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Estación petrolífera abandonada
3 de enero de 2006
ABDELLAH – Samuel.
El niño negro miró hacia atrás, viendo el rostro de su madre sonriéndole, instándole a seguir adelante. Volvía a tener cinco años, y estaba montado sobre su vieja bicicleta roja, aquella que recibió en Navidades, aunque ahora estaba reluciente y aún conservaba los ruedines de apoyo y aquella bandera roja que ondeaba al viento a medida que avanzaba. Se encontraban en el parque que había detrás del colegio, el lugar que su madre había escogido para enseñarle a montar hacía ya un lustro. Media vida. No había nadie más en todo el parque, y el sol brillaba alegremente en un cielo azul sin mácula. Samuel deseaba con todas sus fuerzas bajarse de la bicicleta e ir a abrazarla y besarla, decirle que la echaba de menos, pero algo dentro de sí, una fuerza irresistible, se lo impedía, obligándole a pedalear con más y más fuerza.
ABDELLAH – Samuel.
Samuel se giró de nuevo. Su madre seguía detrás de él, pero estaba mucho más lejos, a la sombra de un roble. Aún caminaba, siguiéndole, pero él ahora apenas podía oírle dándole ánimos para seguir adelante. La impotencia resultaba insoportable. Él agarró con fuerza ambos manillares y pedaleó aún con más intensidad, con los dientes apretados y los ojos entrecerrados, brillantes por las lágrimas, notando el viento húmedo del sur azotándole en la cara. Era incapaz de parar. Miró hacia atrás por tercera vez, pero ahí ya no había nadie. Se había quedado solo.
Se había quedado solo.
ABDELLAH – Samuel.
Samuel abrió los ojos, luchando por amoldarlos a la luz. Volvía a tener diez años. Volvía a estar en aquella vieja estación petrolífera a medio camino de ninguna parte. Volvía a estar rodeado de sangre y desolación.
El joven se incorporó y miró en derredor, aún bastante desorientado. Se había quedado dormido en el suelo, víctima del agotamiento, después de librar a Abdellah de su verdugo. La luz del sol entraba prácticamente horizontal por los grandes y sucios ventanales que había a su derecha, delatando que había pasado la mayor parte de día ahí tirado, y que pronto les envolvería la oscuridad de la noche.
Samuel se puso en pie. Lo primero en lo que se fijó fue en aquél descomunal charco de sangre que había en el suelo, alrededor del hombre que había torturado a Abdellah casi hasta la extenuación. El espeso líquido carmesí brillaba a la luz anaranjada del incipiente ocaso, ocupando al menos tres metros cuadrados de suelo en un círculo casi perfecto, tan solo distorsionado por las juntas entre las planchas del suelo. De lo que no cabía la menor duda era de que aquél hombre había perdido la vida mientras él dormía. Nadie podía perder semejante cantidad de sangre sin perecer. La palidez de su piel y su mirada perdida no hacían más que corroborar sus sospechas. No tuvo siquiera ocasión de empezar a sentir remordimientos por su acción, cuando escuchó de nuevo la voz de su padre. Fue entonces cuando se dio cuenta que no había sido parte de aquella pesadilla: su padre aún seguía con vida.
Estaba en el mismo lugar en el que le había dejado la mañana anterior, y no paraba de repetir su nombre, con un hilillo de voz apenas perceptible, con un acento extrañísimo, debido a todos los dientes que había perdido. El niño negro corrió hacia él, rodeando la gran mancha de sangre que cubría la mayor parte del suelo de la sala. Seguía descalzo, pero ya estaba seco, y al menos ya no sentía tanto frío como tras el naufragio. Se colocó a la vera de su padre, con un rictus de dolor y pena en el rostro, repitiéndose una y otra vez que no podía perderle también a él.
ABDELLAH – Samuel. Hijo.
SAMUEL – ¿Está usted bien, padre?
Samuel creyó distinguir una sonrisa en la boca medio desfigurada de Abdellah. Resultaba incluso doloroso verle en ese estado. Sin perder más tiempo, corrió a desanudar sus brazos y sus pies, esforzándose por no mirar las partes despellejadas de su brazo. Aquél malnacido había hecho un trabajo excelente, y el resultado resultaba perturbador. Fue una tarea muy complicada. Aquél hombre sabía muy bien lo que hacía cuando le inmovilizó. Abdellah se esforzó por no demostrar abiertamente el dolor que le producía el mero contacto de la piel de su hijo con la suya, aunque sin demasiada fortuna. El niño se dio toda la prisa que pudo. Le temblaban las manos, y temía derrumbarse de un momento a otro.
Una vez desatado, Samuel le ayudó a incorporarse, hasta que Abdellah quedó sentado en aquella mesa metálica. El niño le sujetó la mano derecha para ayudarle a mantener el equilibrio, y ambos se aguantaron la mirada en silencio durante unos segundos. Eso tranquilizó bastante a Samuel, que no hacía más que esforzarse por no fijar la mirada en el agujero sanguinolento donde solía estar el ojo izquierdo de su padre. Todo parecía apuntar a que no saldría de esa.
ABDELLAH – Lo siento. Lo siento mucho. Te he fallado. Igual que fallé a tu madre. Yo… Yo sólo…
Abdellah comenzó a toser, y al apartar su mano de la boca, Samuel distinguió con claridad una constelación hecha de gotas de sangre. El niño negro abrió los ojos como platos. Sospechaba que el mal estado de su padre no era meramente una cuestión superficial, sino que había trascendido a sus órganos internos. Todos aquellos cortes, quemaduras y moretones hinchados no auguraban nada bueno, y cuanto acababa de presenciar hacía aún más inverosímil el camino a la esperanza. Aún así, él se agarraba a ésta con todas sus fuerzas, consciente de que en el momento que la perdiese, ya no quedaría nada más.
SAMUEL – No te mueras, papa. Por favor.
El niño comenzó a llorar, y su padre lo atrajo hacia sí con evidente dificultad, abrazándole con el brazo que mejor parado había salido del accidente marítimo y la posterior tortura. El abrazo se prolongó durante minutos, en los que Samuel tuvo ocasión de apaciguar un poco su maltrecha estabilidad emocional.
Triste capítulo, duro futuro se le viene encima.
Gracias David cada episodio me da distintos sentimientos, este obviamente fue de trizteza por los acontecimientos que han envuelto a Samuel y lidiar con el terrible estado de su padre.
¡Saludos Bluminda!
Desconozco si eres una veterana que ha cambiado momentáneamente el nombre o una recién llegada al blog. En cualquier caso, siempre son bienvenidas las reflexiones sobre lo que acontece al otro lado. 🙂
La de Samuel es una de las historias que más me está costando, por ser la única que en su origen es del todo ajena a la epidemia. Todo gira en torno a ella, y escribir desde cero algo al mismo tiempo interesante y verosímil (dados los imperativos del contexto), ha sido un reto interesante.
Quedan aún un par de capítulos más de este flashback dentro del flashback y luego habrá un salto temporal que conectará la historia de Samuel con la epidemia y así hasta su posterior rescate.
¡Saludos desde el otro lado!
David.
Pobre chico, también tiene mérito el haber sobrevivido a una situación tan difícil. Para mí este Samuel es un total desconocido que no deja de sorprenderme precisamente por resultar tan inesperado a mis expectativas.
Sonia.