3×949 – Carcajadas

Publicado: 28/03/2015 en Al otro lado de la vida

949

 

Carretera de la costa, noreste de Nefesh

7 de diciembre de 2008

 

Carlos empujó con su pierna izquierda el cadáver de aquél infectado que se había quedado enganchado al parachoques de la furgoneta, y por fin consiguió soltarlo. Sintió el nacimiento de una arcada y se llevó una mano a la boca, con el ceño fruncido del asco. Tragó saliva, prometiéndose no volver a mirar lo que quedaba de la cabeza de aquél infeliz, lo empujó al arcén pateando su costado, y volvió a tomar asiento tras el volante.

            Iban a una velocidad no muy elevada por aquella zigzagueante carretera de dos direcciones cuando tras el enésimo quiebro se les cruzó un anciano que vagaba sin rumbo por mitad de la calzada. Carlos no tuvo tiempo de esquivarlo y se lo llevó por delante, con tan mala fortuna que su cinturón se trabó en el parachoques. Los veinte o treinta metros que el instalador de aires acondicionados precisó para inmovilizar el vehículo aquél pobre diablo los pasó frenando con su cara en el asfalto. Para cuando Carlos salió de la furgoneta, arma en mano, el infectado ya estaba muerto. Su rostro era un cuadro digno de la peor de las pesadillas.

BÁRBARA – ¿Todo bien?

            Carlos asintió vagamente, aún con algo de mal cuerpo por lo que acababa de presenciar. Tuvo que accionar el limpiaparabrisas y echar algo de limpia cristales para librar a la luna frontal de la sangre infecta que había salpicado. Tan pronto la visibilidad se volvió aceptable, arrancó de nuevo y siguió adelante.

            Estaban a un escaso kilómetro de la ensenada. Al cruzar la siguiente curva pudieron ver el volumen sobresaliente de la discoteca que tantos quebraderos de cabeza había traído al anterior alcalde, pero que tanto bien había hecho al turismo veraniego de la isla. En la furgoneta todos guardaban un silencio tenso. Pese a que aquél hombre había sido el único infectado que vieron desde que partieron de Bayit, se sentían muy incómodos y desprotegidos. Si bien dentro la sensación se diluía considerablemente, siempre que salían del abrigo de aquellas altas murallas notaban idéntico malestar.

            En cuestión de un par de minutos se plantaron frente a la barrera que daba acceso a aquél barrio privado de alto standing. Continuaron por la vía que descendía a la ensenada y al llegar a la glorieta del ancla siguieron adelante. La zona de estacionamiento que había detrás seguía vacía. Carlos guió el vehículo hasta el extremo más alejado de aquella carretera en forma de media luna y se adentró en la vía sin salida que llevaba al solar donde se erguía la nave que habían venido a visitar. Su aspecto parecía en cierto modo distinto, con toda aquella luz solar bañando su fachada. Bárbara tiró del imponente portón metálico hasta que ya no dio más de sí, y acompañó a pie a la furgoneta el trecho que les separaba de la nave.

            Carlos hizo un par de maniobras hasta dejar el furgón de espaldas a aquellos inmensos portones y echó el freno de mano. Darío y su nieta abandonaron el vehículo y se unieron a sus compañeros.

CARLOS – Es aquí.

            El viejo pescador tenía el mentón levantado. Contemplaba entusiasmado aquella gigantesca construcción. Él nunca había visitado esa parte de la isla.

CARLA – ¿Y por dónde entrasteis?

BÁRBARA – Por la ventana.

            La profesora señaló a un agujero cuadrado que había en el hormigón, junto a los portones. Para entonces Carlos ya había sacado las llaves que traía consigo y estaba abriendo la pequeña puerta interior que había construida en el portón derecho. Uno a uno fueron entrando, y el instalador de aires acondicionados cerró tras de sí, temiendo que de lo contrario pudiese colárseles algún invitado no deseado.

            Al entrar les llamó la atención un charco que había en el suelo, alrededor de la oficina que había junto a la entrada. El agua de lluvia debía haberse filtrado por la ventana que había roto Bárbara. Sin perder más tiempo, caminaron hacia el centro de la nave y libraron al navío de aquella enorme lona azul.

            Carla estaba que no cabía en sí de gozo. Había pasado media infancia de barco en barco, pero ese velero estaba indiscutiblemente a otro nivel. Resultaba evidente que aún no había sido botado, a juzgar por el aspecto brillante e impecable de su casco. Ella fue la primera en subir la escalerilla que le llevaría a cubierta. Bárbara se dirigió a Darío mientras Carlos subía por la escalerilla. La profesora lucía una radiante sonrisa de oreja a oreja.

