3×988 – Chispas

Publicado: 19/08/2015 en Al otro lado de la vida

988

Campamento de refugiados a las afueras de Midbar

3 de octubre de 2008

SAMUEL – ¿Y se fueron… así, sin más?

OLGA – Sí. Tenían bastante prisa por… irse. No sé muy bien por qué ni a dónde, pero… se fueron enseguida.

SAMUEL – Qué raro… ¿Y no os pidieron comida, ni… nada?

OLGA – No. Yo incluso les ofrecí que se quedaran a comer, pero…

SAMUEL – Y quieres decir que no… No quiero ser malpensado, pero… ¿No os habrán robado? Me parece sospechoso tantas prisas…

OLGA – ¡Qué va! Al menos nada… que haya sido capaz de echar en falta. Yo no les perdí de vista en ningún momento, y… hemos revisado que todo estuviera en regla y… bien. Está todo en su sitio.

SAMUEL – Bueno, pues… mira. Ellos verán qué hacen.

OLGA – Oye, ¿y tú qué tal? No nos has contado nada de ti. Y yo no hago más que hablar de nosotros. ¿Dónde estás tú?

Gustavo echó un trago del vaso de agua que compartía con su hermana, y volvió a llenarlo con el contenido de la botella. Se estaba aburriendo como una ostra. Olga llevaba todo el peso de la conversación, y apenas le dejaba participar. Habían vuelto al centro de comunicaciones tan pronto acabaron de comer, poco después que el grupo de Bárbara y Morgan les abandonase, y desde entonces habían estado charlando con Samuel.

SAMUEL – Yo no me puedo quejar. Aquí, por fortuna, no tengo que preocuparme de infectados ni… de pasar hambre. Estoy… Estoy yo solo.

OLGA – Ah… ¿Tú también has perdido a alguien?

SAMUEL – Bueno… sí. En cierta manera.

OLGA – Lo siento. Es todo muy… Nosotros estamos en Midbar. Está al lado de… Sheol. ¿Sabes? Si te pudieras acercar… que sepas que eres bienvenido.

Ambos hermanos escucharon una risa cansada al otro lado de la línea.

SAMUEL – Ojalá. Ojalá pudiera. Pero… no es tan sencillo.

OLGA – Pero… A ver, no lo entiendo. ¿Estás atrapado… o algo?

Se produjo un silencio en la sala de comunicaciones, tan solo salpicado por el ruido de estática imperante en el ambiente.

SAMUEL – Sí y no… Es un poco difícil de explicar.

Un característico olor a goma quemada inundó la estancia. Olga pareció no darse cuenta, pero Gustavo enseguida se puso en alerta. Escrutó con el olfato y con la vista todos aquellos cachivaches llenos de lucecitas, tratando de dar con el origen del desagradable olor, aunque fue incapaz de encontrarlo, y acabó dándose por vencido. De repente, de uno de los aparatos que había sobre la mesa empezó a manar un hilillo de humillo negro. El olor a goma quemada se intensificó hasta el punto de hacer que Olga perdiese el hilo de la conversación y arrugase el entrecejo.

En un acto reflejo, Gustavo agarró el vaso de agua que había sobre la mesa y lo vertió por completo sobre la fuente de aquél humo negro, temiendo que acabase prendiéndose fuego. Su hermana trató de impedírselo, pero no llegó a tiempo. Saltaron chispas por doquier. El humo se extinguió por completo y al instante, al igual que el olor a goma quemada… y la transmisión de radio.

La joven de los pendientes de perla chasqueó la lengua, irritada por la irreflexiva acción de su hermano. Trató en vano de arreglar aquél desaguisado, pero ya no había nada que hacer. La transmisión se había cortado, y no había manera de devolverle la vida a la radio. Con su nula formación al respecto y los medios de los que disponían, no podrían recuperarla.

Olga agarró de la pechera de la camiseta a su hermano y le zarandeó, reprochándole a voz en grito haber estropeado la radio, y por ende la única oportunidad real que tenían de ser rescatados. Gustavo se quedó de piedra. Esa no parecía su hermana: estaba fuera de sí. Trató de disculparse, tartamudeando, y empezó a llorar. Su hermana dejó de zarandearle, y sin soltarle, agachó la cabeza y estalló igualmente en llanto. Sus heridas emocionales aún estaban demasiado recientes, y aunque Olga trataba de mostrarse mucho más serena y madura, consciente de que la educación y la supervivencia de su hermano dependían por completo de ella, lo estaba pasando igual de mal que él, sino más. Se habían quedado huérfanos y desamparados en muy corto período de tiempo, y ella temía no estar a la altura de la enorme responsabilidad que había recaído sobre sus hombros.

La joven de los pendientes de perla soltó a Gustavo y se dio media vuelta, para evitar que la viese llorando. Gimoteaba nerviosamente, y el joven arquero, algo más entero, trató de tranquilizarla, mientras se disculpaba por enésima vez por haber estropeado la radio.

Olga quería seguir intentando ponerse en contacto con otro centro de refugiados para que viniesen a rescatarlos. Prefirió hablar primero con Samuel, ya que se lo había prometido por la mañana, y le apetecía distraerse un poco con su conversación. Ahora ya no estaba en su mano siquiera despedirse de él, y mucho menos seguir tratando de pedir ayuda. Esa era su última carta, y ahora no tenía nada a lo que aferrarse. De ahí su arrebato de ira.

Desde el desafortunado incidente, ni un solo infectado había acudido al campamento. Ella sabía a ciencia cierta que sólo era cuestión de tiempo que alguno acabase haciéndolo. Durante el tiempo que el campamento estuvo en activo, raro era el día que no se acercasen uno o dos infectados. Si eso se volvía a repetir, ellos bien podían guarecerse en la caseta del sargento Serrano, e incluso soportar un asedio ahí dentro durante días, si no semanas, pues era ahí donde habían guardado la mayor parte del alimento y la bebida de la que disponían, y ese era un lugar al que ningún infectado podría acceder por sus propios medios. No obstante, antes o después se les acabaría el alimento, y tendrían que abandonar el campamento. El principal problema residía en que deberían hacerlo a pie, lo cual, en los tiempos que corrían, no era en absoluto aconsejable.

En esos momentos Olga se arrepintió y mucho de no haber accedido al ofrecimiento de Morgan. En ese momento disponía del plan B que ahora Gustavo había echado por tierra, pero bajo esta nueva perspectiva, consideró que su recelo había sido injustificado, y que más le hubiera valido acompañarles. Al fin y al cabo disponían de armas y un vehículo, y ellos de comida. La mejor combinación. En cualquier caso, ya era tarde para corregirlo. Tendían que apañárselas solos.

comentarios
  1. Betty dice:

    David, pequeña corrección en la última frase; «Tendrían que apañárselas solos».

    Un saludo

    Betty

    • ¡Cierto!
      Por definición, la última frase de un texto es la que menos veces se relee y corrige, y más colgando en tiempo real como lo hago últimamente. xD
      ¡Gracias por tu ayuda! 🙂

      David.

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