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Estación petrolífera abandonada
20 de diciembre de 2008
El recibimiento que obtuvo Samuel al llegar a Nueva Esperanza fue mucho más de lo que su maltrecho espíritu fue capaz de soportar. Se pasó la mayor parte del tiempo llorando. Lágrimas de alegría que delataban que su larga espera había llegado al fin. Que jamás volvería a estar solo.
La acogida que le brindó Guillermo fue sin lugar a dudas la más calurosa. Tan pronto el joven negro posó un pie en el velero, el investigador biomédico le estrechó entre sus brazos, en un emotivo y sincero abrazo que sorprendió incluso a la propia Bárbara. Al fin y al cabo, aquél chaval le había regalado, aún sin proponérselo, lo que él más ansiaba en el mundo, cuanto había estado luchando por conseguir desde hacía meses. Y por ello estaría en deuda con él mientras viviese.
Samuel tuvo ocasión de conocer al resto de la tripulación. Lo que más le sorprendió de entre todas las cosas, esa calurosa mañana de diciembre, de entre tantas caras nuevas y alimentos que prácticamente había olvidado, fue el excéntrico peinado de Carla. Los demás ya habían aprendido a ignorarlo, y pese a que empezaban a vislumbrarse unas incipientes raíces castañas, aquél torbellino de colores no le dejó en absoluto indiferente. Ello no hacía si no evidenciar su desconexión con el mundo, que había seguido avanzando inexorablemente pese a su ausencia. Al menos hasta finales de ese trágico verano.
El joven negro se sintió increíblemente afortunado de haberse cruzado en el camino de aquella magnífica gente, y si no disfrutó más de la magia del momento fue por culpa de cuanto le había dicho la profesora. En su interior se estaba librando una batalla cuyo ganador resultaba imposible de predecir. A un lado de la balanza se encontraba el aprecio y la enorme deuda que tenía para con sus nuevos compañeros de viaje. Al fin y al cabo, Nefesh parecía mucho más segura que cualquier otro lugar al que hubiese podido ir a parar de no haberse iniciado la pandemia mientras estaba atrapado en la estación petrolífera. Al otro lado de la balanza se encontraba la prometida seguridad que le esperaría en Éseb, si finalmente se decantaba por el islote. La mera idea de tener a un infectado delante, aunque fuese con un muro de hormigón de veinte centímetros de espesor entremedias, le producía el más genuino pánico. Saberse en un lugar en el que esa preocupación estuviese sencillamente fuera de la ecuación, resultaba muy tentador. Sería una decisión muy complicada.
Festejaron la incorporación de Samuel al grupo por todo lo alto, con una gran parrillada de pescado y marisco. Sin embargo él no probó un solo bocado de cuanto les había regalado. Entre todos habían preparado otros muchos platos con los que agasajarle en cuanto contasen con su presencia. Verduras, carne y legumbres, y muchos dulces de postre. Samuel llegó a repetir la palabra “gracias” más de un centenar de veces en la escasa hora que se demoró la hora de la comida, mientras se atiborraba con un sinfín de manjares. Incluso encontrándose al borde del empacho, no dudó en probar todo cuanto le ofrecían, sintiendo una miríada de recuerdos a cada nuevo bocado. Recuerdos de un mundo que había dejado atrás, y que por más que ahora se esforzase, jamás podría recuperar.
La conversación que el joven negro había mantenido con Bárbara se extrapoló al resto de los tripulantes al poco de llegar la sobremesa, y en adelante se inició un coloquio que se demoró hasta prácticamente la llegada del ocaso. Con la mesa llena de pipas saladas, pastas de té y tazas llenas de posos de café, discutieron largo y tendido cuál debía ser el siguiente paso a dar, aún con el velero inmovilizado junto a la estación petrolífera. Cada cual tenía su propio punto de vista, pero ninguno resultó lo suficientemente firme para imponerse al de los demás.
La aparente seguridad que prometía Éseb se contraponía con la escasa población de Nefesh, y su más que generosa alacena, que les permitiría vivir durante meses, si no años, sin necesidad de abandonar sus murallas. En el islote podrían olvidarse de los infectados, por más que tendrían que trabajar de lo lindo para construir una nueva sociedad, pero no podían ignorar el evidente problema de suministros. Ahí el volumen de población era muchísimo mayor, y con tantas bocas que alimentar, la perspectiva a largo plazo no resultaba tan atractiva.
Todos se dejaban influenciar por el prójimo, y por más que avanzaba la tarde, no fueron capaces de llegar a ninguna conclusión más que el hecho de que deberían ponerlo en común con el resto de habitantes de Nefesh, y proceder a una votación, cuyo resultado tan solo sería concluyente para quienes, de haberlos, acabasen decidiendo abandonar la isla.
Zoe fue una de las pocas personas que tuvo claro desde el principio que no quería abandonar Nefesh, y por más que Bárbara no le insistió demasiado al respecto, la profesora tenía sospechas más que fundadas sobre sus motivaciones. La niña aún conservaba la vaga esperanza de que Morgan volviese con ellos más tarde o más temprano, y al abandonar la isla, abandonaría también la posibilidad de reencontrarse con una de las personas más importantes de su vida. Y eso era algo en lo que ella no estaba dispuesta a ceder.
Horas más tarde, al tiempo que el sol se ocultaba bajo la línea del horizonte marino, Samuel llamó la atención de Bárbara, y ambos salieron a cubierta, lejos del griterío del interior del velero. Pese a que no había sido en absoluto fácil para él, Samuel había tomado una decisión en firme. La compartió con la profesora, y ella no pudo menos que apoyarla, elogiando la disciplina que había demostrado al responder a tan difícil elección. Ambos se dirigieron a Darío, y le transmitieron la información. El viejo pescador felicitó a Samuel por su decisión, y liberó al barco de sus ataduras, poniendo rumbo a su nuevo destino.
y…. acaba de llegarme el otro capitulo, ahora me pongo a leerlo, gracias, saludos.
Morgan 😥