2×387 – Quienes

Publicado: 09/11/2011 en Al otro lado de la vida

387

Entrada de servicio a la mansión de Nemesio, isla Nefesh

23 de octubre de 2008

 

MAYA – ¿Qué has visto?

Christian estaba apoyado de espaldas contra la puerta, miró hacia la muchacha. Se demoró unos segundos antes de responder.

CHRISTIAN – Hay alguien ahí.

Maya arrugó la frente. Ambos hablaban en voz baja.

MAYA – Un… ¿uno de ellos?

CHRISTIAN – Mmm, no.

MAYA – ¿Entonses? De eso se trata, ¿no?

CHRISTIAN – Ay, no sé. He visto… alguien se asomaba a otra puerta, al fondo de la habitación, y… no sé, me ha dado mal rollo.

MAYA – ¡Sabemos que estás ahí!

Christian corrió hacia su compañera, asustado y molesto a partes iguales, con la intención de taparle la boca.

CHRISTIAN – ¿Qué haces?

MAYA – Llamarle.

CHRISTIAN – Pero…

MAYA – Queremos entrar, ¿no?

El chico reflexionó. Su compañera tenía razón. Pero había algo en la persona que había visto, en su aspecto, en la manera cómo se movía, que le había hecho desconfiar. Asintió a su compañera, y se dirigió de nuevo hacia la puerta.

CHRISTIAN – Solo somos dos personas, hemos llegado a la isla en un barco y… nos gustaría poder entrar. Estamos los dos…

No acabó la frase; de haberlo hecho hubiera mentido. Iba a decir “sanos”, pero eso no era del todo cierto, a tenor del mordisco que lucía la joven Maya en su entrepierna. Por fortuna, la muchacha no se dio cuenta de nada.

Christian la miró; ésta alzó los hombros. Aguardaron unos segundos más a una réplica que jamás se produjo. Indecisos sobre qué hacer a continuación, Christian volvió a armarse de valor.

CHRISTIAN – ¡Vamos a entrar!

De nada sirvió esperar que alguien les diera el visto bueno o les vetase el paso, de modo que el chico dio de nuevo un par de vueltas a la llave, y giró el pomo de la puerta. Maya le observaba desde su posición baja, sentada en el suelo del porche.

Abrió la puerta lentamente, y volvió a meter la cabeza para observar su interior. Ahora lo que más temía era encontrarse a alguien que le estuviera esperando al otro lado apuntándole con un arma. Pero eso no fue lo que vio; vio exactamente lo mismo que la vez anterior, un chico asomado a una puerta, mirando hacia él. Fue entonces cuando se dio cuenta, y se sintió increíblemente estúpido.

Abrió la puerta del todo, tratando de aguantarse la risa. Maya seguía observándole, sin entender nada.

MAYA – ¿Qué pasa?

CHRISTIAN – Es un espejo. Un puto espejo.

Maya puso los ojos en blanco. El chico soltó una carcajada nerviosa. A unos tres metros de la puerta había un espejo de cuerpo entero, enmarcado en madera, apoyado contra la pared. La persona que había visto era él mismo.

Christian se adentró en la pequeña sala, que más bien parecía un trastero a tenor de la cantidad de cachivaches que albergaba. Ahí dentro olía a viejo. Era una sala de poco más de diez metros cuadrados, atestada de cajas cerradas, jarrones, cuadros enromes y demás artículos de anticuario. A la derecha había otra puerta, cerrada.

MAYA – ¿Qué hay?

CHRISTIAN – Nada. Aquí no hay nadie.

MAYA – ¿Entramos?

Christian asintió con la cabeza. Se dirigió hacia donde estaba la chica, y la cogió de nuevo en brazos. A estas alturas se había vuelto tan natural, que ninguno de los dos se sentía incómodo. Entraron a la pequeña sala-trastero, y cerraron la puerta tras de sí. La llave seguía puesta, de modo que cualquiera podría entrar; cualquiera lo suficientemente inteligente para saber utilizar el pomo.

