3×986 – Símbolo

Publicado: 11/08/2015 en Al otro lado de la vida

986

Campamento de refugiados a las afueras de Midbar

3 de octubre de 2008

Gustavo detuvo hábilmente el balón antes que cruzase la línea imaginaria que dibujaban las dos rocas que había acordado con Zoe que hacían de portería. Ambos llevaban un buen rato jugando con aquél viejo balón de fútbol a la sombra de los pinos, mientras los demás visitantes charlaban tranquilamente sentados a la interminable mesa del comedor principal, hecha de tablones y caballetes, esperando la vuelta de la anfitriona, que se había ausentado para ponerse algo más presentable, llena de barro de pies a cabeza como estaba cuando se conocieron.

El joven arquero agarró el balón, y se disponía a seguir intentando colarle otro gol a la niña, cuando la vio acercarse más de la cuenta. Lo sostuvo en la mano hasta que Zoe estuvo a cerca de un metro de él. Entonces lo dejó caer y comenzó a juguetear con él en el suelo terroso. Se llevaban escasos cuatro años, pero Gustavo aún era muy inmaduro, por lo cual la veía como una semejante, pese a su significativa baja estatura.

ZOE – ¿Estáis solos aquí los dos?

GUSTAVO – Sí. Toda la gente que había aquí murió o se fue. Sólo quedamos nosotros.

ZOE – Entiendo… ¿Y tus padres…?

Gustavo asintió, con la cabeza gacha. La niña pelirroja no precisó una respuesta más clara. En los tiempos que corrían el silencio era la mejor respuesta.

ZOE – Lo siento mucho. Mis padres también murieron hace poco.

Zoe sorbió los mocos, tratando de mostrarse amable pese a que su tragedia personal, que por más que no era tan reciente como la de él, aún le afectaba mucho. Ambos se mantuvieron en silencio unos segundos, cada cual haciendo frente a sus propios demonios personales.

ZOE – Yo he tenido muchísima suerte de encontrarme con Bárbara. Ha estado cuidando de mí desde que nos encontramos. Ella… también ha perdido a sus padres. Y Morgan es un cascarrabias, pero también se desvive por cuidar de nosotros. Es muy buena persona. Ya lo conocerás.

El joven arquero respiró hondo. Zoe notó cómo le temblaba la mandíbula inferior.

ZOE – ¿Os vendréis con nosotros?

Gustavo se mostró genuinamente sorprendido por la franqueza de la niña: no se andaba con rodeos.

GUSTAVO – ¿A dónde vais?

ZOE – Ah, pues… no sé. Yo… sólo… voy con ellos. Querían irse de Sheol porque… ahí es donde empezó todo esto y… está lleno de infectados. No es un buen sitio para quedarse.

Gustavo asintió vagamente con la cabeza. Estaba convencido de que aquella horda de infectados que había arrasado el campamento venía precisamente de ahí, y le sorprendía que ellos también lo hicieran, y aún así siguieran con vida.

ZOE – Pero la verdad es que no sé dónde quieren que vayamos. ¿Tú te querrías venir con nosotros?

GUSTAVO – No… No lo sé… eso ya es cosa de mi hermana. Si ella… dice que sí…

ZOE – Quiero decir… estando aquí solos, vosotros dos… Estaréis mejor con nosotros. Morgan tiene… ¡Ah! Espera…

El joven arquero frunció el ceño al ver cómo Zoe se llevaba la mano derecha, subrayada por una discreta cinta violeta que tenía anudada a la muñeca, al bolsillo derecho de su recién adquirido vestido verde. Estaba excepcionalmente abultado, y el joven arquero tenía sospechas más que fundadas sobre lo que debía ocultar, aunque viendo la edad de la pequeña, le costaba creerlo. Zoe sacó del bolsillo un brillante revólver. Tratando de demostrar que no le costaba manejar aquél pesado artefacto, sacó un par de balas del tambor y se las ofreció a Gustavo, mostrando la palma abierta de su mano y una sonrisa en los labios.

Gustavo observó aquellas dos brillantes piezas plateadas, y acto seguido miró a los penetrantes ojos verdes de la niña.

