2×376 – Confiados

Publicado: 31/10/2011 en Al otro lado de la vida

376

Cala rocosa en la costa meridional de la isla Nefesh

22 de octubre de 2008

 

Los pájaros cantaban alegremente y el sol brillaba con fuerza en el cielo azul cuando Bárbara, Carlos y Zoe decidieron abandonar la cala.

CARLOS – Voy a despertarle.

Bárbara le miró, indiferente. Zoe trataba de hacer un nudo a una brizna de hierba, pero se le rompió. Parecía más contenta y despierta esa mañana; todos notaron un cambio en ella, pero sólo Bárbara creía saber el motivo.

Se habían despertado unas horas después del amanecer, primero unos, luego otros, y habían estado charlando sobre qué harían y cómo, en la excursión que tenían por delante, mientras tomaban un generoso desayuno, despreocupándose de nuevo por racionar la comida. Lo habían hecho alrededor del bote, hablando en voz alta, pero ni por esas consiguieron despertar a Christian, que dormía a pierna suelta, echado en el suelo, sobre la hierba seca, a la sombra de los pinos circundantes, junto a la hoguera apagada de la que hacía un rato que no emergía humo. Había pasado en vela toda la noche, y acabó cayendo rendido contra su voluntad con el amanecer. Ahora acarreaba un sueño profundo, y ninguno de los presentes había creído necesario despertarle, hasta ese momento. Acabado el desayuno, todos empezaron a impacientarse por partir, y al ver que el muchacho no se despertaba, y asumiendo que alguien debería quedarse con Maya mientras los demás partían, Carlos tomó cartas en el asunto.

CARLOS – Alguien se tiene que quedar con Maya, y tú no te vienes, ¿no?

Carlos miró a Marion. Tan sólo pretendía ser práctico, y no se dio cuenta que le había ofendido. Ella era muy miedosa, cobarde. Desde que se encontrasen con los demás, nunca había demostrado el más mínimo interés por formar parte de manera activa en la lucha por la supervivencia; siempre había actuado como un lastre del que tirar, un parásito que se aprovechaba del trabajo de los demás, negándose por omisión a formar parte de la solución. Siempre se había sentido menos que el resto por ese motivo, y escuchárselo decir a Carlos, la única persona de entre los presentes en la que había depositado algo de confianza, le hizo daño. Le aguantó la mirada un par de segundos, mientras la mujer se debatía internamente. Al ver que no respondería, como él había pensado, dio media vuelta y se dirigió hacia el muchacho que yacía tumbado junto a los restos de la hoguera.

MARION – Ya iré yo con vosotros. Deja a Chris que duerma.

Carlos se dio media vuelta, sorprendido, y con una amplia sonrisa en la cara. No esperaba ver esa reacción en Marion, aunque admitía que lo había deseado, pues pretendían hacer un viaje muy largo, y prefería hacerlo acompañado de ella. Todos parecían igualmente sorprendidos; nunca antes había demostrado ese tipo de iniciativa, y no eran capaces de dar crédito a lo que habían oído. Las miradas de sorpresa aún convencieron más a Marion. Lo último que le apetecía era adentrarse en ese bosque, pero parecía dispuesta a hacerlo, aunque solo fuese por cambiar ligeramente el concepto que se habían formado de ella quienes le acompañaban. Al fin y al cabo, no tenía porque pasar nada.

CARLOS – ¿Estás segura? Te puedes quedar aquí, como ayer. Yo estoy seguro de que Chris querrá venir, no hace falta…

MARION – Que no. Voy a ir. Y vayámonos ya, que se nos va a hacer tarde.

Marion deseaba que partiesen ya mismo, antes que tuviera ocasión de arrepentirse. Les hizo un gesto con la cabeza, tratando de tomar la iniciativa y mostrarse parte relevante del grupo. Se sentía totalmente fuera de lugar, pero ahora que empezaba a hacerse a la idea, y bajo la premisa de que hasta el momento no había tenido motivo alguno para desconfiar de la seguridad de la isla, se sintió bien, se sintió viva. Una ligera sonrisa emergió de la comisura de sus labios.

CARLOS – Bueno… como quieras.

Marion asintió, y los otros tres se pusieron en pie, dispuestos a partir en ese mismo momento. Bárbara se dirigió hacia el bote, donde Carlos había colocado a Maya mientras desayunaban.

BÁRBARA – Nosotros nos vamos ya. ¿Crees que debería despertarle?

MAYA – No hase falta, déjale dormir. Si le nesesito para algo ya pegaré un grito.

Bárbara mostró su disconformidad, arrugando los labios.

BÁRBARA – No me acaba de…

MAYA – Idos tranquilos, de verdad. Os acompañaría si pudiera, pero me conformo con que no os preocupéis tanto por mí.

MARION – ¡¿Nos vamos o qué?!

Bárbara echó un vistazo hacia donde estaba la otra mujer del grupo, junto a Carlos y Zoe, que también parecían estar esperándola. Todos habían asumido la presencia de Zoe en el grupo sin siquiera plantearse si era buena idea, o si sería mejor que se quedase con Maya a esperar que volvieran.

BÁRBARA – Bueno, pues… me voy. No sé cuando volveremos, seguramente tardemos algo más que ayer, pero estaremos de vuelta antes de que se haga de noche. Si no hemos vuelto entonces, empezad a preocuparos.

Lo dijo en tono de broma, esbozando una sonrisa, pero en el fondo tenía algo de miedo, igual que todos los demás. Maya asintió con la cabeza.

MAYA – Espero que no haya que haserlo.

Bárbara le aguantó la mirada un segundo más. No acababa de quedarse tranquila dejándoles ahí solos tanto tiempo. Lamentó por enésima vez la minusvalía de la chica, un problema más que enorme en los tiempos que corrían.

BÁRBARA – No os separéis, no… no le dejes que se aleje, ¿vale?

MAYA – Que sí. Que te vayas, en serio. Tú ves a lo tuyo, nosotros ya nos sabemos cuidar.

BÁRBARA – Bueno…

Bárbara miró otra vez hacia los que la esperaban; podía ver cómo la impaciencia crecía por momentos en la cara de Marion. Iba de un extremo al otro.

BÁRBARA – … pues adiós.

La muchacha le corrigió.

MAYA – Hasta luego.

BÁRBARA – Hasta luego.

Bárbara se unió al grupo de expedicionarios, y junto a ellos comenzó aquella larga marcha. Maya les siguió con la mirada, viéndoles desaparecer entre la maleza, hasta que todo volvió a quedar en silencio. Enseguida penetró en ella la asunción del tedio y la impaciencia por que volvieran. Se quedó ahí quieta, donde estaba, picoteando parte de lo que había sobrado del desayuno, con el sonido de las olas rompiendo contra las rocas a su espalda. Se había quedado adormilada, pasado un buen rato, cuando algo le llamó la atención.

CHRISTIAN – No me dejéis solo, por favor.

Maya arrugó la frente. Christian seguía dormido; ni siquiera se había movido en todo el rato. Al parecer el chico estaba soñando, y no parecía estar pasándolo muy bien. Enseguida se relajó, y siguió durmiendo tranquilamente. Todavía tardaría bastante en despertarse.

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