Abrieron la segunda puerta, y accedieron a un largo pasillo salpicado de puertas. Ahí ya empezaba a notarse el lujo, con las monturas de madera en las paredes y el tapizado de terciopelo. Justo delante, tenían la puerta de la cocina, abierta. Por lo poco que pudieron ver, y sin contar la alacena, era más grande que el piso en el que había vivido Maya en Iyam. Ahí tampoco parecía haber nadie. Estaban en uno de los extremos del pasillo, de modo que comenzaron a recorrerlo, en silencio, con algo de mal cuerpo. La iluminación venía exclusivamente de una gran ventana que había al fondo del pasillo. Pero era a todas luces insuficiente, más aún al estar salpicada de tablones clavados, más o menos horizontalmente. La luz del sol se filtraba por los tableros, a través de la cortina de encaje, y se proyectaba en el suelo de madera, rebotando en él hacia las paredes, y llenándolo todo de una luz mortecina.

El suelo gruñía a cada paso, y ambos se sintieron como si estuvieran en una mala película de terror, donde el asesino de turno les estaría esperando detrás de la primera esquina que cruzaran, para abrirles en canal con un hacha o algo parecido. En realidad la casa no podía resultar más inofensiva y tranquila; ahí apenas se oía el ruido de la caída de agua. Pero ambos estaban sugestionados por lo que acababan de vivir, y eran demasiado reacios a confiarse.

Continuaron por el pasillo hasta que llegaron al otro extremo, junto a la ventana. Había otra puerta abierta, la única que lo estaba en ese pasillo, aparte de la de la cocina. Ésta les llevó a un gran comedor con una mesa ovalada y sillas para al menos quince comensales. Todo estaba vacío, e irregularmente cubierto de una fina capa de polvo. Avanzaron por el comedor, hacia la abertura que había al otro extremo, del tamaño de un par de puertas.

Llegaron al vestíbulo, y vieron las puertas de entrada desde el otro lado. Estaban clavadas con tableros de madera, al igual que las ventanas. Esta habitación, la más grande de cuantas habían visitado hasta el momento, tenía unas enormes escaleras que se bifurcaban a media altura y permitía el acceso a las dos alas que tenía la mansión en su primera planta. Estaba en doble espacio, y aún resonaba más el eco de sus pisadas, enfatizando a cada paso la sensación de que algo se escondía entre las sombras. Escucharon algo parecido al relincho de un caballo y se miraron, pero no dijeron nada. Continuaron caminando hacia el otro extremo del vestíbulo.

De nuevo una abertura en el muro les condujo hacia una gran sala de estar-biblioteca, también en doble altura, con una discreta escalera y una enorme chimenea, que sin duda había sido la que humeaba el día anterior, cuando Christian descubrió la mansión. Entraron tratando de no hacer ruido, y al escuchar una tos, a Christian le dio un vuelco el corazón, y casi se le cae Maya de los brazos. La tos se repitió un par de veces más.

NEMESIO – ¿Abril?

Ambos miraron al lugar del que procedía la voz. Venía de una vieja mecedora, colocada frente a la chimenea. En ella había un hombre sentado, tapado por una gruesa manta de felpa. Era un hombre muy viejo; cualquiera de los dos hubiera podido jurar que tenía al menos noventa años. El poco pelo que le quedaba, era blanco como la nieve. Miraba hacia los chicos, pero lo hacía con la mirada perdida. Había algo raro en sus ojos; daba la impresión que no pudiera verles. Christian y Maya se quedaron en el sitio, aguantando incluso la respiración. Estaban asustados, aunque no sabían por qué.

NEMESIO – ¿Abril, eres tú?

Christian se disponía a responder al anciano hombre, cuando se escucharon unos pasos apresurados dirigiéndose hacia ahí. Se giró a tiempo de ver a una mujer de unos cuarenta años con una abultada mochila de cuero a la espalda. Tenía la piel oscura, al igual que su cabello, recogido en una trenza africana, y sus ojos, que delataban lo poco que le gustaba ver que tenía compañía. Se paró frente a ellos, y les apuntó con una escopeta enorme.

ABRIL – ¿Quiénes sois vosotros?

comentarios
  1. Sicke dice:

    jajajajajajajajajajaja,no puedo evitar reirme de lo del espejo,y dices k t paso a ti???seguramente a mi tambien me daria miedo en el momento,pero ahora mismo solo me da la risa 😛

  2. Caterinaboop dice:

    Muy sutil por tu parte ese «reflejarla», veo que lo estás disfrutando a fondo, sigue así.

    • Contar con el interés y el feedback de los lectores es una verdadera gozada. Yo me lo paso bien escribiendo a mi bola, pero conocer la opinión, y las elucubraciones de los que sólo saben lo que yo quiero que sepan y en el orden que yo quiero que lo sepan, no tiene precio.

      David.

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