GUSTAVO – ¿Son para mi?

ZOE – Quédatelas. Creo que puedes ponerlas en una de las pistolas que llevabas antes. Aunque… yo no entiendo mucho de estas cosas. De todas maneras… quiero que te las quedes. Yo tengo más.

Zoe insistió, y finalmente Gustavo consintió en cogerlas, sorprendido y agradecido a partes iguales.

GUSTAVO – Pero… ¿No la necesitarás?

ZOE – Qué va. Tengo unas pocas más. Y si vosotros no tenéis… os vendrán muy bien.

GUSTAVO – Ah, pues… muchas gracias.

Gustavo esbozó una sonrisa, mientras tanteaba con los dedos aquellos dos pequeños tesoros que le había regalado su recién adquirida amiga. Ambos se giraron al escuchar un grito proveniente de la mesa de la carpa del comedor. Se trababa de Olga. Temía perder de nuevo a su hermano de vista: había aprendido la lección.

Olga había tenido ocasión de asearse un poco, y tal como prometió, había traído café caliente para sus invitados. Gustavo se guardó el regalo de Zoe en el bolsillo de sus pantalones manchados de barro, y junto a ella corrió de vuelta al grupo. Ambos enseguida dieron buena cuenta de una bandeja con pastas de té que había traído consigo Olga, herencia del alijo particular del sargento Serrano. Él no las echaría en falta: estaba en compañía de sus dos hijas y su esposa, tostándose al sol en lo alto de la colina del roble.

La paz que reinaba en aquél enclave, subrayada por la suave brisa que mecía las lonas de la carpa en la que se refugiaban del sol, contrastaba con la realidad imperante en el mundo que les rodeaba. No obstante, todos supieron saborearla, conscientes de que no duraría eternamente.

Azuzada por la inquisitiva actitud del policía, Olga explicó pormenorizadamente a los recién llegados la desafortunada experiencia que viviera con su hermano hacía un par de días. Obvió hacer referencia a la escasez de armas con las que defenderse, y al pequeño alijo de alimentos y bebida que celosamente guardaban. Morgan pareció genuinamente satisfecho con la explicación, aunque algo sorprendido porque, de entre todos los presentes, muchos de ellos preparados en cierto modo para ese tipo de eventualidades, quienes hubieran conseguido sobrevivir fuesen precisamente aquellos dos chavales. Incluso la invitó a plantearse la idea de unirse a su grupo. No era esa su idea original, después de lo mal que acabó su anterior experiencia al cargo de civiles, pero si había consentido incluir al ex presidiario, a la profesora y a aquella niña que tan nervioso le ponía en su grupo, bien podría hacerse cargo también de ellos. Saltaba a la vista que lo necesitaban. Para su sorpresa, Olga rechazó educadamente su oferta. Para entonces Zoe y Gustavo se habían vuelto a separar del grupo, y jugaban de nuevo a pelota.

Christian no había abierto la boca desde que se sentaran a la mesa, y Bárbara parecía también bastante distraída de la conversación que mantenían Olga y Morgan, hasta el punto que se levantó de la mesa, ignorándoles por completo, y se acercó a la otra mesa. Parecía muy interesada por algo que había ahí, aunque el ex presidiario, que la observaba con atención, no era capaz de ver más que basura y pequeños charcos de agua de lluvia. La profesora recogió con cuidado, dado su delicado estado, mojada como estaba, una pequeña, sucia, y aparentemente insignificante pajarita de papel. Para entonces todos estaban mirándola, curiosos por su actitud. Morgan se sorprendió aún más al ver sus ojos bañados en lágrimas al girarse. La siguió con la mirada cuando comenzó a correr de vuelta a la colina de los cadáveres, desapareciendo enseguida tras una de las verdes lonas.

MORGAN – ¿Y a ésta qué tripa se le ha roto ahora?

comentarios
  1. gamab dice:

    genial el recordar la pajarita y sobretodo el comentario de Morgan 😀

    • Ahora que viene el reencuentro cuando se recupere la línea temporal principal, viene bien que el lector les tenga presentes, que aparecieron hace demasiado tiempo. Todo está conectado. 🙂

      David.

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