3×1102 – Olvido

Publicado: 16/05/2017 en Al otro lado de la vida

1102

 

Obra abandonada en el barrio de Bayit

6 de enero de 2009

 

Morgan abrió los ojos, alertado por el ruido que le había despertado de un sueño que no comprendía ni sería capaz de recordar segundos más tarde. Los tuvo que cerrar a toda prisa, abrumado por tal cantidad de luz. Los entreabrió al escuchar de nuevo aquél característico sonido: había alguien arrastrando los pies muy cerca de ahí. En algún momento durante el tiempo que estuvo en los brazos de Morfeo había dejado de llover. Olisqueó el ambiente y notó una nota distinta a la de los pañales sucios y toda aquella basura: el olor de la sangre fresca de una presa que le puso en estado de alerta.

No se lo pensó dos veces y se levantó. No tardó en dar con la entrada de la caseta de obra donde se había refugiado de la lluvia, y al hacerlo, aún luchando por amoldar sus ojos a la luz del día, se encontró de frente con Zoe. La niña estaba ataviada con un llamativo chubasquero amarillo que le iba grande. El ruido de las pisadas del policía la había alertado, y la pequeña le observaba, quieta como una estaca clavada al suelo. Ambos se aguantaron la mirada unos instantes que a Zoe se le antojaron horas. La niña echó mano de su pistola automática, consciente tras una brevísima inspección ocular que el hombre que tenía delante no era el mismo al que ella tanto había echado de menos. Morgan no la reconoció: esa parte de su pasado había quedado borrada para siempre, y jamás la recuperaría.

El policía no demoró más lo inevitable, y tras emitir un grito que hizo dudar aún más a una aterrada y llorosa Zoe, seguido de otro aún más estridente, comenzó a dirigirse hacia ella. La niña de la marca blanca en la muñeca le apuntó con la pistola, pero pese a que le tenía a tiro y tan solo debía apretar el gatillo para acabar con él, no lo hizo. El policía, ignorante que su vida dependía en entero del dedo índice de aquella chiquilla pelirroja, apuró el paso, gritando a medida que salivaba, satisfecho al tener por fin la oportunidad que tanto había esperado. Zoe, sobrepasada por la situación, se orinó encima.

El policía la hizo caer al suelo de un fuerte empujón, agarrándola del hombro. Con su codo golpeó su labio inferior, que pronto comenzó a sangrar profusamente. La caída fue aparatosa para ambos, pues el policía no esperaba tal reacción por parte de la pequeña, o mejor dicho: la ausencia total de reacción. Ninguna presa en su sano juicio actuaría de tal modo, dejándose atacar sin apenas ofrecer resistencia. En cierto modo, eso respondía al por qué de la rápida expansión de la epidemia por todo el planeta, el motivo por el cual en poco menos de un mes había llegado hasta el lugar más recóndito del mismo: en la mayoría de los casos, el agresor no era un extraño. El común de los mortales no dudaría en defenderse del ataque de un animal salvaje o un violador anónimo, pero cuando el agresor era tu madre, tu hermano, tu mejor amigo o tu panadero, la reacción era muy distinta, y en la mayoría de los casos, torpe e imprudente en demasía.

La golpeó una y otra vez con los puños cerrados, mientras no paraba de gritar incongruencias, increíblemente excitado. Zoe trataba infructuosamente de zafarse de su abrazo, con los ojos anegados por las lágrimas. Lamentablemente, no reaccionó como era debido hasta que Morgan hinchó sus dientes en la carne blanda de su muñeca, en el mismo lugar donde anteriormente se había encontrado la cinta violeta que la había traído hasta ahí. No llegó a llevarse por delante ninguna vena, pero sí levantó un pedazo de piel bastante grande. Su sangre, en contacto con la saliva del policía, no tardó en manar de la herida abierta.

En el transcurso del forcejeo, durante un momento Morgan dejó de sujetarla a ella, y apretó con fuerza con ambas manos el chubasquero que la niña llevaba puesto, con el que se había protegido de la lluvia hasta hacía tan poco. Zoe aprovechó la oportunidad para deshacerse de su abrazo, escurriéndose fuera de la prenda amarilla y escapando a toda prisa.

Morgan tardó unos segundos en comprender lo que estaba ocurriendo, y que aquello que sujetaba con las manos no formaba parte de la presa que con tanto ahínco había intentado abatir, que ahora corría en dirección opuesta como alma que llevaba el demonio. Zoe se dirigió a toda prisa hacia el lavabo químico portátil de la obra. Morgan corrió en su dirección, pero llegó justo a tiempo de encontrarse la puerta cerrada en la frente. El policía escuchó desde fuera el sonido del pestillo, instantes antes de impactar contra la puerta. Ambos gritaron, aunque cada cual por un motivo distinto.

Ignorante del mecanismo de apertura de aquél ataúd vertical de plástico, Morgan comenzó a golpear y a zarandear el lavabo químico, escuchando de fondo el sonido de los gimoteos y los llantos de la pequeña. Incapaz de encontrar el modo de acceder al interior, pero para nada dispuesto a tirar la toalla, Morgan agarró el lavabo portátil de una de las hendiduras que había en la parte inferior izquierda del mismo y lo levantó de un fuerte tirón, haciéndolo caer al suelo aparatosamente. Comprobó desazonado que la parte inferior no estaba hueca, del mismo modo que no lo estaba la superior.

Consciente que su presa estaba ahí dentro, pues podía oírla y oler su sangre y su orina, ahora mezcladas con el producto químico que se había vertido en el interior del lavabo, increíblemente airado y algo nervioso, Morgan comenzó a empujar el lavabo químico por el suelo embarrado. La niña seguía gritando, suplicándole que parase, pero el policía no tenía intención alguna de hacerlo, aparte del hecho que no comprendía una palabra de lo que Zoe le decía. La niña soltó una sonora carcajada, colmada por el estrés, que hizo que Morgan aminorase momentáneamente el paso, pero eso no evitó que precipitase el lavabo por el agujero del sótano.

La risa y el llano cesaron de inmediato, tan pronto el lavabo portátil impactó contra el suelo, varios metros por debajo de la cota en la que se encontraba Morgan. El policía no dudó un instante en ir detrás, desatendiendo su propia integridad física, y rodó por la pared embarrada hasta que dio con los huesos en la cota inferior. Tardó unos segundos en recuperarse del impacto, con el que incluso se había mareado sutilmente. Sus ojos, inyectados en sangre, brillaron al ver que dos de los engarces de la pieza que hacía de techo se habían desvinculado del cuerpo del lavabo, y raudo echó mano de la pieza y comenzar a tirar hacia fuera, salivando profusamente ante la idea de poder volver a hincar el diente en aquella dulce carne infantil.

comentarios
  1. Betty dice:

    ¡Enhorabuena, David! ¡Electrizante el capítulo de hoy!

  2. mangela dice:

    Magnifico capitulo, gracias David, eres fabuloso! … ahora a esperar el desenlace 😌

  3. Drock9999 dice:

    Aplausos de pie!

    D-Rock

  4. Y esto no es más que el pistoletazo de salida a este arco argumental, que engarzará con el siguiente sin apenas solución de continuidad. Agarraos, que vienen curvas. xD

    David.

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