3×1114 – Desvaríos

Publicado: 27/06/2017 en Al otro lado de la vida

1114

Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh

9 de enero de 2009

 

ZOE – Y cuando… y cuando… y cuando Morgan se ponga bueno. Entonces… Entonces le llevaré a ver los pollitos. ¡Sí! Le encantarán los pollitos. Seguro que le gustan. Yo… hace mucho tiempo que no los veo. Deben de estar grandes, ya. Aunque… hace mucho frío. A mi no me gusta el frío. Prefiero que sea verano. En verano siempre es fiesta, y… puedes salir a jugar. Aunque… la yaya Claudia se murió en verano, y yo… me puse muy triste. Fue hace mucho tiempo. Mamá también se puso muy triste, porque… claro, era su madre. Yo… yo también quería mucho a la yaya. La gente no tendría que morirse. Es muy triste que la gente se muera.

Bárbara se llevó una mano a la frente al tiempo que su mandíbula inferior comenzaba a temblar convulsivamente. Carlos le pasó la mano por la espalda y le acarició el hombro, en un intento desesperado por apaciguar su maltrecho espíritu. En el dormitorio de Zoe también se encontraban Abril y Christian, cada uno a un lado de la puerta, cuales centinelas, observando con un nudo en el estómago los desvaríos de Zoe. Muchos más habían solicitado a Bárbara estar presentes, pero ella se había negado en redondo, y ellos habían respetado su decisión. En ese momento se encontraban todos los demás, a excepción de Juanjo y Paris, en el centro de día, en compañía de los bebés, sumidos en un silencio incómodo.

El mal que aquejaba a la pequeña había llegado a un extremo que incluso Abril reconoció que lo único que podían hacer por ella sería acompañarla en ese viaje de trágico destino. Las medicinas con las que había intentado paliar su dolor y hacer bajar su fiebre, lejos de cumplir su propósito, daba la impresión que aún hubiesen empeorado más su estado. Además, la niña había empezado a tener alucinaciones, hablando con personas que no se encontraban en la habitación o protagonizando monólogos sin demasiado sentido, como el del que ahora estaban siendo testigos.

Pese a que ya no se quejaba del dolor como antaño, tan solo observando sus gestos al hacer el más leve movimiento o al hablar más tiempo de la cuenta, cualquier observador externo se daría cuenta que la niña lo estaba pasando francamente mal. Abril no se había sentido más impotente en toda su carrera profesional. El mal que aquejaba a Zoe estaba muy por encima de su capacidad para buscarle una solución, y la médico se sentía muy avergonzada por no haber sido siquiera capaz de hacer más llevaderas sus últimas horas. Y aunque sabía que nadie se lo echaría en cara, pues había hecho todo cuanto estaba en su mano y más por ayudarla, sentía que les había defraudado.

Zoe había seguido con su retahíla de incoherencias mientras todos presenciaban tan lamentable espectáculo con la mirada gacha. En ese momento estaba hablando de su gatita gris llamada Cleo, a la que su padre había atropellado por accidente mientras sacaba el coche del garaje, mientras ella jugaba con el animal en el jardín. Estaba explicando cómo sus abuelos paternos se la habían regalado, y cómo cuando ella la recibió, el animal llevaba en el cuello aquella cinta violeta que no la había abandonado desde que decidiera abandonar su casa, fallecidos sus padres, por temor a morir de inanición. Justo cuando comenzaba a relatar cómo conoció a Bárbara, en un tiempo en el que estaba más que convencida que no sobreviviría ni veinticuatro horas en el mundo hostil en el que se había convertido Sheol, de repente, sin previo aviso ni el más mínimo tipo de solución de continuidad, se quedó callada.

Fue Bárbara la primera que levantó la mirada del suelo tan pronto Zoe cortó su particular monólogo. La niña acostumbraba a parar para tomar aire, lo cual en muchos casos acababa desembocando en un ataque de tos. Pero en esta ocasión la profesora sintió que algo era distinto. Pese a sus más que evidentes desvaríos, siempre acostumbraba a hacer coincidir dichos parones entre frase y frase, pero ahora había sido diferente. Lo había hecho en mitad de una palabra, de un modo excesivamente abrupto.

La profesora tragó saliva y se inclinó hacia la niña. Zoe tenía ambos ojos abiertos, límpidos y de un precioso color verde esmeralda. Incluso el derrame que había aquejado a su ojo herido, del que había desaparecido incluso la mancha perimetral del moratón, se había curado. Bárbara aguantó la respiración mientras miraba el pecho de la niña, esperando ver cómo subía y bajaba acompañando a su respiración. No sabía si se trataba de imaginaciones suyas, fruto del nerviosismo, o si realmente no respiraba, pero fue incapaz de detectar movimiento alguno. Un desagradable escalofrío recorrió su espalda.

BÁRBARA – ¿Zoe?

Bárbara asió a la niña del hombro, y la zarandeó con suavidad. Sus ojos seguían abiertos, pero ya no miraban a ningún lado. Su cabeza se ladeó de un modo desagradable, fruto del movimiento.

BÁRBARA – ¡Zoe!

La profesora se giró hacia Abril, suplicándole ayuda con la mirada. La médico asintió vagamente, y corrió a ocupar su lugar junto a la pequeña Zoe. Comprobó que, en efecto, carecía de respiración, y fue incapaz de encontrarle el pulso. Serena pese a la situación, haciendo gala de su profesionalidad, llegó incluso a inclinarse, guiada por su instinto de médico, para practicarle la respiración asistida. Pero entonces se dio cuenta que así lo único que conseguiría sería compartir su mismo destino, al resultar infectada con su saliva.

Sintió una enorme presión al notar las miradas de todos los presentes centradas en ella, pero no hizo nada. Todos los presentes sabían que ya nada podía hacerse por ella, que su destino había sido escrito días antes. Nada de lo que ella hiciese iba a cambiar eso.

Bárbara estalló en llanto al ver cómo Abril posaba sus dedos índice y corazón en los ojos de la niña, para cerrarlos definitivamente. Carlos, lejos del ángulo de visión de Bárbara, comprobó una vez más que la pistola que llevaba estuviese cargada y preparada para ser utilizada. Zoe había muerto.

comentarios
  1. Fran dice:

    Va a ser que no… no?

  2. Carol dice:

    Con David nunca se sabe…..

  3. battysco dice:

    ¡Madre mía! Al final has querido matarla, aunque sólo sean unos segundos, minutos, horas o días; así nos satisfará más su esperada y suplicada «vuelta a la vida».

    Me encanta 🙂

    Sonia.

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