1008
Velero Nueva Esperanza, Mar Mediterráneo
16 de diciembre de 2008
Carla era la única que se encontraba en cubierta, dirigiendo el navío hacia aquella vieja estación petrolífera abandonada. El viento estaba poniendo todo de su parte para permitirles llegar cuanto antes al encuentro con Samuel, y la veinteañera se encontraba de muy buen humor, pese a que hacía más de dos horas que había comenzado su turno y estaba algo cansada.
Desde su posición tras el timón escuchaba con claridad las risas del resto de la tripulación en el camarote principal. Olga había traído consigo una baraja española, y las dos parejas de hermanos, Zoe y su abuelo estaban jugando con ellas. Esa era una costumbre que habían traído consigo los recién llegados, y parecía haber calado entre los demás, a juzgar por las horas ininterrumpidas que llevaba el juego en activo desde la comida. Incluso ella misma había echado media docena de partidas esa mañana, por más que nunca había encontrado gran atractivo en ese tipo de entretenimiento. El único que no les acompañaba era Guille. Él llevaba ya varias horas durmiendo plácidamente en el camarote que compartía con su padre y con su hermana. Se había saltado la comida, por quinta vez consecutiva desde que partieran la jornada anterior, yéndose a dormir a poco que rompió el alba.
Bárbara le había hablado de él durante el trayecto hacia la península. El chico que ahora dormía en aquella cama enorme no parecía tener nada que ver con el que la profesora le había descrito, pero Carla no consideró oportuno hacer ningún comentario al respecto por respeto. Su padre decía que muchacho había pasado por un episodio traumático, al perder a su madre y a su hermana, y que desde entonces no había vuelto a ser la misma persona. Ella misma había pasado por cosas incluso peores, al igual que Bárbara, al igual que Olga o Gustavo. Incluso Zoe, que tenía la misma edad que él, había visto morir a sus dos padres para luego intentar acabar con ella. Todos ellos habían conseguido salir adelante, de un modo u otro, pero el chico no, y su padre lejos de intentar normalizar su situación, le malcriaba, permitiéndole distorsionar sus horas de sueño y saltarse las horas de comida para, al menos eso creía ella, darse atracones nocturnos mientras los demás dormían.
La veinteañera alejó esa idea de su cabeza. Al fin y al cabo, ella no era nadie para juzgarle, y el muchacho no hacía daño a nadie.
Comprobó por enésima vez el rumbo, más concienciada que nunca de su papel, con el recuerdo del hallazgo inesperado del islote Eseb aún presente en su memoria. Lo vio tan pronto levantó la vista de los aparejos que utilizaba para orientarse. Notó cómo el pulso se le aceleraba, y se metió en la boca el piercing de su labio, mordiéndose éste en un acto reflejo. Revisó a conciencia la carta náutica plastificada que tenía delante, pese a que sabía a ciencia cierta que donde se encontraban no había tierra a la vista en más de treinta kilómetros a la redonda. En efecto. Ahí no debía haber más que agua y más agua. Pero ahí estaba aquella figura oscura, justo en el punto donde el azul del cielo daba paso al azul del mar.
CARLA – ¡Yayo!
Las risas continuaron abajo, pero Carla escuchó cómo su abuelo abandonaba su posición, ofreciéndole sus cartas a Zoe para que se las guardase, pues era la única jugadora genuinamente honrada que había en la mesa, y subía los peldaños que le separaban de cubierta.
Lo primero que vio Darío al llegar arriba, mientras se abrochaba la chaqueta, fue a su nieta mirando por los prismáticos. Se aproximó a ella, entrecerrando los ojos para tratar de averiguar lo que la joven estaba mirando. Aún faltaban al menos un par de horas para que empezase a oscurecer, y con el cielo tan despejado, aquella distorsión en la homogeneidad del horizonte resultaba demasiado llamativa.
No hizo falta que mediaran palabra. Carla le ofreció los prismáticos a su abuelo, y éste observó a través de ellos con mucha atención. Había perdido la sonrisa que le acompañara al subir.
DARÍO – Es un barco. De eso no cabe duda.
CARLA – ¿Y ahora qué hacemos?
