habían levantado el triple de invernaderos. Bárbara no daba crédito a todo cuanto estaba viendo.

La siguiente visita les llevó directamente al comedor, pues ya estaba sirviéndose el rancho. Habían excavado la tierra en una de las zonas con más pendiente de la isla, eliminando una cuña de tierra de más de cien metros cuadrados de planta, que habían usado para enterrar los contenedores-establo, haciendo uso de la tierra como aislante térmico. Las paredes desnudas de tierra que habían surgido de semejante excavación las habían ocultado tras tres muros de piedra en seco de más de treinta centímetros de espesor, sobre los que habían colocado los gruesos troncos de más de dos docenas de pinos que hacían de cubierta, y sobre los cuales habían situado grandes lonas para impermeabilizarlo, más tierra y un montón de ramas y arbustos que hacían que desde fuera, por la parte alta, diese la impresión que ahí no hubiese nada más que una explanada especialmente rica en vegetación. La parte que quedaba expuesta comunicaba directamente con una de las playas vírgenes, y hacía del lugar un emplazamiento idílico. Ahí es donde la profesora se encontraba en esos momentos.

Marta, sentada a la vera de Bárbara, estaba hablando con uno de sus vecinos, y por primera vez desde que atracaron en una de las calas de aquél pequeño islote la profesora tuvo tiempo para descansar y reflexionar sobre todo lo que acababa de descubrir.

Darío y Carla se habían quedado charlando con unos antiguos vecinos de Nefesh. Pese a que a duras penas se conocían de vista, enseguida conectaron y empezaron a acribillarse a preguntas los unos a los otros. Zoe jugaba alegremente a fútbol con unos chavales, no muy lejos del comedor. Jesús estaba con ella en todo momento. Bárbara no le quitaba ojo a la pequeña; parecía estar pasándoselo en grande. Casi todos eran mayores que Zoe, pero también había muchos niños pequeños y alguna que otra niña.

Bárbara sintió un pinchazo de remordimiento por haberse mostrado tan inflexible con ella antes de partir. Su mayor temor desde el principio había sido el de cruzarse en el camino de algún superviviente desesperado que estuviese dispuesto a cualquier cosa para arrebatarles la comida o el agua que llevaban, o incluso cosas peores. Por ello se había mostrado tan intolerante negándose a dejarla venir desde el primer momento. Aún les quedaba la segunda mitad del trayecto, y todo el viaje de vuelta, pero ahora Bárbara se sentía algo más segura y tranquila.

Pensó que de haber pasado por ahí durante la anterior travesía, se hubieran ahorrado tanto la muerte de Salvador como la desaparición del policía. Sin embargo, una corta reflexión le hizo coger algo de distancia. Si jamás hubiesen llegado a Nefesh, Ío ahora estaría con Héctor y los demás ex presidiarios, si es que aún seguía con vida. Y lo peor de todo: ellos también estarían vivos, lo que significaría que Fernando aún podría estar con ellos sano y salvo. Era todo demasiado complejo.

Marta la sacó de sus ensoñaciones, tras llamarle la atención por tercera vez consecutiva.

MARTA – ¿Quieres venir a ver la aldea?

BÁRBARA – ¿Aldea?

MARTA – Sí bueno… Estamos construyendo un pequeño pueblo, para poder empezar a vivir en el islote, sin tener que depender en todo momento de los barcos. Es bastante pequeño, pero… ¿Quieres verlo?

BÁRBARA – Por supuesto. ¡Zoe!

La niña pelirroja se giró hacia el comedor. Bárbara le hizo un gesto con la mano, instándola a acompañarla. Zoe no dudó un momento en correr a su encuentro. Las tres abandonaron el comedor y subieron la pendiente sobre la que estaba edificado. Al llegar a lo más alto de aquella pequeña loma, la cota de tierra más alta de todo el islote, vieron aquello a lo que Marta llamaba Aldea. Se trataba de una zona bastante plana salpicada de pinos, muchos de los cuales habían sido talados para construir tanto el comedor como la propia aldea. De momento tan solo habían construido siete pequeñas cabañas de madera, de a duras penas treinta o cuarenta metros cuadrados. Había otra media docena que estaban a medio construir. Una hacía de cocina, otra de servicio higiénico, otra de taller… Algunas tenían incluso camas y mesas, y había quien ya había empezado a pasar ahí la noche.

