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Urgencias del hospital Shalom de Sheol
3 de septiembre de 2008
OLGA – ¿Pero tú dónde estás?
JACINTO – Estoy saliendo de Etzel. No tardaré más de diez minutos en llegar. No te puedes imaginar la de coches que hay en la carretera…
La joven de los pendientes de perla resopló, impaciente. De fondo se oían los gritos agónicos e iracundos de algunos de los pacientes que habían llegado con anterioridad a las atestadas urgencias del hospital. Varios de ellos habían sido fuertemente sedados y atados de pies y manos a las camillas sobre las que descansaban para evitar que se autolesionasen, o lo que era peor, que agrediesen a otros enfermos. Por fortuna, dichos enfermos habían sido trasladados a otra ala del hospital, pero aún así, el ruido que de ésta llegaba a los oídos de Olga resultaba escalofriante.
OLGA – No sé si nos vamos a poder quedar mucho más tiempo. Aquí no para de entrar gente, y a la mama ya le han escayolado el brazo y le han inyectado un recordatorio de la vacuna ЯЭGENЄR, y hace más de una hora que estamos esperando que venga el médico otra vez para…
JACINTO – Tú no te preocupes, cariño. Yo os voy a buscar fuera si hace falta, pero no os mováis de ahí. Siento no… no haber podido estar ahí antes con vosotros pero… la carretera está imposible hoy. Dile… dile a tu hermano que se ponga.
Olga tragó saliva. Había decidido explicarle todo cuanto había ocurrido en el estadio una vez le tuviese delante, para no preocuparle más de lo estrictamente imprescindible, más ahora que estaba al volante, pero no podía seguir demorando el afrontar lo inevitable. Respiró hondo, sacó el aire lentamente por una pequeña abertura entre sus labios, y se disponía a revelarle a su padre el motivo por el que Gustavo no estaba en el hospital con ellas cuando una imagen en su visión perimetral le hizo girarse hacia la puerta de entrada a las urgencias.
Había tanta gente por medio que no pudo distinguir a su dueño, pero aquella gorra era a todas luces inconfundible. La recordaba especialmente, porque había sido ella misma quien se la regaló a Gustavo, hacía unos meses, durante un viaje relámpago que hicieron al norte para que el joven arquero pudiese participar en un torneo de tiro al arco. Él había olvidado la suya en casa, y ella se la compró en una tienda cercana al polideportivo en el que se celebraba el torneo. Éste día Gustavo hizo un papel excelente, aplastando sin piedad a sus contrincantes, uno de los cuales salió llorando del polideportivo. Desde entonces siempre la llevaba puesta cuando acudía a un torneo importante, y hasta el momento nunca había perdido llevándola puesta. Él estaba convencido que era su gorra de la suerte.
OLGA – Espera… espera un segundo.
Olga no aguardó a la respuesta de su padre; bajó el teléfono y se despidió de Agustina, que descansaba sobre su silla de ruedas junto a la entrada de los servicios. La joven de los pendientes de perla se abrió paso entre la muchedumbre, teniendo que empujar a más de una persona, hasta que finalmente consiguió llegar a la entrada. Su decepción fue mayúscula al comprobar que ahí no estaba Gustavo. Lo buscó con la mirada, oteando en todas direcciones, de puntillas, pero no fue capaz de encontrarle. Incluso salió al exterior, a la sombra de la marquesina, y le llamó la atención comprobar que ahí fuera había tanta o más gente que dentro, bajo aquél sol de justicia. Se sorprendió especialmente al ver un par de jeeps del ejército estacionados en el aparcamiento privado del hospital, y media docena de personas uniformadas portando voluminosas y pesadas armas hablando entre sí a la sombra de unos pinos no muy lejos.
Al volver con su madre, convencida de que todo había sido fruto de su imaginación, le vio junto a ella, de espaldas. Se había quitado la gorra, que ahora estrujaba entre sus dos manos, mostrando su ensortijado pelo moreno sobre los hombros. Estaba hablando con Agustina. Fue entonces cuando Olga recordó que había dejado a su padre colgado al teléfono.
OLGA – Perdona, papa. Que… me he despistado. Ahora… ahora te llamo yo.
JACINTO – Cariño, ¿qué…?
Olga colgó el teléfono, lo metió en el bolso, y puso su mano sobre el hombro del chaval.
OLGA – ¿Qué haces aquí, Gus?
Gustavo se giró a toda prisa, asustado al notar que alguien le tocaba.
OLGA – ¿Cómo es que…?
El joven arquero negó con la cabeza, al tiempo que sus ojos adquirían un brillo especial y su mandíbula inferior comenzaba a vibrar inconteniblemente. Olga dejó la frase inacabada al recibir el abrazo de su hermano pequeño. La joven de los pendientes de perla acarició la espalda de Gustavo, tratando de tranquilizarle. Pasaron así cerca de un minuto, entre el ruido y el desagradable olor a sudor de aquél caluroso espacio cerrado.