BÁRBARA – ¿Qué te parece?

DARÍO – Mucho mejor de lo que me había imaginado. No hubiera dado un duro si alguien me dice que aún quedaba un barco en la isla, pero mucho menos hubiera imaginado que fuese… así.

BÁRBARA – ¿Crees que nos vendrá bien?

DARÍO – Bueno… esto es un barco de recreo.

BÁRBARA – ¿Y eso es malo?

DARÍO – No. En absoluto. Aunque… yo me llevaría algunas redes y cañas, por si las moscas. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar en alta mar. Si no queremos depender del combustible… y si podemos pescar nuestra propia comida, iremos mucho más tranquilos.

BÁRBARA – Esa es una buena idea… ¿Quieres que subamos?

DARÍO – Vale.

            Bárbara ayudó al viejo pescador a trepar por aquella escalerilla vertical, aunque el anciano no lo necesitaba. Pese a su edad, que rayaba los setenta años, se sentía como un chaval. Desde que recuperó la salud perdida durante su enfermedad no había vuelto a tener un solo achaque. Ni el lumbago ni las migrañas que le habían acompañado la última década de su vida habían vuelto a hacer acto de presencia, e incluso tenía la sospecha de que estaba recuperando algo de pelo.

            Darío estudió con cautela las velas y el mástil que descansaba plegado sobre la cubierta, pues de lo contrario no hubiera podido entrar en la nave, ya que medía más de quince metros. Estaban hechos de muy buen material, y tal como habían aventurado Bárbara y su propia nieta, resultaba evidente que nadie los había estrenado aún. Al pasar junto al timón se le encogió el estómago. La imagen de su difunta esposa le vino a la memoria como un jarro de agua fría. Había pasado incontables horas a solas con ella en alta mar, disfrutando de su jubilación antes de que su enfermedad le obligase a dejar de navegar y deshacerse del pequeño barco que tenían para poder pagar el alquiler de su piso y la residencia. Él se limitó a suspirar y siguió a Bárbara, que le instaba a bajar la escalerilla que le conduciría al interior del navío, donde ya les esperaban Carlos y su nieta.

            Bajó de espaldas, y al darse media vuelta se quedó de piedra. Ese barco parecía más grande por dentro de lo que su aspecto exterior auguraba. Carla estaba echada cuan larga era sobre una cama de matrimonio en forma de triángulo que había al fondo. Carlos se había sentado en un sofá que había a su derecha. Bárbara se acercó a él. Aún conservaba idéntica sonrisa.

BÁRBARA – ¿Es… es lo que esperabas?

            Darío frunció ligeramente el ceño.

BÁRBARA – Quiero decir… Que si sabrás manejarlo…

La profesora se sorprendió al ver cómo Darío abría un compartimiento bajo las escaleras que acababa de bajar, en el que ella no había reparado. Ahí dentro había un par de cuadernos forrados en piel, una brújula que parecía carísima, un sextante aún metido en su caja precintada, un sinfín de cartas náuticas, un sofisticado aparato de localización GPS, un teléfono satelital, material de oficina, y otro montón de artilugios que ella no fue capaz de reconocer. Estaba claro que el dueño del velero había hecho sus deberes. Aunque no parecía haberle servido de mucho.

DARÍO – Con todo lo que hay aquí te podría llevar al fin del mundo si hiciera falta.

            El anciano se ruborizó cuando Bárbara le plantó un sonoro beso en la mejilla y le abrazó con fuerza, entre carcajadas. Carlos no pudo evitar sonreír entre dientes, mientras negaba ligeramente con la cabeza.

comentarios
  1. battysco dice:

    Qué pasada de barco, yo también quiero ir de viaje con ellos!! Cada vez están más entusiasmados, tengo ganas de que inicien la aventura.

    Sonia.

  2. Betty dice:

    Si qué tiene una pinta estupenda 😃 Gracias por poner el Gráfico, así visualmente nos podemos hacer una imagen de el !!

    Betty

    • En este caso sí he utilizado material profesional ajeno para hacer las descripciones, porque no estoy muy familiarizado con este tipo de barcos, y preferí utilizar un modelo real. Además de la imagen de la planta de los camarotes, también he puesto un enlace en el que se ven fotos del interior y del exterior, por si os queréis meter más en el papel de Bárbara.

      David.

  3. Drock9999 dice:

    Excelente aporte!

    D-Rock

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