Todas esas construcciones estaban hechas de madera, materiales que habían ido recolectando en los reiterados viajes hacia las zonas infectadas, y partes desguazadas de algunos de los barcos más viejos. Lo más curioso era que habían hecho uso de los propios árboles, a modo de pilares perfectamente arraigados al suelo, para tener una buena base sobre la que levantar las cabañas. Pese a su aspecto burdo, no cabía la menor duda de que estaban hechas para durar. Lo más sorpresivo era que todo lo estaban haciendo con herramientas manuales, ensamblando unas piezas con otras por geometría, gravedad o a base de clavos y perfiles metálicos. No disponían de electricidad, de modo que no podían hacer uso de ninguna otra herramienta que no fueran sierras, martillos, hachas destornilladores y similares. Había un par de ingenieros, un arquitecto, tres peones de obra y un oficial de primera, y entre ellos y el resto de voluntarios, estaban levantando desde la nada un pequeño pueblo autosuficiente.

Marta les guió por entre las diferentes cabañas, explicándoles parte de la historia que había detrás de cada una, cuando uno de los hombres que había trabajando en la cubierta de una de las cabañas, que se las había quedado mirando desde que emergieron de la loma, les llamó la atención.

VÍCTOR – ¿¡Zoe!?

La niña se giró hacia él, algo intimidada. Se trataba de un hombre con una espesa barba negra que debía hacer al menos mes y medio que no se afeitaba, de unos treinta y cinco o cuarenta años, con unas feas gafas de pasta con un pedazo de cinta aislante que sujetaba el puente roto. Zoe hubiera podido jurar que no lo había visto en toda su vida. Miró a Bárbara y se arrimó a ella. La profesora la sujetó del hombro, tratando de tranquilizarla, mientras aquél hombre bajaba la escalera sobre la que estaba encaramado y se dirigía a su encuentro. Marta saludó amistosamente a Víctor cuando éste las alcanzó, y el hombre se agachó un poco para estar a la altura de la más pequeña, con una radiante sonrisa en el rostro.

VÍCTOR – Zoe, soy yo. ¿No te acuerdas de mí?

Zoe no respondió. Miró a Bárbara, buscando refugio en ella. Bárbara, que creía conocerla muy bien, y la consideraba una niña extrovertida y con mucho don de gentes, se sorprendió al verla tan tímida.

BÁRBARA – Muy buenas tardes. Yo soy Bárbara.

VÍCTOR – Víctor.

Víctor miró a la profesora, sin perder aquella radiante sonrisa rodeada por todo aquél vello facial, y le plantó un beso por mejilla.

VÍCTOR – Yo era amigo de tu padre, Adolfo. Tú has venido a comer a mi casa un par de veces, cuando eras más pequeña, en Etzel. ¿No te acuerdas de mi perrita dálmata?

Zoe dio una corta inspiración de aire. Ella a duras penas tendría cuatro o cinco años la última vez que se vieron, antes de que él partiese con su esposa a la otra punta de la península por razones laborales. Desde entonces no habían vuelto a coincidir, y ya prácticamente le había olvidado. Por esos tiempos él lucía afeitado y usaba lentillas, por eso le había costado tanto reconocerle. Él enseguida leyó en sus ojos que por fin había recordado quién era.

VÍCTOR – Me alegro mucho de verte. ¿Qué tal están tus padres?

comentarios
  1. Betty dice:

    Buenas !!

    Definitivamente parece una comunidad de buena gente y qué está bastante bien organizada, me pregunto quién es el qué está detrás de ello, Marta ?
    Por otro lado me parece qué ese pequeño islote en un futuro no es viable para tantas personas, animales y cosas qué quieren hacer….. Se les quedará pequeño y la alternativa es Bayit.
    Todo esto va a ser un quebradero de cabeza para Barbara, aunque siga siendo una prioridad recoger a su hermano y amigos, tendrá que plantearse contar la verdad sobre Nefesh y Bayit !!

    Espero qué la reacción de Zoe sea buena respecto a Víctor aunque eso la obligue a recordar cosas qué tiene enterradas y qué ahora más o menos estaba superando con su nueva familia !!

    Todos estos acontecimientos dan un matiz muy interesante a lo qué está por venir 😃 !!

    Betty

  2. battysco dice:

    Vaya vaya, menudo tinglado tienen montado en el islote. Opino igual que Betty, tarde o temprano ese sitio se les quedará pequeño, es imposible que haya un futuro ahí. En cuanto crezca la tasa de natalidad la tierra se les quedará pequeña y no pueden vivir en los barcos a largo plazo. Parece que esta vez voy a acertar en que tendrán que emigrar con Bárbara. La comunidad de Bárbara es pequeña, pero cuentan con un buen montón de bebés, así que la opción de trasladarse al islote tampoco la considero viable.

