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Residencia de la familia Peña
24 de septiembre de 2008
Dio media vuelta y se quedó sentada en el sucio suelo de madera, apoyada contra la pared. Tenía la mirada perdida, y no alcanzaba a asumir tal cantidad de malas noticias en tan poco tiempo. Había vuelto a presenciar la muerte de su padre, pero en esta ocasión había sido mucho más dura y cruenta que la anterior. Le habían acribillado a sangre fría, como un animal. Al fin y al cabo, eso era en lo que se había convertido, y no merecía otro final más digno. No obstante, Zoe odió a esos soldados con todas sus fuerzas, mientras trataba de aguantarse las lágrimas.
Luchó por no derrumbarse nuevamente, y se levantó, tratando de despejarse. Anduvo por el desván, de un lado al otro, sin rumbo fijo, mirando de vez en cuado la trampilla que le llevaría al pasillo del primer piso, a sabiendas de que no podría salir por ahí. Entonces comenzó a darle vueltas a la cabeza. Tenía hambre, y no tardaría mucho en tener sed. Si no salía de ahí en breve, la necesidad le obligaría a bajar de todos modos y entonces su final estaría escrito con letras rojas. Debía de pensar en algo, pues tenía el tiempo contado. Por mucho que se devanó los sesos, no encontró una solución, debía salir por ahí si o si, antes o después.
Se acercó nuevamente a la ventana y al mirar por ella, la respuesta que había estado buscando se le mostró con total claridad. Había prometido no volver a mirar por ahí para no ver a su padre muerto, abatido en el suelo, pero un movimiento por la zona le llamó la atención. Al fijarse más, vio como su madre se encontraba junto a Adolfo, arrodillada junto a su cuerpo muerto, olisqueándole. Zoe los miró, pero en ellos ya no veía a sus padres; algo había cambiado en su interior. En vez de sentir compasión por ellos, una extraña mezcla de prisa y júbilo se gestó en su interior, y ellos habían sido los responsables.
Con los dos fuera de casa, ahora tenía vía libre para bajar y encerrarse ahí dentro, antes de que nadie más tuviera tiempo de entrar. La extraña sucesión de acontecimientos había jugado en cierto modo en su favor, al menos en lo que a la supervivencia respectaba. Vio como su madre se levantaba de nuevo y caminaba sin prisa hacia el portón de entrada del jardín, saliendo a la calle y perdiéndose en ella, andando sin rumbo fijo. Ésa era la señal; ahora había llegado el momento decisivo en el que los astros se habían alineado para permitirle prolongar su hasta ahora corta vida unos días más.
Sin pensárselo dos veces, tras echar un último vistazo por la ventana, viendo alejarse más y más a su madre por la calle, dio media vuelta y se dirigió de nuevo a la trampilla. La levantó, tratando de hacer el menor ruido posible, y acompañó su caída para que el golpe no invitase a nadie a venir donde no eran bienvenidos. Hizo bajar la escalera con delicadeza y bajó por ella, peldaño a peldaño, oyendo tan solo su respiración, y notando los latidos de su corazón en el pecho. Una vez abajo, pudo ver los estragos que habían hecho sus padres mientras trataban de alcanzarla a ella ahí arriba.
El largo pasillo, iluminado por una ventana al fondo, parecía haber sido arrasado por una muchedumbre enfurecida. Por el suelo podían verse docenas de cosas desparramadas, un par de mesitas, tres jarrones e incluso un par de cuadros descansaban hechos añicos en el suelo. Incluso se podía aventurar a decir donde habían entrado o donde habían pasado la noche, a juzgar por los demás destrozos que se veían a través de las puertas entreabiertas. Pero ahora eso carecía totalmente de importancia, ahora ella tenía una misión que cumplir. Bastante más asustada que antes, bajó las escaleras y llegó de nuevo a la planta baja.
Desde ahí no pudo evitar ver la puerta abierta del baño del cuarto de sus padres. La bañera seguía teñida de sangre, y las docenas de pisadas rojas por todo el suelo del dormitorio le hicieron revivir la pesadilla del día anterior. Antes de dirigirse a la entrada, se molestó en cerrar la puerta del dormitorio, para no volverla a abrir jamás; le traía demasiados malos recuerdos. A medida que caminaba hacia la puerta, se iba preguntando con mayor fuerza si sería capaz de vivir ahí sola, encerrada entre esas cuatro paredes que no harían más que recordarle cuan desdichada era.
Al llegar a la puerta, respiró hondo, y se dijo que no había otra alternativa. Debía permanecer ahí dentro, por mucho que no se le antojase lugar menos apetecible. Al menos ahí estaría segura, segura de esos seres abominables, segura de su propia madre que podía volver en cualquier momento. La puerta parecía en bastante buen estado, pero el pomo había pasado a mejor vida. Empujó suavemente la puerta, sufriendo al oír el gruñido que ésta dio al cerrarse y llegó a encajarla. Pero eso no sería suficiente. La puerta no tenía ya ningún punto que le permitiese seguir cerrada si alguien la empujaba desde fuera, como ella bien sabía que acabaría pasando antes o después.
Miró a un lado y a otro, y se fijó en una gran estantería llena de libros y figuritas. Se dijo que no tenía otra alternativa, y comenzó a tirar de ella, alejándola de la pared a cada nuevo tirón. Su corta edad y su poca fuerza no ayudaron en absoluto, pero acabó consiguiendo dejarla con uno de sus costados contra la pared donde anteriormente se apoyaba por completo, haciendo, eso si, más ruido del que hubiera querido hacer. Ahora solo quedaba darle el golpe de gracia, y esa casa volvería a ser impenetrable. Comenzó a empujar la estantería, desde el punto más alto que su corta estatura le permitió, haciéndola ceder hasta que acabó derrumbándose con un sonoro estruendo.
Las figuritas se rompieron en mil pedazos por el suelo y los libros se desparramaron por doquier, pero ella ya había conseguido lo que se proponía. Ahora la puerta estaba trabada por la estantería, y si nadie la apartaba desde dentro, resultaría imposible entrar. De nuevo volvió a sentirse segura, que no satisfecha. Miró el destrozo que había ocasionado, pero no sintió remordimiento alguno; a nadie podría ya importarle. Respirando agitadamente por el esfuerzo, anduvo hacia el sofá y se dejó caer sobre él. Lo último que vio antes de dormirse de nuevo, fue la luz del mediodía filtrarse por las ventanas clavadas por maderos, en un absoluto silencio, solo roto por los graznidos de algunos pájaros.
No me cansare de decir que es Excelente el Libro. Solo un detalle. «Había vuelto a presenciar la muerte de su padre, pero en esta ocasión había sido mucho más dura y cruenta que la anterior.» Pero Anteriormente cuenta que solo Paola vio como moria el padre de Zoe e_e
Tienes razón, haría falta suavizar el matiz para no faltar a la verdad. ¡Gracias por la aportación!
Seguimos con la ayuda David: mirando de vez en cuado la trampilla(se te olvidó la n)
¡Gracias de nuevo! Hasta el momento desconocía lo que significaba la palabra Cuado xDDDD Agradezco encarecidamente la atención y el cariño con el que lees. Confío estés disfrutando igualmente de la lectura n_n
David.