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Ambulancia de camino al hospital Shalom de Sheol
29 de agosto de 2008
El repetitivo sonido de la sirena estaba a punto de volverle loco. Guillermo se hallaba sentado en la parte trasera de la ambulancia, sujeto por el cinturón de seguridad más extraño e incómodo que había visto jamás. Hacía cinco minutos que había abandonado Etzel, y con él a su hermana. Ella aún permanecía sentada en el escalón de acceso a su portal, destrozada, con la mirada perdida en el infinito, recorriendo una y otra vez con la memoria la trágica escena que había protagonizado con su padre, que acabó con el cadáver que ahora Guillermo tenía frente a sí, manchando de sangre aquella sábana de color blanco nuclear, herencia de la horrible herida que le cubría media cara.
Guillermo tenía la mirada gacha, y estudiaba con detenimiento sus zapatos. Eran de ante, de color beige. La puntera de pie izquierdo lucía una irregular salpicadura de sangre, algo parecido a una constelación. Recorría con la mirada los puntitos rojos una y otra vez, trazando líneas imaginarias, esforzándose por abstraer su mente de la atroz realidad que le envolvía. Aunque no tuvo demasiado éxito.
El técnico sanitario necesitó asirle del hombro para que reaccionase. Ya habían llegado al hospital, pero Guillermo no se había enterado.
TÉCNICO SANITARIO – Necesito que salga. Vamos a bajar la camilla.
GUILLERMO – ¿Y yo qué hago ahora?
TÉCNICO SANITARIO – Vaya con mi compañera, ella le dirá lo que tiene que hacer.
Guillermo asintió, y siguió a aquella alta doctora, que debía tener la misma edad que hubiese tenido su madre a esas alturas, si aún conservase la vida, por interminables pasillos hasta una pequeña sala con varias sillas ancladas al suelo, con manchas grasientas en forma de elipse en la pared, sobre los respaldos. Ahí se quedó esperando cerca de veinte minutos, en absoluto silencio y sin más compañía que el tintineo ocasional de uno de los fluorescentes del techo, hasta que aquella mujer volvió y le entregó varios documentos con la marca de agua del logotipo del hospital.
DOCTORA SEGURA – Tiene que firmar aquí, aquí y aquí.
Guillermo lo firmó todo sin leer una sola palabra. Quería salir de ahí cuanto antes. Estaba empezando a agobiarse, y no quería que nadie le viese llorar.
GUILLERMO – ¿Hace… hace falta que haga algo más?
DOCTORA SEGURA – Por ahora no. Nosotros nos haremos cargo de todo. Esta noche la pasará aquí… su padre. Mañana a primera hora acérquese al tanatorio con los papeles que le ha dado mi compañera. Ellos le dirán lo que tiene que hacer. Lamento su pérdida.
GUILLERMO – Gra… gracias.
La doctora asintió, y desapareció por la misma puerta por la que había salido hacía menos de un minuto. Guillermo se levantó y caminó arrastrando los pies pasillo abajo, siguiendo las señales de color verde que indicaban el camino a seguir hacia la salida.
Las puertas automáticas del vestíbulo de entrada se abrieron a su paso, y él se encontró en mitad de una gran avenida con una vía de servicio en forma de media luna iluminada por media docena de farolas. Caminó hasta la carretera y entonces cayó en la cuenta de que se había dejado el coche en Sheol, a mitad de camino entre el restaurante chino y el ático de su hermana. Se tanteó el bolsillo; las llaves seguían ahí, aunque de poco le servirían. Pasaba la una de la madrugada, y su casa estaba a más de seis kilómetros de ahí. Por fortuna esa era una zona muy concurrida de Sheol, una de las mayores metrópolis del país, y no le costó trabajo dar con un taxi.
Tan solo le hizo falta levantar la mano, y el taxista enseguida aminoró la marcha. Guillermo se acercó al vehículo, que se había parado junto a una papelera, con los cuatro intermitentes en funcionamiento. Abrió la puerta de atrás y se sentó. Suspiró largamente, mientras olisqueaba el ambiente. Un olor dulzón a perfume barato delataba que la última persona que había subido era una mujer.
TAXISTA – ¿A dónde le llevo?
El sentido común le dictaba que debía volver a Etzel a reunirse con su hermana, o al menos buscar su coche y volver a casa, pues ya era muy tarde y probablemente ella estaría durmiendo. No obstante, las palabras se quedaron atoradas en su garganta, negándose a salir. Un pensamiento que había enterrado en su subconsciente durante décadas acabó por volver a la luz, en el momento más inoportuno. Guillermo era plenamente consciente de que si no lo hacía ahora no lo haría jamás. Ya había echado a perder esa misma oportunidad anteriormente, y eso era algo de lo que se había arrepentido todos y cada uno de sus días desde ese momento. Era la última carta que le quedaba por jugar. Al fin y al cabo, aún se encontraba en la primera fase del duelo; la negación, y él tenía a su disposición algo de lo que carecían el resto de los mortales. Guillermo respiró hondo, cerró los ojos, y se tiró a la piscina. Sabía que si lo meditaba a fondo, aunque sólo fuese durante un minuto, volvería a echarse atrás.
