3×1036 – Vista

Publicado: 07/05/2016 en Al otro lado de la vida

1036

 

A veinte kilómetros de la costa de Nefesh

24 de diciembre de 2008

 

Olga juntó ambas manos formando una especie de cuenco y exhaló aire caliente de sus pulmones, tratando de devolver la vida a sus dedos entumecidos por el frío. La última vez que miró el termómetro éste marcaba seis grados, pero eso fue hacía cerca de media hora, antes del amanecer. Hacía un día horrible: Frío, húmedo y con unas nubes colosales negras que auguraban lluvia. La parte positiva es que también hacía mucho viento, y ello, sumado a la fuerza del motor, les había permitido volver a Nefesh en tiempo récord.

Ella misma había escogido ese ingrato turno al mando del navío, antes que Darío tomase de nuevo el timón un par de horas más tarde, pues sabía que la llegada a Nefesh era inminente y quería ser la primera en avistar la isla. En esos momentos todos los demás dormían en sus camarotes. Incluso el pequeño Guille, que había pasado la mayor parte de la noche en vela, como de costumbre, y ahora dormía a pierna suelta abrazado a su padre.

Le hizo falta hacer uso de los prismáticos que llevaba sujetos al cuello para corroborar que aquella sutil distorsión en el horizonte marino no era fruto de su imaginación. No tardó en avisar a voz en grito a todos sus compañeros, con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro enrojecido por el frío.

OLGA – ¡Tierra a la vista!

En su interior se mezclaba la ilusión del descubrimiento, de la asunción de un destino mejor en un lugar seguro y con la mejor compañía, con el sempiterno miedo a los peligros que sin duda le aguardaban en aquella isla, que parecía desierta y virgen, a juzgar por cuanto le mostraban los prismáticos. De cuanto más orgullosa se sentía, con diferencia, era de haber conseguido llegar tan lejos en compañía de lo único que le quedaba de la que había sido su vida hasta hacía escasos meses: su hermano pequeño. Él fue el primero en llegar a cubierta, pues dormía en el sofá del camarote principal, dada la escasez de camas y la más que generosa tripulación del pequeño velero. Poco a poco los demás fueron atestando el poco espacio que había alrededor del timón, ansiando ver la tierra prometida. Guillermo incluso consintió  que Guille subiera a cubierta, por más que el muchacho acostumbraba a ponerse algo nervioso al verse rodeado de la abrumadora visión que ofrecía el mar abierto.

Pronto las voces de unos y otros, en alegres conversaciones cruzadas, inundaron la cubierta del velero entre bostezos carentes de pudor y gritos de genuina alegría. Bárbara se acercó a Zoe, que se había sentado en el extremo de la proa del barco, con los pies descalzos colgando a un escaso metro del agua. Tomó asiento a su lado, imitándola. La niña la miró, con una radiante sonrisa en el rostro infantil salpicado de pecas. Lejos quedaba ya la rabieta tras el inesperado abandono de Samuel.

BÁRBARA – ¿Te acuerdas, Zoe?

ZOE – Sí. Por fin hemos vuelto a casa.

La niña no pudo evitar recordar la última conversación que había mantenido con Morgan. En ese momento no lo había entendido, pero con el paso del tiempo comprendió que se trataba de una despedida. De haberlo sabido, jamás le hubiera soltado mientras se daban aquél abrazo. Su último abrazo antes que el policía desapareciera de sus vidas como por arte de magia para no volver. Se encontraban literalmente en el mismo lugar, pero en un barco mucho más fiable. Ahora iban mucho más rápido que a bordo del Nautilus IV, con idéntico destino.

Bárbara se echó hacia atrás, sujetándose con ambas manos en la barra metálica que tenía a la altura del pecho. Su cabello rubio relucía con los rayos de sol casi horizontales del alba.

BÁRBARA – Por aquí no vamos bien, Darío.

El viejo pescador, que había arrebatado el puesto tras el timón a Olga, le echó un vistazo, sin prestarle demasiada atención. Siempre adoptaba un semblante muy serio y concentrado cuando dirigía el barco, y la aproximación a la isla suponía un tema demasiado importante para él como para permitirse distracciones innecesarias.

DARÍO – ¿Qué pasa?

BÁRBARA – No nos podemos acercar a la isla por esta parte.

DARÍO – ¿Por qué no?