    Lo único que después de currárselo tanto en el islote, la idea de emigrar a Nefesh tampoco les va a interesar por el momento en absoluto. Aunque les ofrezcan un barrio amurallado, en el extrarradio habían infectados a tutiplen.

    Dicho esto, no sé cómo el maestro villahermosa va a resolver la unión de las dos comunidades.

    Me alegra que esta vez la gente con la que se han encontrado sea gentil, pero a su vez eso nos conduce a que los que hay ocultos por Nefesh no lo sean…

    Ah, y por último comentar que al final sí que hay alguien «conocido», el tal Víctor, pero no sé hasta qué punto va a ser un personaje relevante en la historia. De momento no se me ocurre nada. Cierto es que David nunca escribe algo porque sí. Por lo tanto, alguna sorpresa nos debe tener preparada con esa nueva incorporación.

    Preparadas para elucubrar.
    Listas.
    Yaaaaaa!

    Sonia.

  3. Carol dice:

    Aisssss! . Soy lo peor 😄. Yo imaginándome desgracias varias y resulta que se han encontrado con las hermanitas de la caridad… O no?. En todo caso, sea lo que sea, efectivamente, el sitio de quedará pequeño (aunque yo me lo imaginaba incluso más pequeño!). Y Víctor? Personaje trampa o aportará a la trama? Eso de no poder pasar de página y continuar leyendo a ver qué pasa es……arghhhhhhh. Slds!

  4. Betty dice:

    Jejejeje, siiiii, esto es demasiado happy flower….. yo de momento no me fío !!

  5. Nunca dejarán de entusiasmarme vuestras elucubraciones de los futuros plausibles con las cartas que hay sobre la mesa. Nunca estoy disponible cuando conversáis al respecto, porque me pilláis trabajando o en clase de inglés, pero no por ello les presto menos atención.

    En realidad… El arco argumental del islote es como si fuese un huevo de pascua en sí mismo, que ofrece más dudas que respuestas. Quería ofrecer una perspectiva del viaje en barco diametralmente opuesta a la de la anterior travesía, y dejar algunos hilos sueltos para atar algunas cosas más adelante, y me pareció interesante plantear la hipótesis de cuál podría ser un futuro plausible, al menos a corto o medio plazo, como bien aventuráis, en una comunidad como la de Bárbara, pero con otras mentes pensantes, otras prioridades, y otro volumen. Yo en la novela no puedo abarcar un grupo de ese calibre sin ser excesivamente vago o ser injusto al señalar los personajes relevantes (el síndrome de LOST de centrar la atención en un grupo reducido de personajes dentro de un colectivo mucho más grande de gente que está ahí sólo para hacer bulto), al menos no lo quería, por eso obvié a conciencia que el grupo de Bárbara fuese excesivamente grande, y aún así, la cantidad de personajes y flashbacks me ha dado muchísimo juego.

    El sábado obtendréis alguna información más al respecto, que quizá sacie vuestra curiosidad sobre algunos aspectos de los que habéis puesto sobre la mesa. Eso sí, creo que no ofenderé a nadie si digo que este no es un viraje en la dirección principal de la trama, sino… una escala en el viaje. Todo se andará.

    David.

    • battysco dice:

      Está bien que en esta ocasión no se encuentren con gentuza en alta mar, así el viaje cobra un tinte distinto. Nosotras tenemos la mente perversa, pero en eso tienes algo de «culpa» con tantas tramas de cáliz perverso que nos has ofrecido anteriormente. Todo dicho desde el cariño, por supuesto. Además, que creo que a nosotras nos gusta más cuando las tramas se recrudecen y los protas las pasan canutas jiji. Así que rectifico, no tienes culpa de nada xD

      Esperando al viernes.

      Sonia.

      • Pues… creo entonces que este tomo te va a gustar. He empezado muy suave, pero… no te digo ná y te lo digo tó. xD Piensa que en cierto modo, todo el tomo II sólo es una excusa, dentro de toda la implicación argumental, para dejarlo todo preparado para un gran final en tres actos. Aún no habéis empezado siquiera a vislumbrar el primero de los tres actos. Y cada cual es más destrozacabezas que el anterior. xD

        David.

        • battysco dice:

          Aaaaaaaaaaaarrrrgggg

          ¡¡¡¡¡¡¡¡Qué fuerte!!!!!!!

          El segundo tomo una excusa dice……. Aaaaaaaaaarrrrgggg

          Y podría seguir con infinitos onomatopeyas.

  6. Betty dice:

    Jejejeje, esto se pone al rojo vivo, amárrense los machos 😉👏👏👏👏👏

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