1204
Islote Éseb
8 de febrero de 2009
Zoe despertó arropada por una gruesa manta de lana y el crepitar de las llamas. Abrió los ojos lentamente, pues al brillo de la luz del alba que se filtraba por la cortina de mimbre se había unido el del fuego, que lo inundaba todo dentro de aquella pequeña cabaña. Con los ojos entrecerrados, dirigió su mirada hacia la entrada y vio a Bárbara sentada en una silla, frente al bidón metálico que ambas habían llenado de madera seca la noche anterior para resguardarse del frío de aquél invierno que aún se demoraría más de un mes.
Últimamente estaba haciendo más frío que de costumbre y ahí, en un islote que a duras penas se elevaba tres o cuatro metros del nivel del mar en el punto más alto, sin montañas ni apenas vegetación que le protegieran del viento, tal condición no hacía sino acentuarse. La última noche había sido tan fría, por debajo incluso de los cero grados centígrados, que se vieron en la obligación de encontrar una solución de emergencia para entrar en calor. Aquellas cabañas no estaban ni remotamente preparadas para ese tipo de clima, y por algún motivo, ambas se negaban a asumirlo y volver al barco a pasar las noches, donde sin duda hubieran estado más protegidas de las bajas temperaturas.
La profesora tenía la mirada perdida en las llamas; ambas palmas de sus manos sobre el vientre. Zoe estaba prácticamente convencida que apenas había pegado ojo. Desde la muerte de su hermano todas las noches dormía mal o muy mal, y eso cuando conseguía conciliar el sueño. No paraba de darle vueltas a la cabeza a todo lo que podría haber hecho para evitar aquél trágico desenlace, y no hacía más que lamentarse por ello. Zoe le hacía compañía todo el día, pero, de igual modo a como le había ocurrido a Bárbara con su hermano, era incapaz de apartar todos aquellos fantasmas de su cabeza. Y ello le resultaba muy frustrante.
La vida en el islote se había convertido en una monotonía abrumadoramente tediosa. Ahí no había mucho más que hacer que comer, dormir y hacer de vientre. Aunque la compañía fuera la mejor que ambas pudieran desear, secretamente las dos echaban y mucho de menos la vida en comunidad que habían tenido en Bayit. Por otra parte, ese era un lugar excepcionalmente tranquilo y seguro. Ahí jamás deberían preocuparse por la pandemia que había barrido el globo, y ello, en los tiempos que corrían, era un valor añadido nada desdeñable.
La pequeña se levantó, se envolvió con la misma manta con la que se había arropado por la noche y se dirigió, arrastrando los pies, a su única compañera en el mundo.
ZOE – Buenos días.
Bárbara, que la había oído levantarse, aunque no había hecho ningún gesto que lo diera a entender, se giró hacia la niña. Mostraba una sonrisa sincera en los labios, pero teñida de tristeza, que hizo que Zoe sintiera aún más lástima por ella. Verla le hacía recordarse a sí misma cuando ambas se conocieron, poco después de la trágica muerte de sus padres.
BÁRBARA – Hola, cariño. ¿Qué tal has dormido?
ZOE – Bien…
Zoe pretendía devolverle la pregunta, consciente que Bárbara le ofrecería una mentira piadosa para dejarla más tranquila, como había hecho la mañana anterior, y la anterior a esa, pero se sorprendió a sí misma verbalizando, por fin, lo que ambas habían estado rehuyendo día tras día desde que Guillermo perdiera la vida.
ZOE – ¿Vamos a volver?
Si le sorprendió la pregunta de la niña, Bárbara no mostró signos de ello. De hecho, llevaba ya tiempo esperando que la formulase.
BÁRBARA – ¿Tú quieres que volvamos? Si quieres que volvamos, lo haremos.
La niña aguantó estoicamente la mirada escrutadora de Bárbara. La respuesta no fue fácil, pero ella también le había estado dando muchas vueltas los últimos días.
ZOE – No. Después de la manera cómo nos echaron… no. No me apetece, la verdad. Pero…
Bárbara repitió aquella sonrisa triste. De algún modo sabía que la respuesta de la niña sería esa. La misma que hubiera dado ella misma, por otra parte.
ZOE – Si tú… ¿tú quieres que volvamos, Bárbara?
La profesora tomó aire. Hizo un gesto negativo, moviendo alternativamente la cabeza a lado y lado, muy convencida de lo que diría a continuación.
BÁRBARA – Yo tampoco quiero volver, Zoe. Guillermo… podría merecerse que sintieran rencor por él, eso lo entiendo perfectamente, pero… ¿echarle de esa manera, sabiendo lo que podría encontrarse fuera…? ¿Y consentir que nosotras fuéramos detrás, con tal de perderle de vista…? ¿Después de todo lo que habíamos pasado juntos…? No es culpa de ellos que se quitara la vida. La culpa es de Paris. O… de sí mismo… O de la mala suerte… O… un poco de todo. Te lo digo de corazón, no les culpo a ellos, ya no… Pero… si te soy sincera, no tengo ganas de volverles a ver la cara. Nunca.
Zoe se mantuvo en silencio durante el breve discurso de la profesora.
BÁRBARA – Pero lo que está claro es que tampoco podemos quedarnos aquí solas mucho más tiempo.
La niña frunció el ceño. No era de la misma opinión. Tenían comida y bebida de sobras, una desalinizadora y cañas y redes para pescar. Por lo que a ella respectaba, bien podrían envejecer y morir ahí sin les venía en gana.
ZOE – ¿Por qué no?
BÁRBARA – No… Al menos a largo plazo, Zoe. Las personas que vivían aquí… Alguien vino a llevarse lo que tenían, y… no tuvieron ningún reparo en matarles e infectarles para conseguirlo. Lo saquearon todo, hasta el último grano de arroz, hasta el último animal…
ZOE – Sí, todos menos el pato ese, que no para de perseguirme a todos lados.
Ambas rieron ante la ocurrencia de la pequeña. Zoe con más razón incluso, al descubrir una sonrisa sincera y no forzada en Bárbara, por primera vez en días.
BÁRBARA – Aunque estemos armadas, nosotras dos solas no podríamos hacer frente jamás a un grupo de gente que intentase llevarse lo que tenemos… que no es precisamente poco. Ahora mismo, si te soy sincera, no me preocupan los infectados. Me preocupa más la gente.
La niña asintió, integrando las elocuentes palabras de su madre adoptiva.
BÁRBARA – De todas maneras… esto es provisional. Aquí no…
Bárbara tragó saliva.
BÁRBARA – Aquí no puedo dar a luz. No tenemos ningún tipo de instalaciones, ni… tampoco hay pañales, ni biberones, ni leche, ni…
Zoe asintió. En eso tampoco había pensado. Eso era algo para lo que faltaba todavía muchísimo tiempo, y en ese nuevo mundo, pensar tan a largo plazo no era lo habitual.
ZOE – Entonces quizá sí deberíamos volver. Abril podría ayudarte y… en el centro de día hay… hay de todo. De lo que quedó cuando…
Bárbara negó de nuevo con la cabeza, con una expresión serena en el rostro. La niña tragó saliva.
BÁRBARA – Pero a ver, tampoco hace falta que nos preocupemos demasiado ahora. Otra cosa no, pero… tenemos tiempo a espuertas para pensarlo. ¿Tienes hambre, quieres desayunar?
Zoe asintió con la cabeza, y ambas se dirigieron hacia el comedor, mientras seguían charlando tranquilamente, notando en sus caras los cálidos rayos de luz del astro rey.