BÁRBARA – El fondo marino está lleno de rocas. Rocas afiladas que están casi al nivel del agua. Es lo que te conté, de cuando llegamos nosotros aquí la primera vez… que perdimos nuestro barco aquí mismo. Bueno… un poco más cerca. Bastante más cerca. Pero… De todas maneras, yo empezaría ya a dar un rodeo para entrar por el puerto deportivo. No me fío un pelo.

Darío asintió, le hizo un gesto a su nieta para que tomase el timón, y comenzó a trabajar en las velas. Pronto el barco comenzó a virar a estribor, y su avance comenzó a dibujar un arco alrededor de Nefesh, manteniéndose en todo momento a una distancia más que prudencial de la isla.

El frente boscoso y de aspecto paradisíaco que les había dado la bienvenida dio paso a la costa oriental. Bárbara incluso distinguió la urbanización de lujo donde había encontrado ese mismo velero por mera casualidad, en compañía de Carlos, no hacía mucho. Los acantilados que hacían de límite al crecimiento de Bayit se presentaron majestuosos frente a ellos minutos más tarde, pero la altura a la que se encontraban les impidió ver el barrio amurallado y a sus moradores. Por más que se esforzaron, ninguno fue capaz de ver infectado alguno en el trayecto que les llevó de vuelta al puerto deportivo. Todo estaba tal cual lo habían dejado hacía escasas dos semanas. Cualquiera hubiera podido jurar que en la isla no quedaba ya un solo alma.

Bárbara no esperó siquiera a que Darío aproximase el velero a la desierta zona de amarre. Se dirigió al camarote que había compartido tantas noches con la inquieta Zoe y sacó de su mochila uno de los dos walkies que había traído consigo. Echó mano de un par de pilas del bolsillo lateral y las introdujo en el compartimiento correspondiente. Volvió sobre sus pasos a cubierta, sintonizó la frecuencia acordada, y puso en funcionamiento el aparato.

BÁRBARA – ¿Carlos? Carlos. Soy Bárbara. ¿Me recibes?

La profesora esperó pacientemente una respuesta que jamás llegaría. Volvió a intentarlo, pero el resultado fue idéntico. Le cambió las pilas, usó el walkie de recambio que había traído, lo intentó una y otra vez, pero fue incapaz de contactar con Bayit. Todos observaban cómo iba poniéndose cada vez más nerviosa, en silencio, al tiempo que Darío aproximaba con precisión milimétrica el velero al noray donde acto seguido amarraría el barco, dando por finalizada la travesía.

comentarios
  1. Angela dice:

    «Una respuesta que jamás llegaría»… cielos, no me digas😳

  2. Betty dice:

    Una vez más nos dejas en un ! Ay…! Esa frase tan corta es una losa hasta el próximo capítulo!!

  3. El maravilloso mundo de los ciffhangers. No hay que darle más importancia de la que tiene. Carlos no ha respondido. Eso puede significar mil cosas (de ahí la magia de dejarlo ahí sin explicar por qué xD). Eso sí, el final del siguiente al próximo capítulo sí que es de traca. Nada que ver con esto. Es de esos que dices «¿Pero… pero qué carajo…?», Y entonces saltaré a la próxima Receta del Apocalipsis de Guillermo (como vil autor que deja la historia en lo más alto y se va a otro lado). Y después de eso… un flashback que espero que NADIE se espere, y luego… continuará la historia troncal, en una etapa que creo que va a ser de las que mejor recuerdo os deje de toda la novela. (L). Pero no adelantemos acontecimientos. xD

    David.

  4. Betty dice:

    😉 esos, pero qué carajo… Me encantan!! Presumo qué voy a disfrutar mucho,mucho, de lo que vendrá… 😜

  5. Angela dice:

    la imaginación y la temática de la historia me hace pensar siempre en que todo va a ir de mal a peor, claro que me encantaría qué hubiera esperanza…

  6. battysco dice:

    ¿Qué C_ _ _ ha pasado en Bayit? ¿Por qué Carlos no contesta? No viene muy a cuento que estuviera en el baño, jijiji

    El flashback que nadie se espera… ¿No tendrá que ver con el tal Ezequiel?

    ¿Así que ahora empieza la partida? ¡Venga, que se lía parda parda!

    PD: qué suerte la mía que aún tengo algunos capítulos para leer de tirón. No todo va a ser malo por haber hecho un parón lector.

    Sigo!

    Sonia.

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