1229
Supermercado abandonado a las afueras de Sheol
28 de septiembre de 2009
BÁRBARA – ¿¡Hola!?
El eco de su voz se mezcló con el de las gotas de lluvia que impactaban con fuerza en los altos lucernarios del techo. Toda precaución era poca. Era la tercera vez que gritaba hasta casi desgañitarse, con objeto de cerciorarse que el supermercado estaba vacío y que podrían deambular por él sin preocupaciones. Zoe respiró aliviada al comprobar que había tenido suficiente, y ambas se dirigieron a la puerta automática que les llevaría a la sala de ventas.
Zoe siguió a Bárbara por el supermercado abandonado. Ambas se sorprendieron del hecho que no apestase ahí dentro. Al parecer, los alimentos que se habían echado a perder, habían tenido tiempo incluso de momificarse.
La profesora parecía tener las ideas muy claras. Fueron directas al pasillo de las golosinas. A la niña de la cinta violeta en la muñeca se le dibujó una gran sonrisa en el rostro. Bárbara conocía muy bien la afición de la pequeña por los dulces, y hacía ya mucho tiempo que habían consumido hasta el último osito de goma de su particular alijo en la masía.
BÁRBARA – Adelante. Puedes coger lo que quieras.
Zoe asintió, y comenzó a llenar su mochila con una variada selección de gominolas y dulces de todos los tipos, colores y tamaños. Bárbara la admiró por ello, pues al mirarla, pudo ver de nuevo a la niña que no había podido siquiera conocer, la niña inquieta, testaruda y con un corazón que no le cabía en el pecho previa a la pesadilla que les había tocado vivir, afortunadamente, en compañía la una de la otra.
Ese tipo de alimento tenía una fecha de caducidad larguísima, y aunque había pasado más de un año desde que el mundo se fuera al garete, la enorme mayoría, por no decir todo, estaba aún en perfecto estado. La profesora se limitó a mirar cómo la niña se lo pasaba en grande, dejando su pequeña mochila de supervivencia hasta arriba del tipo de alimento que menos necesitaban en esos momentos.
Una vez el frenesí de la recolección hubo menguado, Bárbara se acercó a Zoe, con una sonrisa en la cara.
BÁRBARA – Ya que estamos aquí, vamos a coger unas cuantas cosas más. Pero… Sólo podemos coger cosas que no tengamos ya en la masía. Pequeños caprichos, cosas como las golosinas que… nos apetezcan, cosas que eches en falta, y… sobre todo… que no estén caducadas o… en mal estado. ¿De acuerdo?
Zoe asintió, consciente que se lo pasaría de lujo, y se pusieron manos a la obra. Cada cual cogió uno de aquellos carritos de plástico que había junto a la línea de cajas, y comenzaron su particular recolección de pequeños tesoros, conscientes que esa sería la última oportunidad de hacer algo así que tendrían en mucho tiempo.
Deambularon juntas durante unos diez minutos, siendo quizá demasiado selectivas a la hora de escoger qué introducir en aquellos pequeños carritos que arrastraban de un lado para otro. Resultaba más que evidente que el lugar era seguro, pero aún así, seguían estando alerta. Eso era algo que, por más tiempo que pasara, jamás las abandonaría, algo que prácticamente había quedado impregnado en su ADN.
El supermercado estaba en bastante buen estado, para lo que ellas recordaban de la última vez que estuvieron ahí. Bárbara y Zoe incluso sospechaban que ellas habían sido las dos últimas personas en pisarlo, pero se equivocaban, pues aunque pocos, otros saqueadores habían entrado a abastecerse después que ellas partieran de Sheol con más ilusión por encontrar un destino mejor que un buen plan.
Poco después se separaron. Cada cual tenía sus propios gustos y sus propias ideas al respecto de qué llevar de vuelta a la masía, y curiosamente, la enorme mayoría de las cosas que metían en sus respectivos carritos no las escogían porque les gustasen a ellas mismas, sino pensando la una en la otra.
Finalmente Zoe llegó a un pasillo que estaba literalmente intacto. Se quedó maravillada al ver el buen aspecto que lucía, pues si se abstraía lo suficiente, y obviaba la fina capa de polvo que lo cubría todo y el hecho que el supermercado carecía de luz artificial, podía incluso imaginar que el tiempo no había pasado, y que se encontraba en el mundo previo a la pandemia.
Allá donde los demás pasillos estaban más o menos tocados, herencia de quienes los habían saqueado con anterioridad, ese, al carecer de nada que fuera de verdadera utilidad en tiempos de crisis como los que vivían, había pasado desapercibido.
Se trataba de un pasillo a medio camino entre un bazar asiático y una tienda de menaje del hogar. Le llamó poderosamente la atención un conejito de peluche con las orejas muy largas y una equis cosida en forma de ombligo. Le pareció bellísimo y lo cogió con delicadeza. Levantó una pequeña nube de polvo al hacerlo, y concluyó que necesitaría un buen lavado antes de ofrecérselo como primer regalo de su vida a su futuro hermano. Pero por fortuna, aún tenía tiempo: Bárbara no saldría de cuentas hasta pasadas tres o cuatro semanas.
Habida cuenta que el carrito que llevaba ya estaba demasiado lleno, concluyó que su pillaje había llegado al fin, y no fue hasta entonces que se dio cuenta que hacía un buen rato que había perdido a la profesora de vista.
ZOE – ¿Bárbara?
Zoe escuchó la voz de su madre adoptiva muy lejos. Sin darse cuenta, se había alejado y mucho de ella mientras deambulaba por la tienda. Siguió la voz hasta que finalmente dio con Bárbara. La encontró en mitad de un pasillo, respirando agitadamente por la boca, sentada sobre unos cartones, en el suelo, sujetándose el bajo vientre con las manos. Tenía los pantalones empapados, y bajo ella había una mancha más que considerable. Zoe se quedó de piedra.
BÁRBARA – ¿Puedes…? ¿Puedes venir a ayudarme, por favor?
El conejito de peluche cayó al suelo, esparciendo aún más polvo, al tiempo que Zoe corría a ayudar a Bárbara, con una expresión de franco desconcierto y consternación en el rostro.
Llego el día! Y Nuria?
D-Rock.
Buena pregunta…
gracias David, muy buen capitulo.
No hay ninguna pregunta que hayáis formulado de momento (al menos que yo recuerde) que vaya a quedar sin respuesta antes que acabe la novela. Esa incluida. 🙂
David.