El anciano seguía mirando por los prismáticos, con la mano izquierda firmemente sujeta al cable que le separaba de una caída libre en el mar.
DARÍO – Ese barco no está… no está bien.
CARLA – ¿Cómo no que no está bien? ¿Qué pasa?
DARÍO – Le falta una vela, y la otra está… No está bien sujeta. Está dando bandazos con el viento.
CARLA – ¿Y eso qué significa?
DARÍO – Bueno… Si hay alguien… no debe tener ni idea de lo que está haciendo, o no está en condiciones de dirigirlo.
CARLA – O quizá no haya nadie.
DARÍO – O quizá no haya nadie…
Un silencio incómodo se apoderó de la cubierta. Las risas se habían convertido en voces apagadas en la distancia.
CARLA – ¿Pasamos… de largo? O… ¿O qué?
DARÍO – No sé… Deberíamos comentárselo a los demás. Apenas nos desviaríamos nada, pero…
BÁRBARA – ¿Todo va bien?
Ambos se giraron al oír la voz de la profesora. No la habían escuchado subir los escalones.
DARÍO – Hemos avistado un barco.
BÁRBARA – ¿Es grande?
Darío le ofreció los prismáticos. Bárbara escudriñó el horizonte marino hasta que lo vio. Estaba extremadamente lejos, pero resultaba inconfundible.
DARÍO – Algo más pequeño que éste. Lo que más nos ha llamado la atención es que va a la deriva. No parece que haya nadie guiándolo.
La profesora apartó los ojos de las lentes y miró al viejo pescador.
DARÍO – Ese tipo de embarcación ni siquiera tiene motor, y tiene las velas inutilizadas. Una de ellas ni siquiera está izada. Y estamos muy lejos de la costa más cercana.
CARLA – Deberíamos pasar de largo. No…
BÁRBARA – Quizá tengan problemas. Y necesiten que les rescatemos. Nosotros pasamos por algo así antes de llegar a la isla.
CARLA – Si es que no están muertos.
BÁRBARA – Si es que no está vacío.
CARLA – Quizá haya infectados dentro.
BÁRBARA – ¿En un barco tan pequeño? Se habrían caído por la borda.
CARLA – No me parece seguro acercarnos. Al fin y al cabo, si hay alguien a bordo y ni siquiera se ha molestado en poner las velas derechas… es su problema.
BÁRBARA – Quizá no puede, porque… No sé. ¿Tú qué opinas?
DARÍO – A mi no me miréis. Hombre, yo me acercaría, pero…
Hicieron una votación a mano alzada, todos los integrantes de la tripulación a excepción de Guille, que seguía durmiendo a sus anchas en aquella amplia y cómoda cama de matrimonio. La propuesta de acercarse a auxiliar a los posibles supervivientes de aquél pequeño barco ganó por mayoría absoluta.
Feliz año!!
Qué alegría que vuelvan los relatos, se les echaba de menos.
Ahora me apuesto algo a que en el barco está Morgan. Qué ganas de ver como avanza esto
Después del parón de las fiestas ( qué espero hayáis disfrutado tod@s 😃) es un placer volver a retomar la lectura otra vez!!
Saludos a tod@s
Hola a todos!. Feliz año y felices lecturas. Como dice gamab ya se echaba de menos los capítulos semanales. Sobre q ahí esté Morgan, no sé…..ya tengo ganas de saber cómo David nos va a sorprender (y «convencer», si es el caso…😉) de lo que le haya pasado a este personaje. Slds!
Me encanta que Morgan siga presente en vuestra memoria, todavía caliente. Sea como fuere, a cada nuevo capítulo la resolución de su desaparición está más y más cerca. Y si soy sincero, es una de las partes a las que más ganas le tengo, y sin duda uno de los engranajes del arco argumental más relevante de este tercer y último tomo.
Ya quedan pocos capítulos de este episodio, y luego tendremos un nuevo flashback de Guillermo, el que más información jugosa ofrecerá de todos cuantos habéis leído hasta el momento.
¡Saludos cordiales a tod@s! Confío lo sigáis gozando con la lectura. 🙂
David.