GUSTAVO – Tenemos que irnos de aquí, ahora.
OLGA – Pero qué ha pasado. ¿Cómo es que te han soltado?
GUSTAVO – Luego te lo explico todo. No hay tiempo. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes. Este sitio no es seguro.
OLGA – ¿Qué? ¿Pero por qué? ¿Qué pasa?
GUSTAVO – Es como en la película aquella, que vimos el verano pasado. De aquella mujer rubia que se encerraba en una casa con un negro, y los muertos se levantaban y se los querían comer.
OLGA – Por el amor de Dios, Gus, tranquilízate. ¿Tú te estás oyendo?
GUSTAVO – Lo he visto, Olga. No te estoy engañando. ¿Te acuerdas de la policía que me estuvo haciendo todas aquellas preguntas, en el estadio? He visto cómo la mataban, y cómo se levantaba toda loca e intentaba matar a su compañero. Tenemos que irnos ya. ¿No te das cuenta?
Ambos se giraron al escuchar la voz apagada de Agustina entre el griterío general.
AGUSTINA – Haz caso a tu hermano.
OLGA – Pero…
AGUSTINA – Yo estoy bien, y aquí no nos van a atender en lo que queda de tarde. Vayámonos fuera. Necesito aire.
Olga se limitó a asentir, agarró la silla de ruedas de su madre por la asidera, y puso rumbo a la salida, mientras Gustavo les iba haciendo paso. Para cuando consiguieron llegar a la marquesina de entrada, Jacinto acababa de aparcar a dos manzanas de ahí, en la cuneta, junto a unas viñas. Enseguida se reunieron los cuatro y pusieron rumbo de vuelta a casa, en Midbar, donde las cosas estaban aún mucho más tranquilas. Aunque no tardarían en torcerse, al igual que estaba ocurriendo en Etzel y las demás ciudades adyacentes a Sheol, cual mancha de aceite sobre el agua.
Si tan solo hubieran permanecido en las urgencias media hora más, habrían presenciado la masacre que se vivió ahí esa calurosa tarde de verano, cuando uno de los enfermos despertó de su letargo medicamentoso, consiguió zafarse de sus grilletes y hacer cundir el pánico en la atestada sala, infectando a más de una docena de personas antes de ser abatido sin piedad por los soldados que había apostado el ejército en las inmediaciones. Aunque para entonces ya había conseguido infectar a siete personas más, que a su vez infectarían a otras ciento ochenta, y así sucesivamente.
Avanzamos!! me gusta ese párrafo final. Como ya hemos comentado antes, sabemos que se salvan de las primeras oleadas, pero no está nada mal saber que se libran por poco de problemas mayores. Aparte me gusta el detalle de dejar caer como pasó, por mucho que fuese previsible.
Con ganas de ver como avanza esta historia y como muere el padre.Agustina ya sabemos que está muerta, pero me imagino varios escenarios para el padre (muerto por ella, que lo veo lo mas probable) o simplemente cualquier obstáculo por el camino.
Este flashback de Olga y Gustavo, colma todas las expectativas qué tenía de volver a saber de esta parejita tan tierna. Genial!!
Si bien el contexto, explicado ya en multitud de ocasiones con otros personajes, puede resultar menos atractivo a estas alturas, aquí quiero potenciar el interés en la relación fraternal entre Olga y Gustavo, ese vínculo que se intuye en el encuentro con Bárbara y Morgan, sus puntos en común y sus divergencias. Es uno de los flashbacks que más me ha motivado crear, puesto que esos personajes originalmente no tenían visos a tener continuidad, ni en retrospectiva ni en adelante en la novela, y rescatarlos me ha permitido crear un universo nuevo a su alrededor y darles el trato digno y atractivo que siempre eché en falta.
Esta primera etapa es muy intensiva en cuanto a contenido en un período de tiempo muy corto, pero habrán reiterados saltos en el tiempo, centrándose en los episodios más relevantes de sus vidas en el inicio de la pandemia, que sin duda os resultarán tanto o más atractivos que esta primera toma de contacto.
Mañana también tengo fiesta (todo un lujo, esta semana tengo dos días libres xD), de modo que el sábado tendréis vuestra dosis de AOLDLV sin falta. 🙂
David.
Me alegra que la familia se haya reunido con relativa premura y sencillez. La madre ya está sentenciada, pero el padre morirá en el campamento, ¿cierto?
Sonia.
Olga explicó a Bárbara y a Morgan que su padre había muerto al recibir fuego amigo de los militares durante la noche del asedio de los infectados que huían del incendio de Sheol. De la madre no dije nada, y hay muchas más cosas que me guardo, pero eso es un punto anclado en el timeline de los hermanos. 😉
David.
Gracias por refrescar mi maltrecha y a la vez sagrada memoria. No me cabía la menor duda que te guardabas info para nuestro deleite.
Sonia.