GUILLERMO – A los laboratorios ЯЭGENЄR.
El taxista le miró por el retrovisor, con el ceño ligeramente fruncido. Estaba acostumbrado a que sus clientes le indicasen destinos atípicos, sobre todo entrada la madrugada, pero Guillermo le había sorprendido genuinamente.
TAXISTA – ¿A los laboratorios, a estas horas?
GUILLERMO – ¿Tiene algún problema? Porque puedo coger otro taxi.
Guillermo hizo el amago de abrir la puerta para salir, y el taxista se apresuró a convencerle de lo contrario, temeroso de perder la carrera, pues los laboratorios estaban en el otro extremo de la ciudad y le saldría rentable.
TAXISTA – No. En absoluto. A los laboratorios se ha dicho. Faltaría más.
El taxista puso en marcha el taxímetro, accionó el intermitente, y se incorporó a la vía. Guillermo se quedó mirando por la ventanilla. Mirando pero sin ver. Su cabeza estaba a años luz de ahí. La suerte estaba echada.
No estaba cuerdo en ese momento. La única y última oportunidad dependían de él y de un secreto que pesaba más que la mayor de las lacras.
Sonia.
Es muy fácil juzgar su reacción sabiendo las consecuencias, pero… ¿Quién no se aferraría a ese clavo ardiendo sabiendo que existe la posibilidad de devolver la vida a un ser querido? Sé que es difícil que empaticéis con Guillermo, pero lo he intentado. xD
David.
Uf!. Complicado. Pero la pregunta para mi ahora es: cómo puede vivir sabiendo lo que le ha hecho a la humanidad? Supongo que mas adelante tendremos algo mas de información. Slds
Ciertamente, se profundizará mucho más en los recovecos emocionales de Guillermo en las siguientes recetas, pues es algo complejo y requiere su tiempo. Lo que más me interesa saber es si os reafirmaréis en vuestro juicio original, o quizá consigáis acercaros a su punto de vista… Sorpresa. xD
David.
Por mi parte no tengo ninguna empatía respecto a Guillermo en este momento y tampoco veo qué este torturado por el arrepentimiento… Veremos qué posibles justificaciones emocionales nos descubres, David.
Algo muy gordo debería ser para cambiar mi opinión sobre él!!
Todo se andará. xD Piensa que ahora sólo he mostrado el «antes», y él desconoce cuál puede ser la repercusión de su decisión en caliente. No pretendo que cambiéis de opinión, pues ahí reside la magia, en que cada cual saque su lectura, pero insisto en que me sorprende. Yo siempre lo había imaginado más como una víctima que como un verdugo, y al ver una reacción tan unánime por vuestra parte, me llamó mucho la atención. ¡Pero bienvenida sea! 🙂
David.
Yo sí empatizo. De hecho, me cae bien!!!
Sonia.
En la variedad está el gusto. 😉
David.
Yesss. Además, que todos metemos la pata.
Si hubiese sido con la madre, sería mas «irracional» en este caso es algo pensado y premeditado. David indica que no haberlo hecho con su madre era algo de lo que se arrepentía, por lo tanto está claro que llegado el caso de la muerte de su padre, de Barbara o de Guille no hubiese dudado en aplicar dicha solución.
Lo único que no me cuadra, es que en todo este tiempo no hubiese probado lo que pasa, aunque sea en ratones. No hablamos del portero del edificio, el tenía acceso y conocimientos mas que de sobra a medios suficientes para probar los efectos de dicha droga sin ser descubierto.
La sempiterna sombra de su padre siempre le empujó en dirección opuesta, por miedo a las represalias, pero sin él en la ecuación, y precisamente por tratar de devolverle a ella… Tienes toda la razón, no es algo del todo instintivo, pues llevaba mucho tiempo madurándose en su cabeza. Un gran poder implica una gran responsabilidad, y ahí… está claro que Guillermo no estuvo a la altura, desoyendo la orden de su padre.
David.
Yo aquí tengo que decir que estoy mas del lado de Betty. Por el momento 😉
Que el tiempo ponga a Guillermo en su lugar. Eso sí, si habéis forjado una opinión al respecto de su catadura… raro será que la evolución de la trama os la haga cambiar. Aunque verdad sea dicha, aún falta mucha información por llegaros. 😉
David.